Artículo de: Carlos Francisco Monge Meza
LAS CATEGORÍAS LITERARIAS
DE ROBERTO BRENES MESÉN:
PÁGINAS PIONERAS DE LA TEORÍA
LITERARIA EN HISPANOAMÉRICA1
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Hace casi un siglo, en 1923, apareció en una imprenta de San José de Costa Rica un pequeño libro titulado Las categorías literarias2. Su autor: el poeta, ensayista y filólogo Roberto Brenes Mesén, quien además gozaba de prestigio como buen gramático, crítico literario y profesor de lenguas. La obra ejerció cierta y limitada influencia en los estudios sobre literatura que en el país centroamericano se estaban desarrollando, sobre todo los de historiografía literaria, porque en el medio en que nació no pudo alcanzar mayor reconocimiento que el respeto a su autor, erudito y maestro de muchos.
No fue sino hasta 1949 cuando el connotado pensador cubano José Antonio Portuondo se refirió de paso a aquella obra —que estimó como «folleto»— en una disertación leída en La Habana, «Situación actual de la crítica literaria hispanoamericana», en que hizo hincapié en la necesidad de «una ciencia o teoría literaria en que fundar la crítica y la historia de las letras», añadiendo que en Hispanoamérica existía la publicación de Brenes Mesén, con esa misma aspiración3. Volvió sobre el mismo asunto tres años después, al sostener que ante la falta de una adecuada teoría literaria, había que «hallar una teoría literaria idónea, que supere la servidumbre de las disciplinas literarias a otras ciencias igualmente en crisis: la historia, la psicología, la sociología, la filología o la política. Entre los más empeñosos solicitantes de esa ciencia literaria está, precisamente, un hispanoamericano bien conocido en las universidades de los Estados Unidos, el costarricense Roberto Brenes Mesén»4. Veinte años después, otro cubano, Roberto Fernández Rematar, recogió aquella primera observación y fue un poco más allá, al conjeturar con buenos argumentos que Las categorías literarias parecía ser «el primer intento orgánico de una teoría literaria en nuestras tierras». Se refería, claro, a Hispanoamérica5. Posteriormente, otros estudios dedicados al tema, sin ratificación ni refutación adoptan este hecho solo en apariencia anecdótico, como en el manual Las teorías literarias en América Hispánica, de Manuel Matos Moquete6.
Para poner las cosas en su justa medida, no basta con haber señalado de paso la aparición, casi al amanecer del siglo xx, de una obra que ponía desde muy temprano en el medio académico hispanoamericano un asunto motivo de nutridas y variadas discusiones: el estatuto teórico de una ciencia para el estudio del fenómeno literario, como hecho artístico, como hecho lingüístico y cultural. Cierto es que después de aquellas páginas siguieron obras de mayor desarrollo y con mejor instrumental conceptual, que pusieron sobre la mesa problemas esenciales que aún hoy se siguen debatiendo: el estatuto de las literaturas regionales, la aplicación de modelos teóricos originados en otras latitudes y conforme a tradiciones literarias ajenas, a un conjunto distinto de obras, la crítica a los dogmas de la retórica y de las preceptivas añejas a la producción de nuevos discursos, etc.
Las páginas que siguen no intentan más que escudriñar, con un poco de detenimiento, los alcances de aquellas primeras observaciones de Portuondo y de Fernández Retamar sobre Las categorías literarias, que postulamos aquí como «páginas pioneras de la teoría literaria en Hispanoamérica». Merecen, además, la atención contemporánea, con una reedición anotada que pueda recibir una eficiente y efectiva difusión en el medio académico.
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Volvamos a nuestro autor. Roberto Brenes Mesén (1874-1947) fue un buen poeta modernista centroamericano, quien además desarrolló una notable labor como gramático, ensayista y crítico literario. Fue coetáneo de otros grandes pensadores hispanoamericanos que dedicaron páginas fundamentales a la teoría y a la historiografía literarias, como Pedro Henríquez Ureña y Alfonso Reyes. También lo fue de los poetas modernistas Amado Nervo, Enrique González Martínez, Guillermo Valencia y Leopoldo Lugones. Puestos en España, podría quedar a medio camino entre la generación del 98 y la del 14, años más, años menos (Baroja, Azorín, Machado, Pérez de Ayala).
