Artículo de: Carlos Rubio Torres
LA LITERATURA INFANTIL EN COSTA RICA:
ENTRE EL DIDACTISMO
Y LA LIBERTAD CREADORA
Señalaba Abelardo Bonilla que tanto la poesía como el teatro, escritos para la infancia, atienden fines didácticos y morales y no necesariamente son concebidos como expresiones estéticas, detonantes de la imaginación y el libre pensamiento1. Esa tensión, entre el interés educativo y el desarrollo de un texto artístico —que parafraseando a Juan Ramón Jiménez— no tenga ninguna otra utilidad que su belleza, se ha manifestado durante los doscientos años de desarrollo de una Costa Rica que transita desde la Colonia hasta lo que llevamos del siglo xxi. Por eso, en este ensayo, lejos de plantear una enumeración exhaustiva de autores y obras destinadas a la infancia y la juventud, trata de ofrecer el panorama de una literatura que camina, al filo de la navaja, entre los propósitos educativos fijados por personas adultas y el divertimento y la incorrección que caracteriza, en innumerables ocasiones, al público infantil.
El debate entre textos que continuamente se enmarcan y se desmarcan de los lineamientos pedagógicos y curriculares de su tiempo pueden tener su origen en la limitada investigación. Es usual que las historias y estudios sobre literatura costarricense hagan caso omiso de los libros y las revistas que se han dedicado a la niñez. Esta tarea ha quedado relegada a las facultades y carreras universitarias que atienden la formación pedagógica y por ello no deja de verse como una literatura olvidada o utilitaria y semejante silencio no confirma otra cosa más que su condición de «género menor». Por eso, como producto de la escasa producción de conocimiento, pueda tenerse como resultado una literatura que no se consolida como texto didáctico ni literario, pues como un péndulo, va de un lado a otro sin definir su posición de contribuir al desarrollo del conocimiento o elevar el pensamiento del infante a la altura del fantaseo, el humor o la ensoñación. Basta, así, mencionar algunos estudios que han mirado esta literatura denominada como infantil.
Textos poco estudiados
En 1948 el novelista Fabián Dobles se refirió a la necesidad de una literatura destinada a la niñez, en un artículo publicado en Repertorio Americano, y se lamentaba de la situación de los niños que caen en manos burdas que no comprenden la edificación del juego, el cuento y la poesía como «escultores de su cultura y su sensibilidad»2. Puede así mostrarse que, a mediados del siglo xx, se discutía sobre la carencia y el trato, si se quiere, banal, que se les daba a los libros que se destinaban a la niñez.
Se le debe a Luis Ferrero, en 1958, uno de los primeros estudios sobre el tema, presentado como la «reconstrucción» de una conferencia que el poeta Carlos Luis Sáenz había ofrecido tres años antes. Este estudio, publicado en la revista Educación, está acompañado por una antología de poesía y cuento. Se pregunta entonces el autor: «¿Tiene Costa Rica una literatura para niños?; en caso de tenerla ¿cuál es su valor?»3añadiendo que los literatos nacionales del siglo xix se preocuparon más por instruir que por recrear a la infancia. Asimismo, este estudio tiene el valor de reseñar los nombres de autores y obras, así como revistas, que se dieron a conocer durante los primeros años de vida independiente y las primeras cinco décadas del siglo xx.
Una de las primeras investigaciones sobre el tema, presentada en la Universidad de Costa Rica, se titula Rasgos comunes de tres categorías de análisis del relato literario: análisis de Los cuentos de mi tía Panchita, Cuentos Viejos, Cocorí y El abuelo cuentacuentos, tesis sustentada por Patricia Araujo Aguilar, Sonia Jones León, María Pérez Yglesias y Ligia Bolaños Varela4. En su Resumen de la literatura costarricense, Virginia Sandoval de Fonseca reconoce la existencia de una literatura infantil y la define como aquella que se ha escrito especialmente para la infancia, y elabora una breve referencia a autores reconocidos hasta entonces como Carmen Lyra, Carlos Luis Sáenz, María Leal de Noguera o Rosario Ulloa de Fernández; constituye uno de los pocos estudios de su tiempo que dan un sitio a los textos literarios dirigidos a la niñez5.
La educadora Adela Ferreto (1985) señala que las fuentes de la literatura infantil son tres: el folclor, los grandes clásicos de la literatura universal y los libros especialmente escritos para la niñez y reflexiona sobre la discusión ya anunciada, la de ofrecer a la niñez las posibilidades lúdicas e imaginativas que el poeta puede recrear con sus lectores. «La poesía —dice— es magia, su música y su lenguaje son del mundo mágico. Un poema racional sería seguramente una herejía»6. Asimismo, María Pérez Yglesias subraya el legado de Ferreto y hace referencia al papel fundamental que tuvieron Joaquín García Monge y Carmen Lyra en la forja de esa literatura destinada a los infantes costarricenses7.
Gracias a la iniciativa del Banco del Libro, de Venezuela, se publicó un número especial de la revista Parapara, en 1984, con el título Panorama de la literatura infantil en América Latina8. En esa entrega Margarita Dobles incluyó un capítulo dedicado a Costa Rica, una primera mirada globalizadora sobre sus raíces folclóricas, sus publicaciones, así como bibliotecas y librerías que ofrecían obras para la niñez, en la década del ochenta. Estas páginas tienen el mérito de situar el origen de la literatura infantil costarricense en la cátedra especializada fundada por Joaquín García Monge, en la Escuela Normal, en 1917. Dobles también ofreció valiosos trabajos teóricos con sus libros Literatura infantil (San José: Editorial Universidad Estatal a Distancia, 1983) y Por qué cuento y canto para mis niños (San José: Editorial Costa Rica, 1991)9.
En 1996 el autor de estas páginas dio a conocer otra visión de la literatura infantil costarricense en el artículo «Libros de Costa Rica para los niños del mundo»10, en el que se establecen dos períodos: el primero de 1920 a 1975, caracterizado principalmente por el auge del folclor y los preceptos de Joaquín García Monge, editor de gran cantidad de libros de la época y difundió conocimientos sobre la literatura infantil en la revista Repertorio Americano; el segundo, desde 1975 a la actualidad, caracterizado por la creación del premio Carmen Lyra de Literatura Infantil, los temas transgresores o tabúes que solían estar destinados, por sobre todo, al público adulto y la aparición de nuevas editoriales públicas y privadas.
