ENSAYO SOBRE LA PALABRA
(en seis discursos líricos)
I. QUE VENGA LA PALABRA
Que venga la palabra y esté presente el hombre.
Que venga la palabra, parto a gritos, a duros silencios,
a descansos de sangre,
o lanzada como piedra en la honda enemiga,
o revuelta en las cartas, los avisos, los carteles, los papeles,
o bebida en el vaso salobre de los torturados.
Que venga la palabra
y se mueva tranquila o se empine o se pose o empuje o espere
sin sollozo ni lágrima, compacta su filosa herramienta,
o bien, olorosa a flor o a fruta, sabrosa a jarro de miel o de leche,
o aleteante de grandes alas,
o palpitante vena rota,
o como llama insolente en el libro, en el canto, en la brecha,
y asimismo en la victoria final de los injustamente derrotados.
Venga a nosotros la palabra.
Mortales somos, cierto, pero la palabra es inmortal,
o bien, si ha de morir será en la sílaba del último,
del que cierre la puerta final
para descender al absoluto silencio donde la muerte de todo
carece ya de sentido,
pues no la pronuncia ningún hombre.
II. EL HOMBRE ES EL GRAN NOMBRADOR DEL MUNDO
Vocablo a vocablo voy construyendo el mundo, ordeno el caos.
Soy el mismo niño de veinte mil años
que salió aquella primera mañana
a cazar palabras. Y eran los nombres de las cosas.
Intento en vano ponerle muros
y construirle vías claras y distintas
al torbellino creador de la vida
con la cal y la arena de mi razón obrera
y termino como los niños y los poetas
construyendo con nombres--palabras, palabras y palabras--mi casa
a mi medida, mi propio universo,
que se expande libre sobre el océano de las cosas
como un sueño dentro de otro sueño.
Debo explicar que el hombre que soy razona el mundo
porque uno es vida que se encontró a sí misma
cuando alzanzó a percibir que era parte de un universo
incomprensible,
en que lo único claro y distinto
es que todo hace--todos hacemos--el mismo camino hacia la muerte,
que tampoco existe.
Vocablo a vocablo voy construyendo el mundo, ordeno el caos.
Cada hombre descubre al hombre en sí mismo jugando
el juego de su existencia
mientras ordena el mundo suyo,
y esto es así: el alma virgen
mano y pie y ojos y oídos y boca y piel de niño,
extensa como cielo y aire y tierra y mar y todos juntos,
toda poros abiertos,
y su lengua todas las lenguas posibles,
y el mirar sin fondo y sin límites, abarcador,
veloz y atento,
llega capturando las cosas para darles nombre,
pensando el primer pensamiento con la primera palabra,
dándole forma al pensamiento-lengua,
para dotar al mundo de caminos, límites, presencias y ausencias,
distancias, objetos, lugares, habitantes,
vidas y muertes,
y traer a su lado el tiempo y el espacio
como guardianes del universo, hijos amados del hombre nombrador,
sustancia de su pensamiento.
Juego vital, deporte puro, ir y volver saltando
del pensamiento a la palabra, al mundo, al pensamiento,
tejiéndose, trabajo sin término, su casa de ideas,
su casa que construye siempre de nuevo,
ser en busca de un lugar seguro para nacerse hombre
en medio del huracán de la creación que no descansa.
¿Quién captura a quién, quién libera a quién,
quién crea o da forma, o compone y da límites,
quién cambia o destruye,
si no es este niño que juega extraviado en el universo?
Vocablo a vocablo voy construyendo el mundo, ordeno el caos.
III. PROPIEDAD COMUN
Por mi boca habla el hombre.
Cada una de estas palabras mías cuenta la vida
de millares de hombres. Mi lengua es su lengua.
Propiedad común, bien repartido.
Esta palabra que respiro fue saludo, abrazo, lazo,
voz urgente,
y sigue siendo
una palabra para llamarme hermano, amigo,
porque aunque estés gritando odio
tus palabras aman a tu enemigo.
Con su oleada de sangre, su aire en llamas,
entre, dentro, fuera, nuestras voces siempre vivas
nos rodean dándole vida a la vida.
–Oh sangre abierta en el tierno botón de la palabra,
vieja música inaudita, siempre nueva!
Lengua mía, indivisible,
indestructible,
propiedad común, bien repartido,
signo entrañable, clara canción, cordial regalo,
red de invisibles cristales vibrantes,
luz que se multiplica
infinitamente, naciendo de sí misma,
en silencio o gritando,
sin extraviarse nunca en esa libertad de pluma en el aire
de los significados,
conciencia en donde yo soy precisamente quien habita
corre, cruza, se detiene,
saludando al amigo, al vecino,
al que llega de lejos, desde la noche.
