Artículo de: Víctor Manuel Sánchez Corrales
CONFERENCIA DE APERTURA.
SESIÓN EXTRAORDINARIA DE LA
ACADEMIA COSTARRICENSE DE LA LENGUA,
CONMEMORATIVA DE SU CENTENARIO
Señora D.a Vera Beatriz Vargas León, viceministra de Cultura;
señor D. Ricardo Ramón Jarne, director del Centro Cultural de España, por sí y en representación de D.a Eva Martínez Sánchez, embajadora de España en Costa Rica;
señor D. Francisco Javier Pérez Hernández, secretario general de la Asociación de Academias de la Lengua Española;
señor D. Carlos Rubio Torres, secretario de la Academia Costarricense de la Lengua;
señora D.a Raquel Montenegro Muñoz, directora de la Academia Guatemalteca de la Lengua;
señor D. Manuel Araya Incera, presidente de la Academia Costarricense de Geografía e Historia;
señor D. Mauricio Meléndez Obando, presidente de la Academia Costarricense de Ciencias Genealógicas;
señoras y señores miembros de la Academia Costarricense de la Lengua;
señoras y señores que nos acompañan en esta ocasión,
sean bienvenidos a la presente actividad, reciban un cordial saludo y un agradecimiento profundo por haber acudido a nuestro llamado, para honrar el acontecimiento histórico que hoy conmemoramos.
Las veinte voces de la actual Academia Costarricense de la Lengua, al unísono, con reverencia, gratitud y reconocimiento, inclinamos la frente ante aquellos próceres de las letras y cultura en general que el viernes 12 de octubre de 1923, a las cuatro de la tarde, se reunieron en un salón de la Casa Amarilla, para fundar una asociación que llamarán Academia Costarricense, Correspondiente de la Real Academia Española. En efecto, el acta número uno dice:
Sesión primera de la Academia Costarricense, celebrada en uno de los salones del Ministerio de Relaciones Exteriores, en San José, a las cuatro de la tarde del doce de octubre de mil novecientos veintitrés. Asistieron los Señores don Julio Acosta, don Cleto González Víquez, don Justo A. Facio, don Carlos Gagini, don Alberto Brenes Córdoba, don José María Alfaro Cooper, don Ricardo Fernández Guardia, don Claudio González Rucavado, don Gregorio Martín, don Guillermo Vargas Calvo, don Fabio Baudrit y don Alejandro Alvarado Quirós […] A las 5 p.m. termina la sesión.
Y la firman D. Cleto González Víquez y D. Alejandro Alvarado Quirós .
De conformidad con los Estatutos de la Academia de Costa Rica y de su Reglamento, aprobados en el artículo ii de aquella acta constituyente, se funda una asociación de carácter literario, cuyos fines fundamentales, en lo que a sus competencias respecto de la lengua y la literatura interesan, son: impulsar en el país el cultivo de la lengua y la literatura españolas, mediante la promoción del conocimiento de autores clásicos y de las obras filológicas relativas a nuestro idioma, además de despertar, por medio de publicaciones y actividades varias —conferencias, certámenes—, interés y gusto por los estudios encaminados a la depuración, fijeza y brillo de la lengua patria, teniendo en mira particularmente mantener la unidad con el habla de Castilla y, en su condición de academia correspondiente, un trabajo colaborativo con la Real Academia Española, en todo lo que concierne a los fines de su instituto y a la formación de su diccionario, por lo que es trabajo de la Academia aportar información relativa a los provincialismos de Costa Rica y arcaísmos registrados en los archivos costarricenses.
Si bien fueron dieciocho los miembros fundadores, firmaron el acta los doce académicos que se hicieron presentes a esa sesión de octubre, más D. Joaquín García Monge y D. Alberto Echandi Montero, a quienes invitaron a sumarse. A la usanza de aquellos primeros años, en ese grupo original de la Academia era evidente el predominio de una androcracia intelectual, no obstante que en ese preciso año unas ilustres mujeres costarricenses también estaban fundando la Liga Feminista Costarricense. Por razones histórico-educativas, en su seno privaban los profesionales en derecho (en 1888 se había cerrado la Universidad de Santo Tomás), políticos y diplomáticos, quienes en su mayoría, tenían obra literaria escrita. Con formación en ciencias del lenguaje, muy a tono con la época, figuraba Carlos Gagini, autor entonces de una obra extraordinaria en lexicografía, en lingüística educativa, en lenguas indígenas, sumada a su condición de escritor de creación, en narrativa y teatro.