A lo largo de los últimos veinticinco años han aparecido importantes estudios en la Universidad de Costa Rica. Entre ellos está Dramaturgia infantil: un espacio para recrear, de Leda Cavallini Solano, sobre el teatro escrito para la niñez costarricense, elaborado principalmente por maestras; Marco Vargas Montero presentó la tesis Premios Carmen Lyra: Antología comentada de las obras en prosa, en la que se lleva a cabo un análisis crítico de obras galardonadas con ese premio hasta entonces, como las escritas por Alfonso Chase, Alfredo Cardona Peña, Delfina Collado o Carlos Rubio. De Nuria Méndez Garita es el estudio De la literatura infantil costarricense, de los cuentos de Carlos Rubio, en el que señala la escasa producción académica sobre las obras literarias dedicadas a la niñez y estudia las irrupciones del discurso contestatario, que impugna y que se adhiere al proceso de descolonización, ante todo por incorporar, como uno de sus referentes, la riqueza cultural indígena11. Una obra, casi de lectura obligatoria es Historia de la literatura infantil en América Latina de Manuel Peña Muñoz (Bogotá: Fundación SM, 2009), 169 – 204, en el que se encuentra un capítulo denominado “Costa Rica: lirismo, ternura y canción”. Se presenta una visión sincrónica en la que se referencia la obra de autores insertos en el canon infantil como Carmen Lyra, María Leal de Noguera, Carlos Luis Sáenz, Adela Ferreto, Lilia Ramos o Joaquín Gutiérrez y autores contemporáneos como Lara Ríos, Carlos Rubio, Minor Arias y la ilustradora Vicky Ramos12.
La escasez de estudios referidos a la literatura infantil costarricense y su omisión en múltiples estudios literarios es tema de análisis de Patricia Quesada y Magdalena Vásquez, en su artículo «La literatura infantil en Costa Rica: aportes y ausencias desde la historiografía literaria», en el que se señalan criterios que se han utilizado para escribir sobre los libros para la niñez en historias, breviarios y análisis de literatura nacional durante el siglo xx13. Incompleto quedaría este recuento si no se mencionara la labor investigativa de Gustavo Naranjo Chacón, con su Literatura infantil y juvenil, génesis, contexto y evolución sociocultural, en el que hilvana el desarrollo de la literatura costarricense con la de América Latina, América del Norte y Europa y presenta una escritura novedosa con profundos aportes críticos14.
A pesar de las omisiones en las que se puede haber incurrido, pues existen otras tesis y artículos, sirva esta reseña bibliográfica para señalar que la literatura infantil costarricense ha resultado poco estudiada y hasta cierto punto, marginada en universidades y academias, y por lo tanto, también ha resultado infructuoso encausarla en una corriente estética o considerarla como parte de un conjunto de discursos educativos que tienen como prioridad contribuir al desarrollo del conocimiento y los valores de la infancia.
Siglo xix: los textos para la juventud en la forja de una nación
Las Brebes lecciones de Arismética [sic], del bachiller Rafael Francisco Osejo, es la primera obra impresa en Costa Rica, en 1830, a escasos nueve años después de la firma del Acta de Independencia15. Aunque no se trata de una obra literaria, es conveniente señalar que se encuentra dirigida a la juventud y que representa ideales que prevalecieron en la literatura escolar del siglo xix como el afán didáctico que se imponía sobre el estético, esa búsqueda constante de «la luz del conocimiento» y la recurrencia a preguntas y respuestas que recordaba la redacción de los catecismos que ya se distribuían en la Colonia con su afán doctrinario y moralizante. Aún pesaba el pensamiento escolástico y los libros dirigidos a la niñez y la juventud debían ostentar, como un sello necesario, el aval de la licencia eclesiástica. Por eso esta obrita propicia una discusión que trasciende hasta la actualidad y que contiene la razón de ser de este ensayo: ¿la literatura infantil y juvenil se traslada del encuadre pedagógico al artístico sin encontrar un sitio exacto? Basta leer su Introducción para descubrir que el autor abandona su propósito fundamental de propiciar conocimientos algorítmicos básicos para presentarse como un compañero de sus lectores: «Cesé por ahora mi trabajo y aceptad de buena voluntad, os ruego, mis ardientes votos por vuestro bien y el gracioso afecto con que, gustoso, se sacrifica en vuestro obsequio vuestro mas sincero y verdadero amigo»16.
Poco serios y menos instructivos les debieron de haber parecido a los docentes de aquella época los libros que se aventuraron a estimular la fantasía. Al respecto, Sáenz afirma que los escritores de entonces no se preocuparon por recrear a los lectores, pues la instrucción fue más importante17. Y aunque son limitados los registros de obras costarricenses, destinadas a la niñez, publicadas en el siglo xix, se sabe que José María Castro Madriz, en su condición de secretario de Relaciones Exteriores y Carteras Anexas, gestionó la importación de libros escolares de España, Francia, Argentina y Estados Unidos, tal como lo expresa Juan Rafael Quesada18. No está de más mencionar que el poeta Aquileo J. Echeverría, en su poema «Autobiografía», ofrece una pincelada de lo que pudo ser la rígida educación de la época:
«Aprendí a ler y escribir
á punta de palmetazos,
de gritos, de malos modos
de encerradas y regaños;
porque yo alcancé los tiempos
de la rabiza y el palo
en que el mestro era verdugo
y los alumnos esclavos»19.
A pesar de ello, algunos autores que encaminaban en la creación de sus primeros libros, y con ello, contribuían a la formación de un estado nacional costarricense, en las últimas dos décadas del siglo xix y las primeras del siglo xx, como representantes del costumbrismo, y al mismo tiempo, defensores de la ilustración y los ideales progresistas provenientes de Europa, evocaron a la niñez en sus obras. Tal hecho no significa que escribieran para la infancia, tan solo fue el hecho de considerar a la persona menor como protagonista de aventuras -y en algunas ocasiones, fechorías de chiquillos- que podrían despertar la sonrisa y provocar interés en los lectores.
El escritor Manuel González Zeledón (más conocido en la historiografía literaria costarricense por su acrónimo «Magón») nos expresa: «Del pozo me sacaron entre Alejandro y Toño y en medio de la algazara de los once mil diablos sordos a mis gritos y patadas, me lanzaron en medio del río, en donde me di un panzazo que me dejó colorado …»20. O bien, Aquileo J. Echeverría (1909), dice:
«El primer beso que dí
me lo dió una cocinera.
Se llamaba Casimira,
y era casi, casi ciega
casi sorda, casi muda
casi bizca, casi lela
casi, casi, casi, casi,
casi, casi, casi fea.
Yo tenía nueve á doce
tú coleabas los sesenta»21.
Y Claudio González Rucavado, en su cuento «La pluma que escribe», de 1907, enuncia: «Esperó a que su papacito saliera del cuarto del escritorio. Así que se vio solo, de puntillas, con el índice en la boca y los ojitos muy abiertos y fogosos, cerró la puerta del despacho»22.
Como un anuncio esperanzador, no solo para la niñez de Costa Rica, sino para nuestra América, en 1899 José Martí publicó en Nueva York el primero de los cuatro números de su revista La Edad de Oro y en esa publicación, junto a otras revistas infantiles de su tiempo como Children’s Magazine (Inglaterra) o Pictorial Revue (EEUU) ofrecían no solo la posibilidad de educación a las jóvenes generaciones a la luz de las investigaciones de pedagogos avanzados de ese tiempo como Rousseau, Pestalozzi o Froebel, también ofrecían esa oportunidad para enfrentarse con el solaz del cuento, el poema o la página bellamente ilustrada, consideró que niñas y niños, sin distinción de género, podían comprenderlo todo “con cuentos lindos” y anunciaba con entusiasmo: «Todo lo que quieran saber les vamos a decir, y de modo que lo entiendan bien, con palabras claras y con láminas finas»23. Y ese propósito repercutió en los ideales literarios de una Costa Rica que ingresaba al nuevo siglo.
