Artículo de: Mía Gallegos Domínguez
UNA LECTURA DE EL DESPERTAR DE LÁZARO
Cien años de una vida fecunda, con una importante obra literaria que reúne cuentos y novelas, así como de búsquedas espirituales; así se puede resumir la vida de Julieta Pinto. Una de sus novelas lleva el título de El despertar de Lázaro y sobre esta realizo una reflexión. Estructurada como un monólogo, dividido en capítulos, profundos y poéticos que transgreden la historia bíblica recogida en el evangelio de San Juan. En este se refiere a la gran amistad de Lázaro y de sus hermanas, Marta y María, con Jesús. Este sabe que Lázaro está enfermo, y le dice: «Esta enfermedad no es de muerte, sino para gloria de Dios, a fin de que por ella sea glorificado el Hijo de Dios». (Juan, 11, 4). Jesús se demora y no se devuelve a Betania en forma inmediata. Deja que pasen cuatro días y cuando regresa a Betania ya Lázaro está en el sepulcro.
Una lectura me volvía insistentemente a la mente mientras leía la novela de Julieta Pinto: El hombre rebelde de Camus. Así que me detuve a leer de nuevo lo que el francés dice sobre el rebelde metafísico, pues esta es la situación de Lázaro en este novela. A veces se puede pensar que el personaje es blasfemo; lo es, ya que increpa a Jesús y no está en absoluto de acuerdo con la resurrección. Este magnífico monólogo da cuenta de una ardua lucha interior de este Lázaro de Julieta Pinto. Pero ¿qué aporta Albert Camus?: «La rebelión metafísica es el movimiento por el cual un hombre se yergue contra su condición y la creación entera» (Camus 2020, 35), y añade: «La historia de la rebelión metafísica no puede entonces confundirse con el ateísmo. Desde un cierto ángulo, se confunde incluso con la historia contemporánea del sentimiento religioso. La rebelión desafía más que negar. Primitivamente, al menos, no suprime a Dios, le habla simplemente de igual a igual. Pero no se trata de un diálogo cortés. Se trata de una polémica que anima el deseo de vencer» (Camus 2020, 37).
Habla, asimismo Camus de la relación entre amo y esclavo, pero entre Jesús y Lázaro lo que existe es una estrecha amistad, que en la novela se ve turbada por las dudas del resucitado.
Mas, ¿cómo empieza la novela? Dice Lázaro:
¡Fue declarado culpable! Ayer lo escuché por boca de Caifás el Sumo Pontífice. Nadie reparó en el reflejo sumiso, propio de mi rostro, ni en mi cuerpo reclinado sobre una columna. Las palabras terriblemente breves, ahogaron mis oídos, y quedé sordo al clamor de los demás: gritos, alborozo, llantos, perjurios, misericordia y asombro; asombro de que se le pudiera condenar. Nadie quedó insensible a la sentencia. En mí se mezclaron el odio y el amor y fui sacudido por los espasmos del llanto y de la risa (Pinto, 1994, 7).
Según la perspectiva de la novela, estará entre la vida y la muerte sin poder recuperar ya más su estatura humana, tal y como puede verse en el transcurso de la obra y como se puede observar en párrafos posteriores. Con esta obra, la escritora acude a la intertextualidad (Kristeva), en cuanto a que parte de la historia que se plantea en el Evangelio de San Juan y la trasforma por completo. Para Kristeva «todo texto se construye como mosaico de citas, todo texto es absorción y transformación de otro texto. En lugar de la noción de intersubjetividad se instala la intertextualidad, y el lenguaje poético se lee, al menos, como doble»(Kristeva 1997, 3). Tal ha sido el proceso de transgresión con el cual Pinto lleva a cabo su obra.
La historia bíblica es muy distinta a la plasmada en la novela. La narradora creó un intertexto. De acuerdo con la tradición bíblica no se puede ejecutar una resurrección a los cuatro días, que fue el número de días que esperó Jesús para resucitar a Lázaro. De manera que según la tradición se trata de un verdadero milagro. Lázaro se encontraba en una cueva, al llegar a ella dice Jesús: «“Quitad la piedra”. Pero Marta, la hermana del difunto le dijo: “Señor, ya huele, pues está de cuatro días. Jesús le respondió: “¿No te dije que, si crees, verás la gloria de Dios?”» (Juan 11, 41). De inmediato retiran la piedra, desatan a Lázaro y Jesús exclama: «¡Lázaro, sal fuera!». Se ha realizado el milagro y este hecho va a convertirse en el punto en el que se decide la muerte de Jesús pocos días después y es así como empieza El despertar de Lázaro.
