Boletín de la Academia Costarricense de la Lengua - tercera época

Poemas del reencuentro, la antología personal de Julieta Dobles

Año XVI, n.o 2. 2021    págs. 55--58
Artículo de: Arnoldo Mora Rodríguez

POEMAS DEL REENCUENTRO,
LA ANTOLOGÍA PERSONAL
DE JULIETA DOBLES

La poeta Julieta Dobles no necesita presentación, ni dentro ni fuera del país. Es una de las voces femeninas más connotadas en el arte de la poesía. Su trayectoria de más de medio siglo lo ratifica. Esta relevancia en el campo de la poesía ha sido reconocida en el ámbito internacional, como lo prueba la antología personal que publicó la Nueva York Poetry Press, en 2019, por iniciativa de la profesora Marisa Russo, especialista en poesía costarricense de la Universidad del Estado de Nueva York, donde la propia poeta estudió letras y obtuvo una maestría en literatura hispanoamericana. Además de la mencionada razón, que da prestigio más allá de nuestras fronteras a la poesía costarricense, esta antología merece destacarse porque fue hecha por la propia autora; la escritora ha hecho su autoantología, lo cual tiene el inconveniente de que siempre será incompleta, ya que, si tomamos una autoantología como el itinerario recorrido por la autora en vida, por definición nunca será definitiva. Si bien debe verse como un ejercicio de autorreflexión, cuya autoría le da gran credibilidad, dada la autenticidad de quien la recopila. Por todo lo dicho, el subtítulo de la obra con el que se encabeza el título este artículo.

Con una portada que alude a los temas tratados en el libro e inspirada en la estética posmoderna, con connotaciones que caracterizan al realismo social, el título de la antología Poemas del reencuentro, no ha sido hecho al azar ni ha sido capricho personal de la autora, sino que está imbuido de sentido y sugerencias; por lo que también es en sí mismo ricamente sugerente. Los poemas, aunque traten de diversos temas, aluden a personas concretas. Dobles habla de un «reencuentro», lo que lleva a preguntarnos con quién y por qué. Tratándose de una antología personal, la respuesta se encuentra en los propios titulares de la obra. Se está ante un reencuentro de la poeta consigo misma, luego de un largo itinerario existencial, gracias a su poesía. Ha alfombrado los senderos recorridos a lo largo de su vida con poemas, como el jardinero lo hace con flores. Esto sugiere que ha vivido un exilio de sí misma, pero la poesía la hizo encontrar en su itinerario la patria-hogar como Ulises y, en un segundo momento, como el Eneas de Virgilio, descubrir una Urbe, Roma, lo que demuestra la índole demiúrgica de la poesía.

Como frente a un espejo, la autora mira su imagen como el reflejo de su alma, pero lo que descubre es su poesía. El poeta Isaac Felipe Azofeifa afirma que la poesía es el poema; Dobles matiza esa afirmación al darnos a entender que el poeta es su poesía, de la misma manera que la poesía es el poeta. Desde el punto de vista de la lógica formal, estamos ante una tautología; todo principio primero del ser y del pensar es tautológico, pues implica que no hay un más allá. Estamos ante el ser como ser (Aristóteles), ante la presencia del Absoluto como la Idea en-sí y para-sí, (Hegel). De esta manera, la poesía ha devenido en religión, como lo intuyó Schelling y, con él y como él, los románticos, y el poeta su sacerdote o sacerdotisa. La poesía es el ritual o ceremonia con el que se rinde culto al misterio de la existencia, vista como presencia total (Lavelle) y el poeta como el demiurgo que, con su arte como acto creador, vuelve una y otra vez, al instante mismo o inicio del tiempo de la creación del universo. Más que un oráculo de Delfos (Platón), el poeta es un demiurgo a la manera de Sísifo (Camus), que les arrebata a los dioses el fuego, símbolo de rebeldía, pero también de vida, luz y amor.

Pero nos hemos adelantado poniendo de manifiesto el trasfondo filosófico de lo que será el fin de este largo, hondo y conmovedor itinerario existencial de nuestra poeta. Como todo sendero, el de Julieta Dobles tuvo su comienzo, que solo tiene sentido si lo vemos como la aurora que nos permite vislumbrar el arrebol del ocaso, fin y meta del itinerario que llamamos vida. Echemos un rápido vistazo a ese comienzo, algo paradójico. Los orígenes de Julieta Dobles como poeta son sui generis; no comenzó por dedicarse a la poesía, sino a una ciencia, la biología. No obstante ello, la escritora ha dicho repetidamente que le debe su amor por la poesía a su madre Ángela Yzaguirre, nacida en Costa Rica pero de padres cubanos, quien en la niñez de Julieta le enseñó a amar a las grandes poetas hispanoamericanas: sor Juana Inés de la Cruz, Juana de Ibarbourou, Alfonsina Storni, pero también a otras voces como las de Rubén Darío, José Martí y Pablo Neruda. Dobles estudió biología en la Universidad de Costa Rica, en la que obtuvo su bachillerato, que complemento con una licenciatura en la enseñanza de las ciencias. Dada su vocación de maestra, dedicó diez años a la enseñanza en colegios de secundaria.