Entre páginas, la niñez se asoma: 1920-1975
Joaquín García Monge publicó en 1921 una edición con los cuatro números de La Edad de Oro; también dio a conocer unos cuadernitos, con ese mismo nombre, con los subtítulos «Lecturas para niños» en 1925 y «Lecturas complementarias para muchachos», en 1928. Bajo la insignia del libertador cubano sostenía que «educar es sacarle alas al alma». Ese hecho no es fortuito pues García Monge fue reconocido como maestro de maestros, una figura fundamental en la forja, no solo de la cultura costarricense del siglo xx, también de Iberoamérica; señalado además como pionero de la literatura infantil24. No extraña que sus teorías, su tesón como editor de obras y su impulso a nuevas voces creadoras fuera decisivo y otorgara un sitio especial al país pues, gracias a su empeño, la niñez y la juventud tuvo la posibilidad de no solo aprender, también de solazarse y conmoverse por medio del humor, la poesía o la aventura.
La visión de García Monge, con respecto a la literatura infantil, se centra en el enaltecimiento del folclor, las oraciones, las canciones, el culto a la patria, las leyendas, las dramatizaciones. Pero, ante todo, debe decirse que privilegió al folclor. Expresaba de manera contundente: «Al niño la literatura que más le conviene y le interesa es la folclórica, de su gente, de su tierra»25. Y esa devoción por el folclor —si así puede llamarse— impregnó la creación y el ideario de la literatura infantil costarricense durante las primeras siete décadas del siglo xx. Es justo indicar que García Monge fue editor de varias obras literarias dedicadas a la niñez con sus sellos editoriales como «García Monge y Cía. Editores», «El Convivio de los Niños» o «Ediciones de Repertorio Americano». Y su labor se vio fortalecida, y alcanzó dimensiones nacionales, gracias a la decidida participación de Carmen Lyra.
García Monge fue el creador de la Cátedra de Literatura Infantil en la Escuela Normal de Costa Rica, institución fundada 1914, que abrió sus puertas en la ciudad de Heredia en 1915 y se distinguió por formar al magisterio con innovadoras tendencias pedagógicas. Por eso, allí se estableció esa cátedra, entre 1917 y 1919, con el objetivo de sensibilizar a las jóvenes generaciones de maestros sobre la importancia de recopilar el folclor nacional y conocer las grandes obras de la literatura escrita dentro y fuera del país. Debe señalarse que en 1920 también existía un curso llamado «Dicción, el arte de contar» en el que se estimuló la narración de cuentos a los niños. E incluso, María Eugenia Dengo nos dice que se practicaba la llamada «Hora del cuento infantil» en la que profesores y estudiantes entretenían con lecturas a la niñez herediana26.
Carmen Lyra fue profesora de la Cátedra de Literatura Infantil. Posteriormente se hicieron cargo de ella Carlos Luis Sáenz, Adela Ferreto, María Teresa Obregón, Emma Gamboa y Margarita Dobles. Ninguno de los nombrados se contentó con ofrecer lecciones, pues hicieron una contribución señera a la creación literaria y teórica, hecho que permitió que los textos dedicados a la niñez fueran divulgados en el territorio nacional y que la literatura, de inicios del siglo xx se alejara de las rígidas normas didácticas que habían caracterizado al siglo xix. La Universidad de Costa Rica acogió, en su Escuela de Pedagogía fundada en 1940 y su Facultad de Educación, iniciada en 1957, el espíritu de esa cátedra pues ha mantenido en su pensum la asignatura «Literatura infantil».
A cantar y recitar
Los versos rítmicos, musicales, pletóricos de metáforas y despertadores de la fantasía llegaron a las aulas. Se publicaron antologías poéticas que tenían como fin no solo apoyar el desarrollo del conocimiento, sino que además estimulaban ese gusto por el arte. Algunas de esas primeras antologías fueron Literatura para niños, de Samuel Arguedas Katchenguis; Versos para niños, de Emma Gamboa y Poesía infantil, realizada por Fernando Luján27. En estas obras aparecen composiciones de autores costarricenses y de reconocidos poetas internacionales como Antonio Machado, Gabriela Mistral, Federico García Lorca o Juan Ramón Jiménez, y con ello se evidencia el esfuerzo de llevar lo más granado del género a la niñez de nuestro país.
Los poetas nacionales ofrecen textos para que se cante, se juegue o se recite en las aulas, las asambleas escolares y los patios de las instituciones. Pionero del género fue José María Zeledón, el autor de la letra del Himno Nacional de Costa Rica. Dedicó dos obras a las jóvenes generaciones: Jardín para niños (1916) y Alma infantil, en (1928)28. En uno de sus poemas se percibe la reelaboración de una antigua y anónima rima inglesa:
«Por casa tuvo un zapato
ña Ramona Valerín,
vieja y honrada maestra
de costura en el país,
y por hijos una sarta
de chiquillos. ¡Más de mil!»29,
La ilustre pedagoga Emma Gamboa ofreció una contribución a la poesía infantil; no solo vislumbró la contribución al desarrollo de aprendizajes de la lectoescritura pues dio lugar al juego, la musicalidad y hasta el sinsentido que, en algunas ocasiones, caracteriza a los versos folclóricos, todo ello con amplio sentido estético. Por ejemplo:
«En el viento va volando,
viento viento ventarrón,
el sombrero aventurero,
el sombrero color cielo,
de la niña Rosaflor»30.
Además de recopilador, como hemos visto, Fernando Luján fue un creador que ofreció las posibilidades de desligarse de los asuntos educativos para dar lugar a la observación de la naturaleza, los juegos populares o las canciones cuna. Aunque una de sus obras, Tierra marinera, no apareciera como un libro de poesía infantil, algunos de sus poemas fueron registrados en antologías dedicadas a los más pequeños de distintos países de Latinoamérica. Leemos:
«La celeste golondrina
cuenta con dos oficios:
arquitectura y marina.
Del alero hace un castillo,
y en cualquier viga improvisa
su lirico balconcillo»31.
Debe reconocerse el trabajo de otras maestras como Evangelina Gamboa, que procuraron dar voz a la niñez, estimularon sus creaciones, recopilaron escritos y los publicaron de manera pulcra; muestra de ello es Poemas y dibujos de niños de Costa Rica, en los que se registran los intereses propios de menores de ese tiempo: la naturaleza, la Navidad y sus sueños. Se observa así el caso de esta niña quien, con 11 años, escribía:
«En la noche
cuando todos dormían
el niño pobre
ni ropa tenía.
Por el rancho
se colaban las goteras
y era lo mismo
adentro que afuera»32.