Al saber de lo acontecido, se reunieron en concilio pontífices y fariseos y dijeron: este hombre hace muchos milagros, si lo dejamos creerán en él todos y vendrán Romanos y destruirán nuestro lugar santo y nuestra nación. Entonces resolvieron matar a Jesús, quien para entonces se había refugiado en Efrén; era una fecha cercana a la Pascua de los judíos. Luego regresó a Betania y se reunió con Lázaro y sus hermanas. Es en esos mismos días en que Lázaro manifiesta su turbación en la novela de Pinto. Conviene detenerse en su lucha interior para comprender su humanidad doliente:
El ejercicio me ha agotado y mis pensamientos discurren velozmente. Si él tenía el poder de conservar mi vida, ¿por qué me dejó morir? Yo quería vivir y absorber el aire y la luz de todas las mañanas, calentarme con soles de verano y durante las noches reposar mi cabeza en un regazo tibio. Quería tener un hogar y envejecer junto a una larga mesa rodeado de hijos. (Pinto, 1994, 12-13).
Pero como señala Roland Barthes, «un texto está formado por escrituras múltiples procedentes de varias culturas y que, unas con otras, establecen un diálogo, una parodia, una contestación; pero existe un lugar en el que se recoge toda esa multiplicidad, y ese lugar no es el autor, como hasta hoy se ha dicho, sino el lector: el lector es el espacio mismo en que se inscriben, sin que se pierda ni una, todas las citas que constituyen una escritura; la unidad del texto no está en su origen, sino en su destino, pero este destino ya no puede seguir siendo personal: el lector es un hombre sin historia, sin biografía, sin psicología; él es tan sólo ese alguien que mantiene reunidas en un mismo tiempo todas las huellas que constituyen el escrito»(Barthes 1984, 71).
Al revisar la literatura anterior a El despertar de Lázaro, es necesario tomar como antecedente e intertexto el Lázaro de Betania de Roberto Brenes Mesén. De acuerdo con Albino Chacón y Daniele Trottier, con su novela «Brenes Mesén retoma el tema de la resurrección de Lázaro —un intertexto bíblico— para darnos su propia lectura de este pasaje del Evangelio: la resurrección se convierte en una reencarnación, con visos teosóficos, pretexto en el plano de la diégesis para activar una serie de imágenes dionisíacas. Un ángel ha tomado posesión del cuerpo de Lázaro y ello es el punto de partida para describir con todos los artificios formales la dulce y turbia ambivalencia de ser el mismo hombre sin serlo, en su relación incestuosa con María, su hermana» (Chacón y Trottier, 2003,198). En la novela de Pinto no se le da espacio a la reencarnación. Jesús dice lo siguiente: «Tienes otra oportunidad de vida. Nadie, absolutamente nadie, ha vivido dos veces en un mismo cuerpo; solo tú» (Pinto 1994, 11). En la novela de Brenes Mesén, cuyo enfoque es el de un teósofo, no se da la resurrección sino la reencarnación, de manera que este Lázaro se transforma en Eliezer.
Al respecto conviene tener en mente el significado de ambos nombres. «Lázaro» significa ayudado por Dios; «Eliezer», quien recibe ayuda de Dios. Al observar, resulta que el significado es casi idéntico. En la novela de Brenes Mesén, Lázaro es una especie de ángel, un ser reencarnado que debe enfrentar un combate. El pueblo en Betania lo ve como un príncipe y llama la atención su belleza física. En muchas ocasiones el Lázaro de Brenes Mesén se parece a Jesús en su magnificencia, lo que no ocurre con el personaje de la novela de Pinto, de quien todos le huyen: «Ahora las mujeres bajan los ojos cuando las encuentro en mi camino y se niegan a escucharme si llamo a sus casas» (Pinto 1994, 9).
La obra de Brenes Mesén es lúdica, sensual y sensorial. A la vez que se da el intertexto con el evangelio de San Juan, hace explícita referencia al Cantar de los cantares del Antiguo Testamento. Veamos: «Lázaro, impelido por imperativo impulso, desató la cabellera de María, por cuyas espaldas se descogió como una cascada de seda en manantial sin rumores. Luego desenlazó la fíbula de madre-perla que abrochaba la túnica por encima del pecho izquierdo. Abrióse la vestidura a modo de cáliz de azucena, dejando al descubierto el milagroso busto, hasta allí donde el cíngulo parecía ceñir y adelgazar la madura harmonía de la lira de las caderas» (Pinto, 37). Es en el desenlace cuando aparece la figura del Maestro, tal y como se le llama a Jesús en la novela; el Maestro muestra sus pies y se rememora el momento en que ocho años antes María de Betania se los había lavado con su cabellera olorosa al aceite de nardo. Entonces el personaje dice: «—Oh Maestro, vierte el Jordán de tu perdón sobre mi vida» (Pinto 1994, 37).
No obstante, es necesario señalar Conviene indicar, con Chacón y Trottier, que en toda la obra de Brenes Mesén «lo figurativo desarrolla sus propios focos de semantización: surge todo un lenguaje ligado a lo carnal, a la materialidad como principio activo y vital ante una espiritualidad pasiva y olvidada. Los símbolos sagrados —la figura de Cristo, el ritual de la última cena con el pan y el vino, el cáliz— son despojados aquí de su cualidad de evocar algo más: los objetos sagrados recuperan sus propiedades terrenales en detrimento de su vínculo de sacralidad» (Chacón y Trottier 2003, 198).