Ser para la relación, mi lengua está ahí mismo,
en mi nacimiento, y estará en mi muerte,
para ser y seguir siendo
con todos, entre todos, para todos,
propiedad común, bien repartido.
Sobreviviré en mi lengua.
Mientras mi hueso hace blanquear su cal insistente,
lo que mi sangre escribió sigue buscando cauce de amor,
su signo vivo.
Lengua mía de palabras numerables, izadas como velas
vibrando en el mar innumerable
de las lenguas de los hombres.
–Oh cuna para nacer, nunca morir
y seguir viviendo como pan comulgado,
propiedad común, bien repartido
entre todos los hombres, pastores de palabras!
IV. CONSTRUCTOR DE ARTEFACTOS
Homo faber, todo artefacto fue en tu nombre creado
porque dijo Dios: «Hágase la luz»,
y fue la palabra.
Pero qué fue primero: ¿El objeto luz,
o la palabra?
Celebremos aquel dilatado acto de creación
cuando en aquella latitud de la tierra creadora de monstruos
un pobre animal desvalido despierta al lado de otros
semejantes a él, y desde entonces--animal colectivo--se reúne
en grupos comunitarios donde produce utensilios y palabras
para sobrevivir, y se convierte poco a poco en hombre.
«Con el sudor de tu frente y el trabajo de tus manos
construirás herramientas y aliviarás tu necesidad»,
se le había ordenado. Pero también sabe que la palabra
está al principio de todo y articula su voz
y trabajan juntas sus manos operarias y el lenguaje.
(Utilitas expresit nomina rerum, dijo Lucrecio). El hombre
pone a su servicio las cosas en derredor,
los animales trabajan para él, y el sol, el agua y el viento.
Sus manos libres construyen artefactos, cazan, siembran,
mientras su lengua se vuelve registro universal, gran depósito
de su experiencia, produce, intercambia, recibe, envía mensajes,
enuncia verdades, comete errores y lo corrompe la mentira.
Y así empieza su historia.
Con los nombres extrae el alma divina de las cosas
y entonces el animal de palabra extiende su poder
sobre los reinos de la vida
y el dueño de los nombres se nombra señor de lo que existe
y da su forma al mundo y construye cuanto quiere y lo destruye
cuantas veces su locura creadora se levanta
como tempestad sobre la tribu.
Y se lanzará con saña sobre los que antes llamaba hermanos
y así los volverá a llamar cuando calme su furia,
porque el hombre sigue siendo la primitiva bestia desvalida
que conoce su miseria
y en su corazón de hombre seguirá doliendo la culpa.
Y volverá a pedir la paz porque sabe que esta palabra
se oyó por primera vez al principio de todo,
pues con esa promesa sagrada fue creado el mundo
y le fue encargada la vida por su dios,
conocido por su voz resonante
más allá del espacio y del tiempo.
Cumplida está la tarea.
El homo faber cayó prisionero de su nueva locura.
--Gran acto televisado mostrará su inminente caída--
Nuestro mundo desborda de artefactos y humana miseria,
a la deriva en un océano de desperdicios y vileza.
Y el homo faber invoca en su caída a la libertad, su diosa,
estatua de metal sin ojos ni oídos para la justicia,
mientras el planeta viaja entre los astros con su carga
de grandes causas perdidas, metas sin cumplimiento,
impurezas y muerte.
–Oh divina oscuridad, devuélvenos la luz
que con la palabra creaste!
V. CONSAGRACION DE LA PALABRA
Entonces la lengua se volvió alfabeto,
que era lo mismo que, para el hombre, echar raíces.
Era entonces el tiempo aquel fuera del tiempo,
que se instalaba en la lengua de los ancianos
y ahí se quedaba y se volvía mito y ritmo, historia y canto,
canto de todos, que era la guía sagrada de los pueblos.
Ellos eran los guardianes de las voces antiguas y su palabra
regía la vida de la tribu. Eran sus grandes jueces y sus reyes.
Pero ¿cuándo, quién, por qué, de qué manera vino la lengua a la piedra?
La mano de un hombre cualquiera (todos dijeron que fue un dios),
empezó a dibujar la figura del sol entre figuras de árboles
para decir oriente, lo que nace, el sol, la vida.
Era el modo como el dios se manifiesta,
el dios que conoce todas las cosas--Itzamná, tal vez--el sabio sin límites.