La poeta Eunice Odio, si bien emigró desde muy temprano a Guatemala y México, dedicó algunas tempranas composiciones de su legado poético a la niñez, en las que recurrió a la musicalidad y sonoridad propia de las composiciones vernáculas con las que se otorga sentido lúdico a la palabra. En antologías aparecen poemas como «Sinfonía pequeña», «El grillo dibujante» o «La pájara pinta» en un apartado reservado a «Poemas infantiles». Leemos, por ejemplo:
«Lin lan,
Cantaba la alondra,
Lin lan
en torres de albahaca,
La alondra no sube al árbol,
el árbol sueña que sueña
alondras sobre sus ramas»33.
Sin embargo, debe señalarse que a Carlos Luis Sáenz se le ha visto como «el poeta de los niños», como nos lo recuerda María Eugenia Dengo34, epíteto merecido no solo por su extensa obra literaria, su experimentación con diversidad de estilos, métricas y su ostensible musicalidad, si no por la calidad literaria de sus libros. En la obra de Sáenz no solo reside un sentido de humanidad, justicia, valores patrios, espiritualidad y respeto por la inteligencia de la persona menor. También está el juego como característica predominante, que hace a la niñez encumbrarse por las rondas y los versos tradicionales, como lo hizo en Mulita Mayor, (1949). Son las cantigas que no se olvidan, expresadas con gracia, frescura, para entonarse entre risas, en parques y plazas. Evoquemos «Matarilerilerón»:
«Una tarde de diciembre
se nos fue con Zabulón
a rodar por esos mundos
de los hombres y de Dios.
Capitán con dos estrellas
volvió al tiempo Zabulón.
Pero Matarilerile,
Matarile,
¡no volvió»35.
El telón abierto al saber y al entretenimiento
La Sala Magna de la Escuela Normal de Costa Rica no solo fue escenario para conferencistas de renombre como Jacinto Benavente y Gabriela Mistral. También allí se realizaron las denominadas «Veladas escolares» en las que se estrenaron obras teatrales escritas por estudiantes y profesores de la institución, hecho que ofreció a la niñez costarricense la posibilidad de encontrar en el género dramático sitio para el conocimiento, el humor, el asombro o el entretenimiento.36
La labor de educadoras que realizaron antologías de obras teatrales con el propósito de que fueran escenificadas en diferentes instituciones escolares del país, y que, por supuesto, los niños se desempeñaran como actores. Es el caso de Dramatizaciones infantiles de María del Rosario Ulloa Zamora (San José: Imprenta Nacional, 1925), El teatro de los niños de Aída Fernández Montagné (San José: Imprenta Universal, 1939), En el mundo de los niños de Albertina Fletis de Ramírez (San José: Imprenta Española, 1944) y ya avanzado el siglo XX, Luz y bambalinas de Lilia Ramos (San José: Editorial Costa Rica, 1981), libro en el que se resume el sentir de estas obras con una cita de Margarita Martínez, ya que por medio de la realización teatral se busca un ambiente “que permita a los niños sentirse con libertad de actuar, decir y pensar. No solo cuando se prepara un numerito para una asamblea como hoy, sino siempre: cuando se pinta, cuando se modela, cuando se conversa”37.
Han sido dos los autores que le han dado una nueva visión al teatro para la niñez: Carmen Lyra y Carlos Luis Sáenz. A pesar de que algunas obras de teatro de Lyra se han perdido, pues se elaboraron para ser representadas y no llegaron a publicarse, se ha conseguido rescata algunos de sus trabajos. Tal como se expresa en una crónica del diario El Imparcial, en 1916, Lyra fue ovacionada con entusiasmo en el estreno de su pieza Había una vez… en el Teatro Variedades y con ello se confirma que, en su tiempo, fue reconocida como dramaturga. Otras obras suyas destinadas al público infantil son las operetas Caperucita encarnada y Ponerle el cascabel al gato, con música de Julio Fonseca. Susan Campos en «La revolución silenciosa de Caperucita Encarnada» señala que en Ensueños de Nochebuena fue estrenada en la Sala Magna de la Escuela Normal en noviembre de 1919, definida como un «juguete»38, presenciamos a una niña y a un niño que se encuentran con diversos personajes en la nochebuena, entre ellos Caperucita, Pulgarcito, Cenicienta, Blanca Nieves, Aladino, Tío Conejo, Cantan:
«La Nochebuena se viene
la Nochebuena se va…
y nosotros nos iremos
y no volveremos más»39.
Carlos Luis Sáenz publicó Navidades, su primer libro dedicado a la niñez, en 1929. No es de extrañar que se convirtiera también en una voz representativa del género dramático y diera a conocer obras teatrales con un afán didáctico, como Costarriqueñas del 56, con el propósito de conmemorar el centenario de la gesta heroica contra la invasión mercenaria y otras, como las de Papeles de risa y fantasía (1962) en la que desfilan personajes del folclor, los cuentos tradicionales y los de la literatura universal como es la adaptación de «El Carlanco» de Fernán Caballero, los de la fábula de la cigarra y la hormiga, Pulgarcito, el Gato con botas, Cenicienta, Caperucita y obras de teatro sobre la Natividad. Por ejemplo, Hansel (el hermano de Gretel) y Pinocho dialogan en Sueño y nada y se remontan a la atmósfera propia de los cuentos de hadas. El muñeco de madera expresa: «Esa es una ventana de las del Castillo de la Bella que siempre está durmiendo» y Hansel replica: «El Castillo de la Bella Durmiente» y el otro asevera: «A mí me han dejado entrar a verla»40, (Carlos Luis Sáenz, Papeles de risa y fantasía, San José: Librería Las Américas, 1962), 188 y así afirman características propias de la literatura para la niñez de esta época: la búsqueda del concepto estético, la predominancia de los cuentos emanados de la cultura popular y la libertad con la que se enfrentan personajes de diferentes autores como Hansel y Gretel, cuya versión más conocida se encuentra compilada por los hermanos Grimm de Alemania y Pinocho, personaje de Carlo Collodi de Italia.
De las voces que cuentan
Carmen Lyra le abrió las puertas a una nueva etapa de la literatura infantil costarricense con la publicación en 1920 de Los cuentos de mi tía Panchita41. Acude a dos fuentes: los Cuentos de encantamiento de Fernán Caballero, que sirven como material para sus relatos «Uvieta”» «El tonto de las adivinanzas» o «La cucarachita Mandinga», y las recopilaciones del tío Remus, de Joel Chandler Harris, en las que se narran las historias del pícaro «Brother Rabbit» (o «Brer Rabbit») que sirven como sustento para dar origen al pilluelo de tío Conejo. Con cuidadosa observancia del lenguaje popular de la Costa Rica de inicios de siglo xx, la autora logró hacer una obra perdurable que ha sido reeditada en múltiples ocasiones; a ello me refiero con más detalle en el «Centenario de “Los cuentos de mi Tía Panchita” de Carmen Lyra»42. Y, mucho más allá de propiciar moralejas y enseñanzas, provoca la emoción, pues la tía Panchita era la que «no sabía de Lógicas y Éticas, pero tenía el don de hacer reír y soñar a los niños»43.