En la novela de Brenes Mesén, Lázaro-Eliezer profana la copa con la que bebió el vino el Maestro en la Última Cena, y además intenta un acercamiento amoroso con su hermana María. En contraste, en el poético monólogo de las páginas de Pinto, Lázaro es un hombre que sufre, que increpa, que no acepta regresar a una suerte de vida que no le satisface, luego de haber conocido la muerte: «Yo creía en la vida con la inocencia del que no pregunta nada porque todo le ha sido otorgado. La muerte me dio la conciencia de lo fugaz, mi libertad se paralizó y las ataduras que envolvían mi cadáver se trasladaron a mi espíritu. ¿Cómo decirle que no puedo perdonarle ese retorno a la vida ahora que ya conozco la muerte?» (Pinto ١٩٩٤,١٥). También hay escenas en las que el personaje busca en vano encuentros amorosas con mujeres de la aldea. Recuerda, por ejemplo, haber vivido relaciones con María Magdalena y el frustrado intento con una hetaira: «Veo venir a una mujer. Cimbra su cuerpo de turgentes formas. No distingo sus facciones pero su andar me agita. Me roza con su brazo. ¡Si me atreviera a decirle algo! Temo que reconozca mi voz. Se detiene bruscamente y sé que debo ser yo quién se acerque. Olvidando mis años de miseria pongo las manos sobre sus caderas y mis labios intentan apagar la risa que sale de los suyos» (Pinto 1994, 82). La hetaira lo reconoce y huye de sus brazos. Ya no podrá recuperar su humanidad este Lázaro ofendido, iracundo y dubitativo.
Volvamos a Barthes: «Hoy en día sabemos que un texto no está constituido por una fila de palabras, de las que se desprende un único sentido, teológico, en cierto modo (pues sería el mensaje del Autor-Dios), sino por un espacio de múltiples dimensiones en el que se concuerdan y se contrastan diversas escrituras, ninguna de las cuales es la original: el texto es un tejido de citas provenientes de los mil focos de la cultura» (Barhtes 1994, 69). Cierto es que se entrelazan mil focos de la cultura en ambas novelas. Además, hay que destacar el carácter dialógico que estas presentan aun cuando la obra de Pinto es un monólogo. Según Silvestre Manuel Hernández, la vida es dialógica por naturaleza: «Vivir significa participar en un diálogo […] El hombre participa de este diálogo todo él y con toda su vida […] El hombre se entrega por completo en la palabra, y esta palabra forma parte del tejido dialógico infinito de la vida humana. Cada pensamiento, cada vida, llega a formar parte de ese diálogo inconcluso con toda su personalidad, con todo su destino (en Llovet et al. 2005, 376).
El final de El despertar de Lázaro muestra al personaje vigilando la cueva donde Jesús ha sido sepultado. Espera con ansia su resurrección; por momentos se muestra incrédulo de que tal hecho ocurra, hasta que al final un resplandor lo hace ver que el milagro ha acontecido: «Si Él resucitase yo podría creer en esas palabras abiertas. En mi muerte pude haber conocido esa lucidez, pero fui devuelto de la sepultura con solo la duda por herencia. La alianza del Padre y los hombres se quebró en mí» (Pinto, ٣٢٩). De nuevo aparece el rebelde metafísico, quien blasfema contra la creación y contra Jesús, mas un poderoso sentimiento renace cuando todo se ilumina y descubre que la tumba está vacía.
Profanación, transgresión e incesto están presentes en la novela de Brenes Mesén; blasfemia, transgresión y rebeldía son los ejes de El despertar de Lázaro. Ambas obras son irreverentes. Aunque se trata de obras muy distintas y escritas en épocas lejanas entre sí, parten de las Sagradas Escrituras, pero en ambas lo más significativo es la transgresión.
bibliografía de referencia
Barthes, Roland. 1984. El susurro del lenguaje. Buenos Aires: Paidós.
Brenes Mesén, Roberto. 1932. Lázaro de Betania. San José: El Convivio. Consultada la versión 1.01. San José: Editorial Electrónica (Edel).
Camus, Albert. 2020 [1951]. El hombre rebelde. México: Editores Mexicanos Unidos.
Chacón, Albino y Daniele Trottier. 2003. «La inscripción de las mediaciones institucionales en Lázaro de Betania de Roberto Brenes Mesén y “Caballo de trote” de Quince Duncan». Letras 35 (2003): 197-209.
Hernández, Silvestre Manuel. 2010. Dialogismo y alteridad en Bajtín. Contribuciones desde Coatepec. México: Universidad Autónoma de México.
Kristeva, Julia. 1997. «Bajtín, la palabra, el diálogo y la novela». En Intertextualité: Francia en el origen de un término y el desarrollo de un concepto. Ed. Desiderio Navarro. La Habana: Casa de las Américas.
Pinto, Julieta. El despertar de Lázaro. 1994. San José: Red Editorial Iberoamericana Centroamérica.
La Santa Biblia. 1976. Madrid: Ediciones Paulinas.
Llovet, Jordi et al. 2005. Teoría literaria y literatura comparada. Barcelona. Ariel.