Las categorías literarias no es un tratado de teoría literaria, stricto sensu, sino un esbozo de algunos problemas que con posterioridad tendrían en Hispanoamérica desarrollos más acabados (pensemos en El deslinde, de Alfonso Reyes, de 1944). Es un tomo de ochenta y siete páginas, dividido en veintiocho secciones, cada cual dedicada a un tema que genéricamente el autor toma como categoría literaria. Se traza cinco objetivos: (a) distinguir entre los propósitos de la crítica literaria, por lo general evaluativos, y las reflexiones con validez generalizable sobre los rasgos esenciales del hecho literario; (b) darles forma articulada y rigurosa a ciertas nociones del oficio literario, no como asunto relacionado con el talento o virtudes de un escritor, sino como hecho lingüístico y como fenómeno estético-discursivo; (c) poner en entredicho, por insuficiente y reduccionista, la preceptiva literaria de la tradición libresca y pedagógica, incluidos los principios conceptuales enraizados en la retórica aristotélica; (d) diferenciar entre las nociones de categorías literarias, establecidas y consolidadas por la retórica prescriptiva, y los principios que subyacen en el proceso de producción del lenguaje literario, independiente de corrientes, modas o épocas; (e) rebatir las aproximaciones logicistas, propias de la gramática normativa y de los modelos normativistas, tanto para el ejercicio de la escritura como para su análisis.
Todo hace pensar que la obra formaría parte de un plan general mayor, que su autor no pudo cumplir después. El tomo se cierra con esta nota del editor: «Capítulo primero de una obra de mayor consideración; se edita por separado para servir a un propósito literario del autor»7. Es probable que Brenes Mesén se haya propuesto un tratado que incluyera los grandes problemas sobre estética, literatura y crítica que se discutían aquí y allá, pero dispersos en las conversaciones de los ateneos, en artículos de revistas o en otras publicaciones, por lo general también breves y parciales. Con toda seguridad, echaba de menos el orden, la sistematicidad y principalmente la disposición teórica.
El título resulta, si no engañoso, insuficiente, pues Brenes Mesén pone en evidencia la inexactitud o inoperancia de algunas de tales categorías para el acercamiento riguroso al hecho literario (que no a las obras concretas, por ser asunto aparte). Se refiere a ciertas categorías literarias establecidas por la retórica tradicional (o sea, la de raíces aristotélicas), para examinarlas críticamente y en la mayor parte de los casos refutarlas. La retórica aristotélica (de la Poética y de la Retórica) no ha servido sino para fijar normas de taxativa aplicación, tanto para quienes se proponen crear obras literarias como para quienes las analizan y juzgan. Esto ha provocado una suerte de círculo vicioso activado por un pensamiento dogmático, irreflexivo y sin solución de continuidad. Además, se atenta contra una mentalidad analítica, tan necesaria para analizar los factores que constituyen el hecho literario, allende doctrinas, normas o rígidas tradiciones escolásticas.
Brenes Mesén partió de una premisa que para nuestros días puede parecer elemental por axiomática: todo intento de construir una teoría de la literatura que apunte a definiciones esenciales del objeto de estudio tiene que deshacerse de normas o convenciones fijadas por una tradición, unos gustos o unas reglas. En sus páginas no se refiere a la objetividad ni se traza como propósito una fórmula explicadora de toda manifestación literaria, o de la literatura misma. Sabe que podría caer en la misma trampa del pensamiento dogmático o doctrinario. Lo suyo es otra cosa: busca más amplias y mejores respuestas a la persistente pregunta ¿qué es la literatura?, con independencia del pasado y sin atenerse a creencias inveteradas. «En vista de las obras literarias de todas las lenguas y de todas las épocas —sostiene—, crear una teoría del arte que dé cuenta de la estructura interna de todas ellas —con todo cuanto esto implica— es labor que aguarda su Humboldt, su Darwin o su Spencer. Habría que encararla sin predoctrinas ni preconceptos literarios de ninguna especie»8. He aquí una noción clave: la estructura interna. Si bien después va a referirse a otros factores extraliterarios e incluso extratextuales (cánones preestablecidos, tradiciones, corrientes y, desde luego, la historicidad de las poéticas), Brenes Mesén trató de atinarle al espacio de la relativa autonomía del objeto de estudio, para una teoría formal de la literatura: el texto en sus procedimientos verbales de significatividad. Si nos atuviéramos a los nombres de la ciencia a los que alude en la cita, buscaba recabar en la obra literaria su reino, sus clases, su orden, su especie. Dicho de otro modo, separar el grano de la paja; esto es, «deslindar», como trataría de hacerlo después el mexicano Alfonso Reyes, lo literario de lo no literario.
