Boletín de la Academia Costarricense de la Lengua - tercera época

Al filo de la palabra

Año XVI, n.o 2. 2021    págs. 27--29
Artículo de: Flora Ovares Ramírez

AL FILO DE LA PALABRA

El libro de poemas de Carlos Francisco Monge, El amanuense del barrio, lo publicó en 2017 Editorial Círculo Rojo (Almería, España). La obra se divide en dos partes: «El ruido escondido» y «Contra la herrumbre». Estos títulos confirman la aseveración de la contratapa de la edición, que alude al proceso poético como «la aventura de una revelación» y como un intento de enfrentar el transcurrir del tiempo. El trabajo muy cuidadoso con el lenguaje, el equilibrio entre el decir y la sugerencia, el manejo discreto de los intertextos literarios, la indudable profundidad de las preguntas existenciales, llevan a quien lee a dar con múltiples significados a estos poemas. Por mi parte, quisiera compartir las siguientes reflexiones personales ante la experiencia de la lectura del poemario.

El hablante recorre las ruinas de la ciudad desolada. En su recorrido, presiente la precariedad del equilibrio que aún mantiene ante el llamado inexorable del abismo, el silencio y la oscuridad. Caminante escindido, revisa su existencia: cuestiona a su sombra, al doble, que toma formas inesperadas ante su paso:

¿Y quién soy yo, quién eres tú;

qué sombra es esa que acompaña

como loba hambrienta.

[...]

¿Quién eres tú, quién yo; qué loba hambrienta

devora las palabras,

los deseos, los ruidos necesarios,

la victoria del tiempo ante un mar sin arenas?

[«De la voz y una sombra»]

No he sabido vivir, lo reconozco,

Como ese pajarillo que se posa,

entre la sombra, frente a la ventana.

[«La ventana»]

La mirada hacia sí mismo revela la interioridad, el espejo le enseña la verdad, lo define, le muestra las carencias, los logros, los anhelos:

Ese cuerpo eres tú, sin más contorno

que unas palabras locas que te cercan;

sin temblores, sin refutaciones,

hecho de una materia suspendida

a mis ojos voraces, solemnemente fijos,

repitiendo tu sombra...

[«El espejo»]

Pero a la vez es ese otro quien ofrece el refugio posible, el que ante la tentación del silencio le dicta al poeta lo que escribe, el que lo salva del abismo:

Alguien nos echará una mano

para decir las cosas precisas,

las que no brotan

por más que estrujemos el pecho,

la garganta

[«Poema de la sombra en el risco»]

A lo largo de su marcha por las calles, el hablante intenta el retorno al origen, a ese pasado que se muestra, como siempre, irrecuperable o que se deja conjurar sólo durante unos instantes, enlazado al amor firme de la madre:

Retornar a la casa, misérrima, derruida,

hurgar en los armarios, donde solo hay polillas,

llaves torcidas, trajes cenicientos,

madejas inconclusas,

y la voz de la madre y la sombra del padre

[«De la voz y una sombra»]

Paca, Paquita, Paqui,

doña Paquita para el vecindario,

y solo madre madre

para este triste edípico

que retorna a tu sombra, a tu seguro espacio,

a tus espejos.

[«Sombra»]

En este periplo también la ciudad desolada le resulta un espejo. Como este, muestra esa desnudez descarnada y triste, se presiente es la ruina, vestigio del trascurrir temporal. Pero asimismo, como también sucede con el hablante, en la desolación se insinúan vislumbres de luz y belleza:

Y en el peligroso andar, entre vagones derruidos

y plazas sin memoria, por callejones

donde unos cuerpos aman o se acaban,

cuánto se sabe de la luz, de los vértigos de felicidad,

del círculo perfecto entre los garabatos,

cuándo de una mirada que vuelve a la memoria

y se torna río, caudal, árbol incandescente,

salvación del desierto,

a cualquier hora, en la ciudad ruidosa, desvalida,

ávida de belleza y redención.

[«Callejones»]

El recorrido del poeta por la ciudad, el anhelo de retorno al pasado, la mirada a los ojos de ese otro que es su sombra, conducen a fijar la palabra como el refugio final, el asidero último ante el tiempo y el olvido.