Otra escritora que se fundamentó en la tradiciones antiguas y populares fue María Leal de Noguera con sus Cuentos viejos, publicados en 1923. Fue una obra que se aumentó, con nuevos cuentos, en las reediciones posteriores, que retoman tradiciones de la cristiandad, los relatos orientales de Las mil y una noches o mitos grecorromanos, como ocurre con «La mano peluda», una reelaboración del mito de Eros y Psique. Es esta obra, por lo tanto, es una muestra de la cultura universal, en la que se dan cita tío Conejo, con reyes, princesas, príncipes, héroes y personajes que se transfiguran de bestezuelas a seres colmados de bondad y belleza, en los que nunca se subestiman las capacidades intelectuales de los pequeños lectores y se le da la posibilidad de ensoñarse sin miramientos de adultos ni cansinas moralejas, tal como se lee44.
La novela para la juventud y la niñez también surgió con las posibilidades de ofrecer el solaz, la reflexión sobre nuestro pasado indígena o de propiciar el pensamiento sobre la trascendencia de la vida y la muerte. Así se publica El delfín de Corubicí, de Anastasio Alfaro, que muestra la aventura de un príncipe indígena de la Gran Nicoya de tiempos precolombinos45. Se sirve el autor de sus conocimientos en materia histórica y antropológica para ofrecer una recreación poética que permite conocer la cultura indígena en sus diversas manifestaciones como las organizaciones sociales, la danza, la música, la arquitectura o la indumentaria.
Joaquín Gutiérrez, a la sazón en Chile, obtuvo en 1947 el importante premio de novela infantil Rapa-Nui con su obra Cocorí46. Se narra la historia de un niño que habita en un pueblo del Caribe —no se menciona que sea algún sitio de Costa Rica— donde conoce a una pequeña que viene un barco, quien le regala una rosa. Cuando la niña se marcha, el protagonista descubre que la flor se ha marchitado y por eso se interna en la selva para conocer las razones de su efímera vida. Para Manuel Peña Muñoz esta es una de las obras más conocidas de la literatura infantil latinoamericana, pues se trata de una historia de amor infantil, que mucho más allá de narrar una anécdota, ofrece una profunda reflexión sobre las razones y los significados de la existencia47.
Escrito como un cuento «para hombres-niños con imaginación grande», Yolanda Oreamuno hizo de «La lagartija de la panza blanca» un texto en el que, aparte de concebir un público lector sin distinción de edad, se pregunta sobre la costumbre arraigada de situar los paisajes bucólicos en Guanacaste, tal como lo hicieran también en su ensayo sobre el establecimiento de los mitos tropicales y crea un texto que se desarrolla «en aquel tiempo», indeterminado para preguntarse sobre la religiosidad, las costumbres o los papeles asignados tradicionalmente a las mujeres: «Las hijas estaban en inminente peligro. Desde luego. No había plata en la casa. Su equilibrio moral… Bueno, su equilibrio moral amenazaba. Ya se ve»48.
También debe mencionarse la versión final de sus novelas Zulai y Yontá, escritas por María Fernández de Tinoco (bajo el seudónimo Apaikán), en una primera edición publicadas en entregas en 1909; en una segunda edición diez años después en la versión definitiva en 1946. En ellas se observa el rescate de la tradición indígena, sustentada con los conocimientos de su autora que también fue antropóloga y funcionaria del Museo Nacional. Y debe reconocerse que, si la literatura destinada a la niñez y la juventud no se hubiera ocupado de recuperar estas tradiciones, mucho se habría perdido e ignorado en nuestras letras. Por eso, no se trata de una literatura indígena «infantilizada», es una característica de un discurso literario que emerge y se fija como legado trascendente.
Hizo Lilia Ramos un aporte significativo a la narrativa destinada a la niñez. A ella se le deben Diez cuentos para ti y Los cuentos de Nausicaa , reescritos estos en verso por la uruguaya Sylvia Puentes de Oyenard49. Y como contribución señera, su novela Almófar, hidalgo y aventurero50. En esta obra la sintetiza su vasto conocimiento de las culturas populares del extranjero y las de Costa Rica. Lectora pertinaz y profesional de la psicología y la pedagogía, se interna en el mundo de la niñez y le ofrece amplia riqueza léxica y amplitud de datos sobre lo que no suelen observar las personas adultas. Empieza la historia: «Los sabios de los cuentos de hadas, afirman que los duendes son unos hombres pequeñitos, del tamaño de un conejo empinado, muy despiertos, laboriosos y robustos»51.
De las publicaciones periódicas y revistas: 1899–1975
Luis Ferrero registra los nombres de catorce revistas dedicadas a la niñez, elaboradas en el país durante las primeras cinco décadas del siglo xx, algunas de ellas se caracterizaron por ser publicaciones escolares y se circunscribieron a un público muy restringido, no por ello dejan de ser merecedoras de un estudio para conocer las visiones pedagógicas, educativas y literarias de la época52. Otras tuvieron mayor difusión y se encuentran catalogadas en la Biblioteca Nacional y disponibles en la página electrónica del Sistema Nacional de Bibliotecas (SINABI) del Ministerio de Cultura y Juventud.
Se tiene noticia, según varios artículos aparecidos en La Prensa Libre y en La Revista, que Alberto Masferrer y Anastasio Alfaron hicieron una primera publicación periódica llamada El mundo de los niños y hoy, lamentablemente, no ha sido posible rastrear ni uno solo de sus ejemplares. Sin embargo, debe notarse la presencia que tenían en el país las revistas que se publicaban, para la infancia, en Europa y Estados Unidos, entre las que se incluye La Edad de Oro de José Martí.
San Selerín fue una revista a cargo de Carmen Lyra y Lilia González en su primera época (1912-19139, y en la segunda época por esas mismas educadoras y Joaquín García Monge, en 1923. Incluyó, aparte de artículos didácticos y científicos, colaboraciones literarias de escritores nacionales de su tiempo como Carlos Luis Sáenz, María Leal de Noguera Anastasio Alfaro o María Fernández de Tinoco y a nivel internacional, contó con cuentos de autores internacionales como Perrault, Andersen Tolstoi y una versificación de «Caperucita Roja» de Gabriela Mistral.
Otra publicación notable fue Triquitraque, que tuvo como directores a Emma Gamboa, Lilia Ramos y Carlos Luis Sáenz. Fue dada a conocer, de manera continua, entre 1940 y 1947 (interrumpida debido a la guerra civil de 1948) y en la que también se publicaron obras literarias, cuentos y poemas, que posteriormente aparecieron compilados en libros. Es notorio, también, el desarrollo gráfico de esta publicación, pues muchas de sus páginas fueron ilustradas por los artistas Francisco Amighetti y Juan Manuel Sánchez.
Es justo reseñar la revista Farolito, dirigida por la educadora Evangelina Gamboa, con el apoyo de la Filial de Heredia de la Asociación Nacional de Educadores, que estuvo en anaqueles entre 1949 y 1957. Fue por, sobre todo, una revista literaria, que ofreció diversidad de cuentos y poemas que constituían no solo un apoyo escolar, también eran una oportunidad para el esparcimiento.