En cuanto a la teoría gramatical y al canon literario que sustentaban la labor de aquella nueva institución, en su estatuto se entendía la gramática como arte, en cuanto que su código había de proceder de la variedad literaria, culta, ejemplificada en los escritores clásicos españoles —Garcilaso, Calderón, Cervantes—, pues en sus páginas estaban los modelos del hablar y escribir correctamente.
Los cambios paradigmáticos en cuanto a esos cánones y a la constitución del recurso humano se van abriendo paso con el transcurrir de los años. La Academia, en efecto, ha sabido leer el signo de los tiempos y proceder de conformidad. Respecto de lo primero, todavía en el estatuto que la regía en 2013, en su artículo i se enuncia: «Con el nombre Academia Costarricense de la Lengua, se funda una corporación docta, de bien público, para promover y apreciar la lengua española, su depuración, fijeza y unidad», a lo que su artículo ii suma como fines estos: (a) impulsar el cultivo de la lengua nacional y de las literaturas hispánicas; (b) contribuir al desarrollo científico y tecnológico propiciando la forja del aparato lingüístico requerido para dicho fin; (c) estimular el conocimiento de las lenguas indígenas locales en relación con sus culturas y el habla del español costarricense; (d) fomentar la lectura y crítica de obras literarias, filológicas, lingüísticas y de cultura general; (e) despertar el interés, aprecio y gusto por la depuración, fijeza y brillo de la lengua patria; (f) contribuir al incremento del léxico necesario y a las modificaciones y enmiendas de los diccionarios por intercambio de consultas con las otras academias de la lengua y organismos afines del mundo hispanohablante; (g) estimular la publicación de obras fundamentales, críticas, expositivas o conexas con el desarrollo idiomático y su papel en el mundo de la cultura; y (h) evacuar las consultas que autoridades administrativas y judiciales del país, u otras instituciones o individuos interesados en materia idiomática someten a la Academia para que se pronuncie en lo de su competencia (el destacado es mío).
Una lectura atenta del artículo i, así como del inciso e., del artículo ii, incluso el h., en tanto criterio de autoridad sobre la base de la promoción de una variedad determinada de lengua, permite visualizar como fundamentación un paradigma lingüístico que se nutre de la tradición gramatical clásica, la cual se gesta en los gramáticos alejandrinos, en especial en Dionisio de Tracia (170-90 a. C). El código gramatical toma como base la lengua literaria, escrita, cuyos ejemplos modelan una variedad de lengua que da acceso al mundo de la cultura.
Al celebrar hoy día su centenario, nuestra corporación ha reescrito su estatuto y propósitos, particularmente en cuanto a su identidad y competencias, de conformidad con el desarrollo de las ciencias del lenguaje: nuevos paradigmas lingüísticos y también otras aproximaciones heurísticas a la literatura. Así, en el artículo i del actual estatuto se enuncia: «Con el nombre Academia Costarricense de la Lengua, Correspondiente de la Real Academia Española, se designa una corporación docta, de bien público, laica y aconfesional, para la promoción, estudio y aprecio de la lengua española y las producciones literarias, filológicas y lingüísticas escritas en este idioma, teniendo en cuenta la unidad desde la diversidad». En ese mismo orden de ideas, dice el artículo iii: (a) impulsar el cultivo de la lengua española y de sus manifestaciones literarias. […], (c) propiciar el conocimiento multilingüe y pluricultural de Costa Rica y sus aportes a la lengua española; (d) fomentar la lectura y el estudio de obras literarias […], (e) estimular y promover el estudio y el uso de la norma culta en su diversidad […]; (g) despertar el interés y reconocimiento del uso adecuado de la lengua española, de conformidad con el respectivo contexto.
Estas competencias, al momento de celebrar su centenario, se sustentan en un cambio paradigmático: la lengua como diasistema, como una construcción social e histórica, el abandono del monocentrismo lingüístico, de una norma culta única, el reemplazo de la normatividad por la adecuación lingüística, con la correspondiente crisis de la depuración de la lengua, al ser esta viva, receptora y donante de elementos lingüísticos.