Pero la maternal impronta del amor no cesaba de recordarle que la inocente aunque inquisidora mirada de los niños siempre nos acompañará como adultos; por lo que «mirar con inocencia» —como el título de uno de los libros de cuentos de escritor Alfonso Chase— es retornar a las fuentes prístinas de la vida; la que nos hace lanzar una mirada a todas las cosas, especialmente a aquello que nos rodea; es lo que hace de la vida un poema y del poeta su corazón, hace del poeta el testigo privilegiado que penetra sigiloso en el santuario de la vida asumida como misterio sacramental. Esta concepción de la existencia lleva de forma natural a nuestra escritora a entrar en contacto con el Grupo de Turrialba, cuyo pronunciamiento o proclama en pro de la autenticidad y unicidad del lenguaje poético y con Laureano Albán como su corifeo, constituyen un cambio cualitativo en la historia literaria costarricense. Conoce en el grupo a quien sería su compañero por muchos años, Laureano Albán; juntos procrearían abundante prole, a la que Julieta dedica en esta antología conmovedores poemas, lo mismo que a sus padres.

Con estos antecedentes, nos preguntamos cuál podría ser la corriente estética a la que adscribir la obra de Dobles. Se la ha calificado de «postmodernista»; pero decir eso equivale a decir mucho y no decir nada. Una definición tal viola el principio establecido por la epistemología, según el cual una definición no puede ser negativa, pues la negación dice lo que una cosa no es pero no dice lo que ella es, lo que por definición es la función de una definición. Para el caso, el prefijo post- implica un aspecto cronológico, lo que equivale a decir que Dobles hace poesía después del clímax alcanzado por la corriente modernista; pero lo mismo podríamos decir del romanticismo, para el cual la poesía es un arrebato pasional, irracional. Julieta Dobles mantiene una actitud de sabia serenidad, incluso cuando habla de experiencias desagradables o lanza denuncias sociales, sobre todo frente a las agresiones de que son víctimas inocentes los niños pobres. Si vamos a situar en alguna corriente estética la obra poética de nuestra poeta debemos considerar los antecedentes de su formación científica, a la cual nunca renuncia, puesto que ella acude cuando se refiere a la naturaleza y hablar de los árboles dándoles su nombre científico. Por eso me atrevo a neologismo: Julieta Dobles no es realista ni romántica; crea en nuestro medio una corriente estética, la del objetivismo. Si bien pasó por un primer período subjetivista, lo contrapone en un segundo período a un talante objetivista hasta llegar posteriormente a un tercer y definitivo período en el que se devela la dimensión filosófica, que le permite mostrar su madurez y encontrar el sentido último de la existencia en el ser y quehacer de la poesía. Sujeto y objeto, dialécticamente opuestos en razón de las normas epistemológicas propias del método científico, son claves para entender sus dos primeros períodos para, finalmente, llegar a su culminación en la creación poética de la palabra como rasgo constitutivo de lo humano. Eso es lo que hace única a la poesía. Solo en ella se manifiesta la vida como permanente sorpresa (Heidegger) y como milagro que despierta incontenible admiración (Aristóteles).

En Poemas del reencuentro son distinguibles tres etapas: la primera o subjetivista de talante claramente existencialista, en que dominan los temas clásicos en esa corriente: el otro (Mitsein de Heidegger), la muerte (zum Todesein, también de Heidegger), la tristeza, la ausencia y búsqueda del amado. En una segunda etapa, en contraste con la anterior, el descubrimiento del mundo exterior, tanto geográfico y cultural (Israel, España, Nueva York) como del entorno familiar, objeto de la inspiración poética de la viajera en su madurez. Esta última etapa culmina, en una primera fase, con el reencuentro con el entorno familiar. Finalmente, como cosecha ubérrima de una larga y luminosa travesía, en la última parte de esta etapa final se devela la dimensión filosófica de la poesía, que explicita en sus grandes líneas. De mi parte, sólo puedo lanzar, salida del fondo de mi corazón, esta exclamación: ¡Gracias, Julieta, por ser lo que has sido y por seguir siéndolo!