Bambi fue una revista que circuló entre escolares por más de medio siglo, a partir de 1955, y en sus páginas se encontraron también diversidad de creaciones poéticas y cuentos que sirvieron como apoyo al aprendizaje y como fuente de entretenimiento.
Se observa así que durante siete decenios del siglo xx hubo mucha riqueza y diversidad de expresiones literarias dirigidas a la niñez, que hubo una preocupación institucional por formar un magisterio sensible hacia la literatura, tanto en la Escuela Normal de Costa Rica como en la Escuela de Pedagogía y la Facultad de Educación de la Universidad de Costa Rica y que se privilegió el sentir recreativo y estético por encima de los afanes didácticos que preocupaban a algunas personas del mundo adulto. A partir de 1975 se gestaron cambios sustanciales en esta literatura nacional.
Entrada de la niñez urbana y temas transgresores en el siglo xx
En 1975, la Editorial Costa Rica entregó por primera vez el Premio Carmen Lyra y con este hecho la literatura infantil nacional se adentró en una nueva etapa por medio de la cual se actualizó el proyecto que, otrora, habían iniciado García Monge y la autora de Los cuentos de mi tía Panchita con la fundación de la Cátedra de Literatura Infantil a inicios del siglo xx. Los primeros premiados con este concurso —y otros autores de la época— se distanciaron de la temática rural, acorde con las migraciones que en la década del setenta empezaban a gestar poblaciones hacia las ciudades, el tránsito de una economía asentada en el agro (principalmente en el comercio del café y el banano) a otras actividades como la industria y el turismo. También se observa la incorporación, si se quiere, tardía, de nuevas concepciones en el concepto de niñez gracias al estudio de pedagogos como María Montessori y Jean Piaget que abogaron por dar voz a menores o el psicoanalista Sigmund Freud que abordó la sexualidad infantil.
Fue una renovación acompañada por un proceso cultural que propulsó la irrupción de temáticas que hasta ahora se destinaban, con recelo y exclusividad, al público adulto, como los aspectos relacionados con las diferencias sociales, las guerras, la ecología, nuevas concepciones sobre lo femenino y lo masculino, las diversidades sexuales, los divorcios o la muerte. Debe señalarse que muchos de los textos literarios de los últimos veinticinco años del siglo xx abordaron estas temáticas sin perder la búsqueda del sentir estético y que supieron que su papel no era de convertirse en textos didácticos ni doctrinarios pues su función fue la de buscar la pluralidad de lecturas, el goce de la palabra y el compromiso con el sentir lúdico de la niñez.
Este fenómeno se vio reafirmado por la creación de nuevas instituciones que ofrecieron un sitio a la creación literaria y la lectura de las jóvenes generaciones. Es el caso de la fundación del Ministerio de Cultura, Juventud y Deportes, en 1971 y algunas de sus instituciones adscritas que consideraron a la infancia en sus agendas, por ejemplo, el Instituto del Libro, las bibliotecas públicas situadas en diferentes sectores del país y la Compañía Nacional de Teatro, que realizó montajes de obras para la infancia. Debe también indicarse que la Municipalidad de San José fundó la Biblioteca Infantil Carmen Lyra, en el quiosco del Parque Central capitalino, en 1971 y paulatinamente fue desarrollando una red de bibliotecas especializadas en atender a la población en diferentes sectores de la ciudad. Asimismo, en 1979 se estableció el Instituto de Literatura Infantil y Juvenil (ILIJ) en el que participaron escritores, educadores y bibliotecólogos hasta 2001. En la década del 1970 se fundaron la Universidad Nacional y la Universidad Estatal a Distancia y acogieron, en la malla curricular de las carreras de educación, el curso de literatura infantil como un legado de la antigua cátedra de la Escuela Normal; algunas universidades privadas también lo hicieron.
Asimismo, editoriales públicas y privadas crearon colecciones para la niñez y la juventud. Entre esas editoriales públicas se encuentran la Editorial Universitaria Centroamericana, la Editorial de la Universidad Estatal a Distancia, la Editorial Universidad Nacional, la Editorial Tecnológica y la Editorial Costa Rica. Entre las privadas se encuentran Ediciones Farben (que posteriormente se convirtió en el Grupo Editorial Farben/Norma), Santillana y Club de Libros, entre otras. El diario La Nación desarrolló también una actividad digna de mencionar por medio de un suplemento educativo titulado Zurquí y una revista dirigida a la infancia, que circuló entre 1986 y 2000, llamada Tambor. Esos hechos permitieron ampliar las dimensiones de la literatura infantil como un acercamiento al goce artístico, principalmente encaminado a estimular los hábitos de lectura. Se dieron a conocer ilustradores con renovadas propuestas gráficas como Vicky Ramos, Álvaro Borrasé o Félix Arburola.
La literatura fue anunciadora de un fin de siglo que presentaba a una niñez capaz de comprender situaciones que aparentemente estaban reservadas, insosteniblemente, a lectores adolescentes y adultos y dio sitio a no mirar exclusivamente el paisaje bucólico y rural pues se crecía entre calles, parques, plazas y muros y se acercaba a otras fuentes de información y entretenimiento como fue el televisor. Ese hecho fue reafirmado por Lara Ríos, la primera ganadora del Premio Carmen Lyra, en 1975, con el poemario Algodón de azúcar, en el que juega con la musicalidad verbal, y al mismo tiempo, se asoma a asuntos ecológicos. Por ejemplo, expresa «El llanto de un ciprés», en el que se lee
«El árbol viejo está triste,
pues ya no están sus hermanos.
¿El agua fresca? No existe
ni la habrá por todo el verano»53.
Sin embargo, el más conocido libro de esta escritora es Pantalones cortos, un diario o acaso un «pormediario», pues Arturo Pol, su protagonista, escribe día de por medio, elaborado desde la perspectiva infantil con un compromiso con las travesuras y el humor que despierta la infancia. Esta obra se convirtió en una trilogía pues Arturo continúa la escritura en la medida en que se convierte en un adolescente con los libros Verano de colores y Pantalones largos54.
Floria Jiménez también fue galardonada con el Premio Carmen Lyra e inició una prolífica obra de poesía, cuento y novela. Sus libros poéticos se caracterizan por una marcada musicalidad y la ostensible capacidad de compartir la complicidad, principalmente con los más pequeños. Algunas de sus composiciones se complacen en el sinsentido, en la creación de léxico y la travesura, para dar sitio a la sonoridad. Por eso su obra perdura, pues se encuentra escrita a partir de la mirada de la infancia y no se detiene en los aspectos didácticos. Entre su amplia bibliografía se encuentran El color de los sueños, Érase este monstruo o La bruja en bicicleta. Una de sus obras más conocidas es Mirrusquita, en la que leemos
«Mirrusca, Mirrusca,
linda Mirrusquita,
¿conoces la historia / de Luz, la pulguita?»55.