En cuanto a los estudios literarios, ha habido un tránsito hacia una pluralidad de acercamientos: desde enfoques impresionistas o estilísticos hasta una diversidad de lecturas de la obra literaria. En nuestro país, durante los últimos decenios, los estudios literarios han experimentado una gran diversificación en sus planteamientos teóricos y metodológicos. A diferencia de otras épocas —durante el periodo mismo cuando se fundó la Academia—, no existe en la actualidad un único paradigma que se proponga como dominante. Antes bien, en la práctica investigativa conviven, y hasta se complementan, acercamientos de carácter materialista, psicoanalítico y deconstruccionistas, junto a la perspectiva de género, la ecocrítica, incluso un revivir del análisis retórico clásico a partir del instrumental de la filología alemana decimonónica. En estudios publicados en el boletín de la Academia se manifiesta esa variedad de acercamientos.
Hablemos ahora de las personas. Aquella academia fue fundada por próceres costarricenses, una androcracia intelectual, como era lo usual —aunque no deseable, hay que decirlo hoy— en todas las instituciones hermanas que la antecedieron. Hubo predominio de abogados —de los doce miembros que firmaron el acta constituyente al cierre de la sesión, siete eran abogados, al igual que su presidente y secretario—, explicable porque los estudios de Derecho tenían en su pénsum asignaturas relacionadas con la lengua y la retórica, además de que, si bien no había universidad entonces, funcionaba una Escuela de Derecho. Ilustres costarricense de la diplomacia, la política, la abogacía (con el denominador común de autores de obra literaria) y personajes de las letras, asumieron la tarea de echar a andar la Academia. Gagini como filólogo, como lo hechos dicho, fue la excepción. El setenta y cinco por ciento de los miembros fundadores eran abogados y, respecto de los directores, de nueve académicos que han ejercido la dirección hasta hoy, cinco también lo han sido.
Con la fundación de la Universidad de Costa Rica en 1941 y la creación de la carrera en Filosofía y Letras, van a llevarse a cabo cambios cuantitativos y cualitativos. Por primera vez, un filólogo dirige la Academia: Arturo Agüero Chaves, durante dos decenios, entre 1981 y 2001; en 1986 la profesora Virginia Sandoval de Fonseca se convirtió en la primera mujer que ingresó a la Academia como miembro numerario. Tales cambios van a fructificar más con la creación de la Universidad Nacional de Costa Rica en 1973.
Después de esos momentos tan significativos, las mujeres, escritoras, filólogas y una lingüista se van a ir incorporando, lo cual viene a enriquecerla en su diversidad. Se integrarán Carmen Naranjo Coto (1989), Julieta Pinto González (1992), Estrella Cartín Bezzuti de Guier (1997), Emilia Macaya Trejos (2002), Amalia Chaverri Fonseca (2006), Julieta Dobles Yzaguirre (2006), Anacristina Rossi Lara (2007), Flora Ovares Ramírez (2008), Marilyn Echeverría Zürcher de Sauter (2009), Carla Jara Murillo (2015) y Mía Gallegos Domínguez (2015).
En cuanto a la dirección de la Academia, un setenta y cinco por ciento de los directores ha pertenecido a campos ajenos a la filología o a la lingüística. Entre 2010 y 2018, la profesora Cartín de Guier dirigió la Academia, la primera mujer en ejercer tales funciones. Este hecho tiene importancia para los requerimientos interinstitucionales, en virtud del trabajo especializado de las academias y sus aportes a los códigos de la lengua y a las obras de esa naturaleza: diccionarios, gramática, ortografía y sobre el buen uso del idioma, en el marco de una política lingüística panhispánica.