Ahora su mandamiento sobrevivirá en el tiempo,
grabado el basalto, en durísima roca
y el destino de todo mortal quedará decidido.
Y luego llegó la consagración de la palabra,
el amanecer del día luminoso de la letra.
Como sordo aire y nota musical en marcha numerosa
la letra atrapa la leve chispa del sentido
y provoca el incendio del discurso
en la mente del hombre que escribe en silencio.
La letra es sagrada, lengua de dios, poder divino en mano de reyes,
impenetrable secreto de sacerdotes,
y así el vuelo libre de la palabra del hombre queda preso
en urna cerrada, pura, noble, rito de vida y muerte.
Y esta fue la consagración de la palabra.
Porque es el alma del hombre la que ha aprendido a escribir.
Inmóvil, eterna, la piedra fue monumento del desierto.
Pero la palabra hecha de aire vuela en la boca del viajero
o va en su bolsa, apretada entre papiros y pergaminos,
narrando tareas de artesanos copistas,
hasta que llega el tiempo de los papeles oliendo a tintas,
chorreando sudor de obreros impresores.
Es que la palabra oral me arrastra, lanza un lazo
de imperiosos círculos que me hace semejante,
no existo sin el otro, participo,
me ajusto al gran ritmo vital de la tribu. Pero
el silencio que me habla desde el rostro de la página escrita
me vuelca dentro de mí, me separa, soy diferente,
porque el texto que acompañó la marcha del viajero
se hizo voz firmísima, independiente, y ahora,
si leo en voz alta, acerco oyentes, creo grupos y debate,
y sobre el hombre ahora, con el hombre, hay un poder nuevo,
una nueva hermandad, por encima de clanes, de parroquias,
de provincias y estados, y llega
en busca de hombres que lean y piensen,
que discutan y escriban y veneren la trinidad de la cultura.
Benditos sean el hablar, el leer, el escribir. Benditos sean.
Fue la consagración de la palabra, que era lo mismo que
para el hombre, echar raíces.
Y las hojas y frutos de este árbol inmenso cubren el mundo
y ya no es una provincia del poder la cultura.
Es la planetaria voz del hombre.
El universo en expansión de la cultura.
VI. YO SOY MI PROPIA PALABRA
Yo soy mi propia palabra.
Yo soy los libros que leo.
Yo soy el pueblo que amo y que está hecho
de miseria y palabras.
Yo soy el mar de palabras y deseos que navego.
–Oh savia viva, río de sangre, raíz mía!
Yo soy don Quijote soñador, pero también Justo Sánchez, jornalero,
y José Arcadio Buendía, loco de sueños como don Quijote,
pero también Roque Chaves, que me trae
lechugas y naranjas.
Yo soy mi santo civil, García Monge,
pero también Mendoza, mi ladino abogado,
y soy mi Luis de Góngora, lengua de artífice irónico,
pero también José Salvatierra, el albañil.
Y Cortázar, Darío, Asturias, la Mistral, Carmen Lyra,
y Neruda, pero también Antonio Siles, jardinero,
y Unamuno, y Don Ramón del Valle Inclán, pero también
la triste doña Emilce, doméstica, con su vocabulario desusado,
y don Vito el sastre, y Jaime, vendedor,
y don Jacinto en su tienda,
pero también los sonetos de Julián Marchena,
y los cantos para niños de Carlos Luis,
y la poesía de piedra y lumbre de Mario Picado,
y la cólera cívica de Luis Barahona, que acaban de morir
y ahora hojeo sus libros incorruptibles
en el estante de otro tiempo.
Yo soy mi propia palabra.
Herramienta de trabajo de Isaac Felipe, obrero
de la lengua castellana, torcidos los renglones,
y atareado de versos, lector sin hora de descanso,
que cada amanecer sale a cazar metáforas semidornidas
como un furtivo ladrón de estrellas poéticas
y compone el poema escuchándose como músico
y a veces también pide silencio universal
como si estuviera ayudándole a Dios
a crear una nueva criatura
con trabajo digno de alegría y justo descanso,
como acabo ahora, cuando amanece, este poema, y digo que
entero, como persona,
el hombre está en su palabra.
El mundo se aclara y forma
si el hombre da su palabra.
Tiene dignidad de hombre
el hombre por su palabra.
La mentira le corrompe
si no enfrenta su palabra.
Dada en falso, le descubre,
sin hombredad, su palabra.
Tuvo el mundo su principio
en una sola palabra.
Y crea la patria humana
el hombre, con su palabra.
7 de agosto de 1988.