Brenes Mesén fue un poeta modernista por ejercicio y por pensamiento. Siguiendo a los grandes maestros del movimiento, su proyecto generacional en materia estética y literaria apunta a una transformación del lenguaje poético y del concepto mismo de la poesía. Esa transformación, desde luego, no se reduce a la creación literaria sino también al pensamiento sobre la literatura, y con ello una manera no menos moderna de concebir y ejercer la crítica literaria. Y hay que añadir que a un nuevo proyecto de la crítica correspondería una idea de sus fundamentos conceptuales; esto es, una nueva teoría literaria.
El punto de partida del ensayo consiste en una revisión de los postulados de la retórica aristotélica, desde su originaria formulación hasta su prolongación: la poética horaciana, el Renacimiento, el pensamiento de la Ilustración, antes de la irrupción del romanticismo literario. Critica, por su base logicista, el examen del objeto literario como suma de reglas aplicadas al discurso, que hizo de la retórica tradicional (que así la denominará) un aparato prescriptivo, normativo y conminativo. Como antes lo había hecho José Enrique Rodó —uno de los autores que sin duda alguna leyó con fervor—, Brenes Mesén no deja de lamentarse de la rigidez de los manuales de retórica para usos pedagógicos, que no solo predisponen al aprendiz sino que reafirman una idea del ejercicio literario (y de su aprendizaje) basado en reglas de escaso valor, cuando se tiene en mente un proyecto más integral para conocer el fondo del hecho literario9.
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De tal retórica tradicional se detiene en dos tipos de asunto; unos, que podríamos llamar «menores» (que no sin importancia) y otros de mayor calado (ver sección 4). En cuanto a los primeros, hace un recuento de ciertas categorías establecidas por la retórica, de alcance específico sobre el estilo; en cuanto a los segundos, plantea nociones más complejas relacionadas con la formación y análisis del discurso literario. Su primer avance conceptual —temprano para la época en que lo postula y teniendo en mente su acotado contexto cultural— es resistirse a la idea de que el literario es un lenguaje marcado; es decir, distinto y sujeto a las prácticas y recursos de un uso presuntamente neutro o propio; las palabras como están en el diccionario. Rechaza que las figuras literarias sean solo una ornamentación, con fines estéticos. Para la retórica tradicional, lo que separa y distingue al lenguaje literario del ordinario es que a aquel se le dota de lustre y galanura. Al separar el lenguaje directo (el llano) del ornado, la retórica deja de lado el conjunto de la composición, al hacer hincapié en el análisis del lenguaje como un asunto de estilo. «Como al gramático —sostiene—, al retórico se le escapan la concepción del conjunto, la emoción total de la obra, la armonía integral de la concepción, el alma misma de la obra que analiza»10.
Pasado el análisis de las figuras literarias como ornamentación, pasa revista a otras tantas: la claridad, la sencillez, la corrección y el uso apropiado de la lengua. A cada una de ellas los retóricos les atribuyen virtudes esenciales que el buen escritor cumple como deber. A ello antepone dos factores; por un lado, que ninguna constituye una noción teórica sino una preferencia del gusto o, en el mejor de los casos, un procedimiento para garantizar que la lectura de la obra sea precisa y eficaz. La claridad no es una cualidad de estilo sino una condición de la mente del autor. Como poco tiene que ver con la intelección del vulgo, no cabe la formulación de disposiciones preceptuadas.