Un tema de singular importancia: el paso del monocentrismo al policentrismo lingüítico. Como se ha hecho notar en los estatutos fundacionales, una de las competencias de la Academia era promover la unidad de la lengua española de conformidad con una política lingüística monocéntrica: el habla de Castilla como referencia y criterio de corrección, y la emblemática leyenda de la Real Academia Española: limpia, fija y da esplendor como objetivo en el que la ACL había de colaborar. Al ser hoy en día el español una lengua de una gran magnitud en cuanto a su extensión geográfica —naciones hispanoamericanas, Estados Unidos de América, África y España, por ejemplo— o al número de hablantes que se acerca a los 600 millones, asentados en esos territorios con grandes centros urbanos —ciudad de México, Madrid, Buenos Aires, Bogotá, por ejemplo—, se constata la existencia de variedades de lengua bien definidas, copresentes en lo que entendemos por lengua española y correlacionadas con factores lingüísticos, geográficos, variables sociales o situaciones de uso.
Hay cierto consenso en que los hábitos lingüísticos de los grupos más influyentes, en general dotados de prestigio, «considerados más importantes y mejores», ascienden a la valoración social más alta y, con ello, esos usos lingüísticos adquieren prestigio y se constituye en norma, promovida por centros de educación, leyes, obras literarias, medios de comunicación como la radio, televisión, cine, internet, etc. Esos grupos más influyentes se concentran en núcleos urbanos, políticos, económicos, culturales y sociales y se constituyen en focos irradiadores de producciones textuales, orales o escritas, que investigadas con la rigurosidad de los métodos actuales, dan como resultado los códigos escritos, en particular la norma culta. Así, al haber diferentes núcleos irradiadores, también hay diversidad en las normas cultas. El policentrismo lingüístico constituye un hecho reconocido por todas las instituciones que integran la ASALE. Gran error subsiste en corrillos cuando se habla de colonialismo lingüístico.
Desde el punto de vista institucional, en relación con la historia de nuestra hoy centenaria academia, un importante hito para la vida institucional de la Academia Costarricense de la Lengua y su trabajo de conformidad con sus competencias, fue la firma del Convenio Multilateral sobre la Asociación de Academias de la Lengua Española, conocido como el «Convenio de Bogotá», en julio de 1960, ratificado por el gobierno de Costa Rica mediante el decreto n.o 3191, del 13 de setiembre de 1963. Con aquella firma, el Estado costarricense se comprometió en estos términos: «De acuerdo con el inciso 10, artículo 140 de la Constitución Política de la República de Costa Rica, aceptarlo y ratificarlo, teniendo en adelante como ley de La Nación y comprometiendo para su observancia el Honor Nacional». El Convenio de Bogotá establecía que los estados signatarios debían apoyar moral y económicamente a la respectiva Academia, en el entendido de que debían proporcionarle una sede digna y un adecuado financiamiento anual para su funcionamiento.
Grande fue el periplo y muchas puertas de las autoridades gubernamentales costarricenses de turno hubo que tocar, para que en 2003, cuarenta años después de la firma, y mediante el decreto n.o 31303, se le asignara un espacio en el antiguo edificio del Banco Anglo, para cuya remodelación hubo que esperar ocho años más. En efecto, en la mañana del 23 de marzo de 2011 tuvo lugar la inauguración de la sede con una sesión solemne. En este lugar nos encontramos y aquí estaremos durante muchos años, porque afortunadamente es ley de la República desde 2017. En cuanto al segundo componente del convenio, desde 1990 el Estado le reconoció plena validez jurídica a la institución, y con ello el aporte de una modesta suma, con una desafortunada reducción anual, de tal modo que hoy en día apenas sobrepasa los nueve millones de colones por año. Como dice nuestra gente: hay que hacer de tripas corazón.
En la Academia Costarricense de la Lengua se ha trabajado con lealtad a sus competencias, con desprendimiento generoso, con vocación por excelencia y como un servicio y honra a la Patria, a la lengua española y a las literaturas escritas en ella, a la gran comunidad hispánica, al atesoramiento y creación de identidad esculpida en lo esencial del ser humano: la palabra. Per aspera ad astra; sí, esta andadura de siglo ha llevado a la Academia por trillos empinados, pero, con pasos vacilantes unas veces, más firmes otras, se construye hoy un valle en que han germinado aquellas simientes que, con tanto desprendimiento, vocación, amor y servicio, sembraron hoy hace cien años, entre otros, Julio Acosta García, Cleto González Víquez, Ricardo Fernández Guardia, Carlos Gagini Chavarría, Roberto Brenes Mesén, Joaquín García Monge, ejemplos de aquella pléyade de ilustres fundadores.