Fábula de fábulas de Alfonso Chase (1978) es una colección de cuentos que retoma la tradición iniciada años atrás por García Monge, de narrar relatos populares de la tradición extranjera como los cuentos de hadas, de la religión, los de fantasmas o los que encierran alguna moraleja, hecho unido a la recopilación de historias indígenas, principalmente de origen talamanqueño. ¿Dónde reside la innovación? Al igual como lo hiciera Carmen Lyra casi sesenta años antes, utilizar un lenguaje popular lejano a convencionalismos y le deja al lector la capacidad de construir sus saberes sin caer en vanas observaciones didácticas. El libro es escrito como una revaloración de la identidad costarricense, tal como se observa en el cuento «De como en Cartago tuvimos nuestra Cenicienta» en la que la figura del hada es suplantada por una fortalecida mujer, que fue soldadera, llamada Pancha Carrasco, descrita así: «Doña Pancha, que aunque estaba muy viejita era de lo menos pendejo que uno se puede imaginar, trajo para la fiesta varios vestidos y se ponía uno y se lo quitaba y se lo volvía a poner»56. Este autor también realizó una valiosa recopilación del folclor con su Libro de maravillas57.
Mabel Morvillo supo también renovar el legado histórico de García Monge y Carmen Lyra al escribir libros de poesía, cuento y teatro con personajes que venían de la tradición vernácula de la literatura popular y el folclor, y con lenguaje poético en el que se muestra absoluto respeto por las capacidades de comprensión de la niñez, trata temas que hasta entonces se encontraban vedados para el público escolar como la tiranía, el trepidante -y a veces inhumano desarrollo tecnológico- o el trabajo infantil, todo ello con un tratamiento estético que nunca recae en el panfleto político ni falsos moralismos y ofrece múltiples posibilidades de respuesta. En un texto como «Juanito Bananero», el protagonista, trabajador en una plantación del Caribe, se encuentra profundamente enfermo; en sus sueños aparece un hada «tan negra como él, y a la vez, casi transparente»58. O bien, en la obra «La titiritera del arco iris», se expresa: «Aquel había sido un pueblo alegre, como éste. Tenía sol y agua y flores. Tenía paz y era feliz. Pero un día llegó a gobernarlos un monigote enorme y feo, manejado por hilos misteriosos»59.
La segunda mitad del siglo xx también se caracterizó por los adelantos tecnológicos, característica que fue debidamente incorporada a la literatura infantil costarricense por Alfredo Cardona Peña, también ganador del Premio Carmen Lyra con La nave de las estrellas60. Supo recoger el legado de los antiguos cuentos de hadas con personajes ya conocidos como reyes, reinas, brujas o princesas y los situó en un contexto en el que se vislumbra la ciencia ficción, escrita desde la perspectiva infantil y con el propósito pleno de ofrecer una lectura entretenida y detonadora de la imaginación: «El circo que llegó de Marte causó tal novedad, apasionamiento y emoción que las clases se suspendieron y todo el mundo hablaba de él como algo jamás visto»61.
Aunque no publicó sus obras hasta la década de 1980, Adela Ferreto dio a conocer sus páginas escritas mucho tiempo atrás, en las que incorporó cuentos y novelas que no solo invitan a conocer el país, también propician la reflexión y el diálogo sobre los problemas ecológicos y la trascendencia de las tradiciones indígenas o la pérdida de valores, todo ello escrito con una prosa depurada y un sentido de complicidad y entendimiento con la niñez. A ella se le deben obras de gran vigencia, lamentablemente muchas de ellas no vueltas a reeditar como Las palabras perdidas y otros cuentos, Cuento del Príncipe Viejito, Aventuras de Tío Conejo y Juan Valiente o Tolo, el Gigante Viento Norte. Síntesis de la perspectiva histórica y la ficción literaria: «Isabel salía del Castillo, vestida de color cielo, sombrilla pintada con pájaros y peonías, con un abanico de sándalo y marfil… lindas damas la seguían»62.
Rocío Sanz realiza la transgresión de los cuentos de hadas tradicionales y ofrece la posibilidad a la niñez de forjar su propio criterio y su voluntad creativa con relatos colmados de humor que perfectamente pudieron ser leídos en el programa radial «El Rincón de los Niños» que esta escritora costarricense dirigió en la Universidad Nacional Autónoma de México. Deben destacarse dos obras: El cuento vacío y El insomnio de la Bella Durmiente. De ella también leemos: «El hada madrina no sabía qué hacer. En todo aquel palacio dormido solo velaba el aya anciana que había criado a la princesa y había venido a vigilar su sueño. ¡Pero no había tal sueño! La Bella Durmiente padecía insomnio»63.
La apreciación de la naturaleza del país, principalmente del Caribe la ofrece Rodolfo Dada, con poesía en la que se ostenta la riqueza metafórica y musical. Así se observa en Abecedario del Yaquí, también ganador del Premio Carmen Lyra. La amplitud de conocimientos sobre la zona del país es presentada con versos en los que el valor literario está siempre por encima de lo didáctico y ofrecen la posibilidad de solazarse. Además, el libro está presentado como un “abecedario” en el que cada letra se convierte en un pretexto para crear un poema. Tal es el caso de la letra w con la que lee
«Yo soy Waiki,
el misquito
de Wiwilí.
Del río vine
a buscar aquí,
algo que darte,
¡ah, Yaoska,
mi princesita
de Wani-Ulí»64.
Con capacidad humorística y un respeto a la inteligencia de la niñez, Fernando Durán Ayanegui preparó libros de cuentos en los que destacan la capacidad de otorgar voz y pensamiento a objetos inanimados como un botón que desea ser frijol o un ratón que anhela convertirse en elefante. Encontramos a un roedor que se lamenta ante un ángel torpe y le dice: «Con este tamaño que Dios me dio lo que como se me va en sustos, pues casi todos los animales me superan en tamaño…»65.
Delfina Collado elaboró fina prosa dirigida a la niñez de primera infancia, tal como se observa en Los geranios. Con reminiscencias de San José, tal como era la ciudad de antaño, y sus alrededores, supo construir textos que estimulan la capacidad de observación. Así lo hace esta autora, también galardonada con el Premio Carmen Lyra: «Sabanilla de abril: aire diáfano en una mañana de cristal, con itabos de estandartes y, en el césped, revoloteando los pájaros y las mariposas. Bandadas de azules alas. Parece que de cada hoja del follaje salen dos de ellas»66.
Con capacidad de crear personajes con los astros, los rayos de sol, las plantas o las mariposas, Ani Brenes ha elaborado una prolífica obra a partir de la década del noventa. Obtuvo el premio Carmen Lyra con un libro de cuentos y también ha hecho un trabajo importante con poesía rítmica y musical, en los que el valor estético es más fuerte que el didáctico. Leemos así «¡Qué feliz se puso la luna al recibir la invitación! Claro que ya había asistido a muchas fiestas y muy elegantes en los confines celestiales…»67.