En rigor, los postulados de la claridad y la sencillez no son asuntos inherentes al discurso literario; pertenecen al ámbito de la lectura (al del consumo, se diría en la terminología actual). «El genio que escriba con la mirada fija en la comprensión inmediata del vulgo traiciona su destino. Secundaria labor —noble, es verdad— de popularizar la belleza, déjese al periodista, al educador, al político, al predicador. No aspire el artista a realizar ambas cosas a la vez. Desgraciado el artista que mide su valor —inconsciente de sí— mirándose en el espejo empañado de la opinión del vulgo»11. Esta tesis, que parecería una dura recriminación, apunta a fomentar el estudio y análisis de la obra literaria como entidad autónoma, como hecho verbal, independiente de asuntos de autoría (intenciones, proyectos del escritor) o de las opiniones que se podrían esperar (y también proyectar) de parte de los lectores.
La autonomía asociada a la índole ficcional el discurso literario, también ha de dejar de lado la prueba de la verdad, el vínculo, por la vía del cotejo, entre una obra literaria y el mundo extralingüístico. «La verdad es objetivo de la ciencia, de la filosofía —nos dice—; pero no es el fin del arte ni descubrir, ni servir la verdad»12. Así, la mencionada sencillez no tiene por qué plantearse ni como un problema epistemológico (verdad/falsedad, por ejemplo), ni ontológico (¿es la sencillez estilística un rasgo propio del lenguaje literario?). La sencillez no se opone al ornato, porque no existe un acto de habla absolutamente neutro, o en su grado cero (si se adopta hoy día el concepto barthiano), ni siquiera en el discurso de la ciencia. La sencillez se opone al lenguaje banal, al lugar común, a la vacuidad del sentido.
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Los asuntos de mayor calado son nociones sobre la formación y el análisis del discurso literario. El primero de ellos es una crítica a ciertos principios epistemológicos de la retórica aristotélicas y que los tratadistas que las siguieron convirtieron en dogma. Las teorías o conceptos sobre el discurso literario no pueden partir de lo observado en un corpus específico, en una literatura concreta. Con todo y el indudable rigor conceptual y analítico expuesto en la Poética, así como la sistematización de las estrategias discursivas de la Retórica, de ello no se podrían extrapolar generalizaciones valederas para otras manifestaciones culturales y literarias, por ser esencialmente distintas a los textos griegos tratados por el filósofo. «Su clasificación de los géneros —sostiene— debió necesariamente ser parcial; sus reglas demasiado estrechas, si bien formuladas como para ser absolutas y definitivas. El error de capital importancia cometido por el filósofo fue precisamente la catolicidad de sus afirmaciones, careciendo de fundamento para esa universalidad. Fue demasiado aristotélico para imaginar nuevas posibilidades. En esto ha consistido el grave mal de las letras: muchas de las más hermosas obras del genio humano se engendraron y nacieron fuera de la ley aristotélica. Luengas batallas han debido pelear para hacerse reconocer. Todos los nuevos movimientos literarios han debido realizarse combatiendo las doctrinas aristotélicas o las de sus continuadores y representantes, para quienes los géneros se petrificaron y las categorías literarias se estereotiparon»13 (LCL: 10-11). Esto supone consecuencias: por una parte, la relativización de las teorías generales cuando se trata de objetos culturales (las leyes físicas no son análogas a las formuladas en las ciencias sociales); por otra, la conciencia sobre las particularidades de las literaturas, tanto por su condición histórica como regional. En su mente flotan de cerca las ideas del americanismo literario14; al mismo tiempo se podrían vislumbrar proyectos de una teoría literaria hispanoamericana, que media centuria después serían tema de debates conceptuales y políticos, proyectos de una emancipación cultural e ideológica15.
Agrupables como problemas de relacionados con el hecho literario como discurso están las observaciones a propósito de tres asuntos, preceptuados por la retórica tradicional: distinguir los géneros literarios solo por sus aspectos formales o externos; el analizar las partes del texto o del discurso, sin considerar el conjunto; separar entre forma y fondo, arraigado procedimiento, como modo de análisis. Con ello, insiste en que la nueva teoría literaria —para los tiempos que corrían, se entiende— debe considerar a un tiempo lo literario como unidad, si bien con sus dimensiones lingüísticas (es un texto verbal), cosmovisionarias (transmite cierta interpretación de una realidad) y de especie ontológica (es un universo autónomo, configurado como ficción); todo ello como una gran unidad compositiva.
