Artículo de: Víctor Hurtado
LAS CRIATURAS IMAGINARIAS DE
FABIÁN DOBLES
Paisano de Miguel de Cervantes ―no en tiempo ni en lugar, sino en el modo―, el escritor costarricense Fabián Dobles nos alegró con un lenguaje: clásico y popular, presente y antiguo. Habría que imaginar así a don Fabián, como un Cervantes que cumplió su ilusión negada: viajar al Nuevo Mundo, donde voces de bronce americano le hablarían otra vez en español. Su reino de hidalgo segundón no sería ya la meseta castellana de aridez sin esperanza, de llanos hechos polvo por el Sol, sino la meseta confusa de selvas, con su mar de lluvias, y, más allá, los llanos y las playas donde el verde y el azul buscan al pintor que los entienda. Andantes, caballeros, uno y otro hicieron lo mismo con su gente: oírles el decir, tan fresco que se les desharía en las manos si no lo fijasen pronto por escrito. Ver, oír y escribir. Oyendo y hablando, tan joven era don Fabián que ni veinte años gastaba, y ya era hombre consentido del humor. Iba de puerta en pueblo, echando oídos como lazos, y «dábase a pastar a gusto los cariños» lanzando «una risa de las que se manda quedar de muestra: pura agua fresca de río».
De los dos grandes barrios de la prosa española, Fabián Dobles habita en el de Miguel de Cervantes, no en el de Francisco de Quevedo. Este don Francisco se inclina hasta caer en la concisión: «Flor con voz, volante flor, / silbo alado, voz pintada» (un jilguero): cuatro metáforas y una sinécdoque en nueve palabras. Quevedo es un verbo sentencioso y rápido, como el de un hombre perseguido por el tiempo, y un extremista del remordimiento y del sarcasmo, no del humor. Grandísimo, genial, don Francisco de Quevedo es el perenne insatisfecho que nunca está de fiesta humana, sino de bronca con todos los destinos. En cambio, Cervantes es plácido y largo. Con tino, opinaba Eugenio d’Ors: a Cervantes, «la lengua lo lleva, y no él a ella; pero, en ese dejarse llevar, él mismo se regala y regocija, y bien se nota que da aire y ayuda a quien lo lleva, como un buen jinete a su caballo» (El valle de Josafat). Igual ocurre con los meandros de la prosa de Fabián Dobles, gozosamente dichos como si trajeran ellos mismos la mañana.
En Literatura y manierismo1, Arnold Hauser halla cierto sadismo en Cervantes cuando este maltrata a don Quijote; pero, lejos de destrozos de muelas y tormentas de palizas, don Miguel ama a don Quijote y, en general, a todos sus personajes. En Fabián Dobles se encuentra también ese candor ―acerado por la justicia―, que lo hace mirar humanamente a sus tantos personajes. La escritura de antes era un milagro que se hacía a mano, y las Historias de Tata Mundo son un prodigio minucioso que guarda sus secretos con descuido: arca como libro abierto para quien desee leer sin prisa.
Las Historias de Tata Mundo aparecieron en la forma de libro en marzo de 19552; El Maijú y otras historias de Tata Mundo, en junio de 1957 (sumados, ambos son el libro que conocemos)3. Ya en fecha tan temprana como mayo de 1957, Joaquín García Monge formuló un juicio esencial: en el libro de Fabián Dobles «interesa al lector culto el idioma en que están recogidas las historias». Don Joaquín lo dice: por un lado, el lenguaje artístico, personal, intencionado; por otro, el origen popular de las historias. Forma y fondo, lenguaje y argumento, se unen y se diferencian. Las Historias... no son el primer ni el último libro de la tradición literaria campesina y costarricense; no abren ni cierran: desbordan lo dicho y lo que estaba por decirse. Por tanto, no reside en «el asunto» el valor central del libro.
Tata Mundo tampoco inventa el lenguaje «concho», campesino; aquí se estiliza el texto, contaminado bellamente por un hombre culto. Sin Siglo de Oro no hay Tata Mundo. Ya alguien dijo que, antes de que apareciese el conde Tolstói, no había un verdadero campesino en la literatura rusa; en algo de eso andaba Fabián Dobles. Tampoco es, pues, «la oralidad» el secreto de este libro admirable. ¿Será el secreto el dominio de la trama: el ordenar con gracia las anécdotas? No realmente pues esta artesanía vive en otros autores y hasta en un abuelo que narre historias en la plaza.
Quedaría por sospechar de la viveza (de la vida) de los personajes y del color de los ambientes. Estando ―como están―, ambos valores tampoco hacen de las Historias... un libro prodigioso. Otros autores costarricenses supieron convencer con personajes y escenarios. Entonces, ¿qué? Entonces, queda lo predicho por García Monge: el puro, creador, dorado arte de decir las mismas cosas con ingenio nuevo. Este ámbito secreto es el dominio de las figuras literarias (o retóricas), que en Fabián Dobles es espléndido.
Las Historias… son un continuo acierto de originalidad y de belleza en el que lo popular no resta, sino suma: «se le aprontaba el regreso»; «apenas encontré un hueco, me volví humo por él»; «como la vida da sus vueltas de carnero»; «se pasó por la cara como nueve caras distintas»; «don Ciriaco se había vuelto muy viejo, y ya no le gustaban los relojes porque eran como mirarle la cara al tiempo, que ya se le hacía chiquito». ¿Cómo oscilaba la luz de unas candelas?: «parpadeaban de sueño». ¿Se murió?: no, «se pasó a vivir en el otro mundo». Sería arduo añadir citas pues tampoco es cosa de copiar el libro entero. Solamente la presencia pródiga, variada y hermosa de figuras convierte un texto en literatura. Lo demás puede ser cuento plano, novela sosa o documento del pnud.
Como todos los perennes escritores, Fabián Dobles supo que el secreto de la prosa está en obrar, en ella, los milagros de la poesía: poblarla de figuras, de las «criaturas imaginarias» ―metáforas como unicornios― que llamó José Ortega y Gasset. Claro está, don Fabián añadió lo que le fue inevitable: talento innato. Se nace Dobles, se nace Rafael, se nace Mozart. ¿Qué nos queda a los otros? Agradecer la excepción de que existan aquellos que nos hacen felices. Fabián Dobles sembró así una obra maestra que aún nos desafía buenamente, árbol enorme de sombras luminosas: no del costumbrismo, no del mero aquí, sino de la gran literatura escrita en español. «¡Ah, sabrosera!».
Bibliografía de referencia
Dobles, Fabián. Historias de Tata Mundo. San José: Imprenta Trejos, 1955.
Dobles, Fabián. El Maijú y otras historias de Tata Mundo. Prólogo de J. García Monge. San José: Ediciones del Repertorio Americano, 1957.
Dobles, Fabián. Historias de Tata Mundo. San José: Editorial Universidad Estatal a Distancia 1998.