Mención aparte requiere el tema del plagio, por la novedad del asunto y por la solución argumentativa con que trató de resolverlo. Como lo había dicho de la sencillez en cuanto categoría literaria, para Brenes Mesén el plagio no existe. La literatura se construye sobre la base de una extensa tradición, en que las sucesivas obras literarias entablan un diálogo con ella y con obras concretas. Todo ello dentro de cierto ámbito reconocible; por ejemplo, la tradición de la literatura escrita en lengua española. Se refiere con brillantez al trato que se le podría dar al arcaísmo como recurso estilístico, análogo al empleo de discursos literarios que evoca textos previos: «El lenguaje es una larga cita. La sabiduría con que él acuñó la raza parece haber dejado su aroma en esos diminutos arcones de la estirpe que son las palabras con que se crea la obra de arte»16.
Si bien para Brenes Mesén nihil novum sub sole, la literatura es un fenómeno en constante cambio, porque los gustos, las condiciones de la cultura, las tendencias o factores exógenos repercuten en ello. Lo que aparentaría ser un «plagio» estaría más cerca de lo que hoy día se entiende como intertextualidad, ni más ni menos. Ni la literatura ni el arte evolucionan; son fenómenos sociales y de interpretación histórica y, por tanto, asociados a un aspecto que en la época en que Brenes Mesén redacta su ensayo resultaba novedoso como noción para la comprensión totalizante del hecho literario: el papel del lector, su respuesta ante el hecho literario, su lectura. Dicho con nuestra terminología contemporánea: la teoría de la recepción17. Con ello cierra el círculo de sus propuestas conceptuales, que al mismo tiempo que refuta dogmas, reconoce que la comprensión de una obra literaria supone el enorme peso de una tradición cultural, en la que confluyen los factores históricos, la trayectoria misma del arte, el pensamiento filosófico y los cánones literarios difícilmente descartables. Recogida la idea del romanticismo, la libertad del escritor ha de quedar intacta; no escribe según reglas sino conforme a los mandatos de su conciencia y sus intuiciones; y en el otro extremo —si bien no explícitamente dicho— le queda su cuota de libertad a quien lee, decisivo factor en el circuito del sistema literario.
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En el contexto histórico de su publicación, cuando eran abundantes las obras de crítica literaria y escasas las aproximaciones teóricas, de Las categorías literarias se pueden señalar estos avances que merecen atención:
(a) Se plantea como proyecto teorético, con lo que deja de lado la modalidad de manual de retórica o de crítica literaria; además, hace una crítica a la retórica tradicional.
(b) Indica en el discurso literario su independencia de la autoría, y como formulación de un discurso ficcional, con voluntad estética.
(c) Advierte de la condición histórica tanto de los hechos literarios como de su consumo, lo que lleva a la recepción literaria.
(d) Pone en entredicho la teorización absoluta de los hechos culturales (por su diferencia con los objetos físicos o naturales); es otra la «ciencia de la cultura».
(e) Deslinda (valgámonos de nuevo de la noción que luego establece Alfonso Reyes) entre la literatura como aplicación de reglas retóricas al discurso, y como un ejercicio de la lengua en plan estético-ficcional, abierto a la creatividad y a la simbolización de la realidad; por tanto, a una significación específica de efectos culturales.
En suma, Las categorías literarias es, al mismo tiempo, un documento inicial y premonitorio. Tantea y anuncia. En los tratados más desarrollados sobre teoría literaria que se publicaron en Hispanoamérica después, figuran numerosos temas expuestos por Brenes Mesén a principios de la década de 1920. Si bien hoy día el concepto resulta algo difuso, pese a los esfuerzos de sus impulsores, la llamada teoría literaria hispanoamericana no podría pasar por alto los avances de aquellas noventa páginas del poeta y ensayista costarricense. Los hitos posteriores de teorización sobre la literatura en Hispanoamérica son conocidos: El deslinde (1944), de Alfonso Reyes; Concepto de poesía (1945) de José Antonio Portuondo; El arco y la lira (1956), de Octavio Paz, hasta llegar a la propuesta más trabada y sintética Estructura de la obra literaria (1960), de Félix Martínez Bonati. Son tratados de teoría literaria escritos por hispanoamericanos, no teorías literarias hispanoamericanas; tentativas por comprender de manera integral el hecho literario, tan desprendidas de dogmas como desapasionadas de corrientes, preferencias o doctrinas, como lo soñó Roberto Brenes Mesén.
Bibliografía de referencia
Brenes Mesén, Roberto. Las categorías literarias. San José: J. García Monge, editor, 1923.
Fernández Retamar, Roberto. «Para una teoría de la literatura hispanoamericana», Casa de las Américas xiii, 80 (1973): 128-134.
Martínez Bonati, Félix. La estructura de la obra literaria. Santiago de Chile: Universidad de Chile, 1960.
Matos Moquete, Manuel. Las teorías literarias en América Hispánica. Santo Domingo: Instituto Tecnológico de Santo Domingo, 2004.
Paz, Octavio. El arco y la lira: el poema, la revelación poética, poesía e historia. México:
Fondo de Cultura Económica, 1956.
Portuondo, José Antonio. Concepto de poesía. México: El Colegio de México, 1945.
Portuondo, José Antonio. «Situación actual de la crítica literaria hispanoamericana». Cuadernos Americanos viii, 5 (1949): 245-246.
Portuondo, José Antonio. «Crisis de la crítica literaria hispanoamericana». Cuadernos Americanos xi, 5 (1952): 88-101.
Reyes, Alfonso. El deslinde: prolegómenos a la teoría literaria. México: Fondo de Cultura Económica, 1944.
Rodó, José Enrique. «La enseñanza de la literatura», en El mirador de Próspero, Montevideo: J. M. Serrano Editor, 1913, 70-75.
1 Una versión resumida de estas páginas se presentó como ponencia en el XVI Congreso de la Asociación de Academias de la Lengua Española, celebrado en Sevilla en noviembre de 2019.
2 Roberto Brenes Mesén, Las categorías literaria (San José: J. García Monge, editor, 1923).
3 José Antonio Portuondo, «Situación actual de la crítica literaria hispanoamericana», Cuadernos Americanos viii, 5 (1949), 245-246.
4 José Antonio Portuondo, «Crisis de la crítica literaria hispanoamericana», Cuadernos Americanos xi, 5 (1952): 97.
5 Roberto Fernández Retamar, «Para una teoría de la literatura hispanoamericana», Casa de las Américas xiii, 80 (1973), 128-134.
6 Manuel Matos Moquete, Las teorías literarias en América Hispánica (Santo Domingo: Instituto Tecnológico de Santo Domingo, 2004). Esta es una edición ampliada y actualizada de la publicada en 1991 con el título El discurso teórico en la literatura en América Hispánica (Santo Domingo: Universidad Nacional Pedro Henríquez Ureña, 1991).
7 Brenes Mesén, Las categorías…, 87.
8 Brenes Mesén, Las categorías…, 18.
9 José Enrique Rodó había publicado en 1909 el artículo, «La enseñanza de la literatura», en el que reclama la necesidad de formular una teoría literaria, si bien con fines didácticos, que no se ajustase a los limitados conceptos de la retórica como catálogo de conceptos y normas fijos. Esas páginas las reunió poco después en El mirador de Próspero (Montevideo: J. M. Serrano Editor, 1913), 70-75.
10 Brenes Mesén, Las categorías… 24.
11 Brenes Mesén, Las categorías…, 38.
12 Brenes Mesén, Las categorías…, 42
13 Brenes Mesén, Las categorías…, 10-11
14 Las ideas de José Martí y de José Enrique Rodó («El americanismo literario», 1895) podrían ser, para Brenes Mesén, los marcos de referencia, además de su propia formación como poeta y ensayista, imbuido en las tendencias de pensamiento del modernismo literario.
15 Entre los nombres más destacados que han formulado valiosas tesis para una teoría literaria hispanoamericana, están los del peruano Antonio Cornejo Polar, el cubano Roberto Fernández Retamar y el colombiano Carlos Rincón. Aunque es ya abundante la bibliografía sobre ese tema, sigue siendo un asunto tratado en el medio académico hispanoamericano.
16 Brenes Mesén, Las categorías…, 59.
17 Téngase en mente que a los formalistas rusos, cuyo movimiento empezó en la misma década en que Brenes Mesén publica su obra, les costó mucho trabajo considerar —y con frecuencia se rehusaron a emplearlo— el papel del lector en el sistema literario, y que no es sino hasta la década de 1950 que empieza a formularse la teoría de la recepción (H. R. Jauss, W. Iser) como un paradigma para el estudio de la literatura.