El dramaturgo y director teatral José Fernando Álvarez ofreció una renovación temática del género dramático con su obra Caminito del mar, también ganadora del Premio Carmen Lyra, al dar ofrecer la metáfora de llevar un océano en sus manos. Su labor creadora ha continuado con la elaboración de versiones dramáticas, llevadas a escena con gran calidad, y vinculadas a ofrecer la reflexión sobre situaciones contemporáneas. Debe mencionarse obras como Yo soy Pinocho, Las mil y una noches o Una niña llamada Ana, fundamentada en la historia de Ana Frank.
A finales del siglo xx, Minor Arias renovó la visión de la poesía al presentar obras con verso libre en las que aborda algunos temas que no se trataban antes con la niñez como la situación ecológica, la riqueza ancestral indígena o la relación entre la vida y la muerte, con gran capacidad imaginativa. Nos presenta este escritor, que también ostenta el Premio Carmen Lyra, un poema:
«Mi abuelo ya no pudo jugar fútbol un día,
y se fue así, de hoy para mañana,
no obstante, me dejó,
su finísimo asombro,
su cuaderno y su sonrisa»68.
Asimismo, a partir de la década del noventa, la autora Évelyn Ugalde hizo propuestas con reelaboraciones de cuentos tradicionales y personajes de películas populares con su libro Cuando los cuentos crecen y narraciones oníricas con las que se evidencia esmero por sostener el humor. Se lee así: «Con el tiempo empezó la bruja a tener problemas de estrés por falta de dinero, porque, ¡aunque no lo crean!, las brujas también sufren por esto. Especialmente desde el día en que les prohibieron adivinar los números de la lotería»69.
Se puede así constatar que los caminos trazados por García Monge, Carmen Lyra, María Leal de Noguera, Carlos Luis Sáenz, Adela Ferreto, Lilia Ramos o Joaquín Gutiérrez se enrumbaron a nuevas direcciones a finales del siglo XX y ofrecieron a la niñez y la juventud el encuentro con la renovación temática y formal, contestataria, sin caer en la creación de textos didácticos ni perder la visión estética, la de creer en el disfrute, el juego, el humor, la picardía y vislumbrar así infinitas posibilidades de lectura.
¿Retornan las tensiones entre didáctica y literatura en el siglo xxi?
La literatura infantil costarricense se ha enriquecido durante los últimos veinte años. Debe señalarse la creación de nuevas empresas editoriales como Pachanga Kids o La jirafa y yo, el fortalecimiento de editoriales ya existentes como Club de Libros y la presentación de colecciones de álbumes ilustrados a todo color en instituciones públicas como la Editorial Costa Rica y la Editorial de la Universidad Estatal a Distancia, ilusttrados por Ruth Angulo, Josefa Richards o Lucy Sánchez. Resultaría necesario un estudio más amplio para referirse a la totalidad de autores de libros para la niñez que han publicado, en este país, durante el siglo xxi. Debe saberse que existen ediciones independientes realizadas fuera de la gran área metropolitana, compuestas de pocos ejemplares, y no sería una exageración afirmar que en Costa Rica circulan más de un centenar de nuevas obras, de literatura infantil, al año.
Voces nuevas han nutrido la literatura de este siglo: Héctor Gamboa, Irene Castro, Daniel Garro, Mar Cole de Temple, Paulo Sánchez, Ileana Contreras, Braulio Barquero y se debe hacer una mención especial de la escritora Ana Coralia Fernández quien realiza una síntesis de su trabajo como narradora oral y leemos un cuento que guarda como protagonista a un árbol que sobrevive a la embestida de un huracán en primera persona: «La llanta que servía de columpio, amarrada a un mecate de uno de mis brazos, sirvió de salvavidas a los últimos habitantes del barrio»70 y al poeta Byron Espinoza que ha muestra una temática con una visión lúdica:
«La Poesía
no es otra cosa
que un Lugar donde la Magia
es el único requisito
que te piden en la puerta»71.
A pesar de esas noticias venturosas, en este año de conmemoración del bicentenario de la Independencia centroamericana, deben señalarse ciertos peligros, no exclusivos del territorio costarricense pues ya los había señalado la argentina Graciela Montes72, como «los fantasmas» que acechan la literatura infantil internacional. Estos esperpentos, que ensombrecen el espacio poético de la niñez, son la escolarización, la frivolidad y la imposición de las leyes de mercado.
Una discusión que incluso llegó a los despachos judiciales se presentó con la breve novela Cocorí, de Joaquín Gutiérrez, por sus presuntas manifestaciones racistas. Se confunde el texto literario con el educativo -—tal como ocurría durante el siglo xix— y se intenta ofrecer a la niñez y la juventud, por medio del discurso artístico- una visión idealizada de la realidad, ajustada a las convicciones de grupos que irrumpen por medio de redes sociales y que consideran que la niñez y la juventud son incapaces de discernir y comprender que un libro, por su antigüedad, puede ofrecer una mirada al mundo distinta a la de la actualidad. Debe entenderse que una obra puede considerarse «tóxica» o «indeseable» por no emplear el lenguaje inclusivo y que traicionan las posibilidades polisémicas que deben caracterizar a la literatura —y al arte en general— por buscar un discurso unívoco, inocuo y políticamente correcto. Se ha intentado impedir la lectura de Cocorí en las escuelas por medio de recursos presentados ante la Sala Constitucional de Costa Rica, en lugar de promover la escritura de otras obras que puedan reunir los requerimientos que caracterizan las búsquedas de equidad del siglo xxi. Conviene darle una reposada lectura al libro Cocorí, racista, ¿y Gutiérrez también? de Sylvia Solano Rivera y Jorge Ramírez Caro73.
La literatura infantil de la actualidad es un «corpus indefenso», sujeto a las lecturas del mercado y a veces exaltadoras de la frivolidad debido a la ausencia de crítica especializada. En el mercado editorial costarricense aparecen algunos títulos carentes de calidad estética en los que se evidencia esa confusión entre los intereses didácticos y los literarios y que, en muchas ocasiones, rayan en la ramplonería pues no existen publicaciones periódicas, que ofrezcan información y orientación sobre la creación, la selección o las posibilidades de lectura de la literatura infantil, función que cumplieron con creces, en la primera mitad del siglo xx, revistas que sin ser especializadas en el tema, ofrecieron artículos que aún guardan vigencia como Repertorio Americano de García Monge o Educación del Ministerio de Educación Pública.
Sea esta conmemoración del bicentenario de la Independencia de los países centroamericanos una oportunidad para reflexionar sobre el pasado, presente y futuro de la literatura infantil y juvenil costarricense, pues las tensiones entre los propósitos didácticos y academicistas y la obra artística, enaltecedora de la libertad y el libre pensamiento que ya se esbozaban en las Brebes lecciones de Osejo, en la actualidad todavía no están resueltas.
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7 María Pérez Yglesias, «La literatura infantil en Costa Rica (1900-1984) y el mundo mágico de Adela Ferreto», Káñina (Universidad de Costa Rica) ix, 1 (1985): 101-118.
8 Margarita Dobles, «Costa Rica», Panorama de la literatura infantil en América Latina. Eds. V. Uribe y M. Delon (Caracas: Banco del Libro, 1984), 89-102.
9 Margarita Dobles, Literatura infantil, ed. cit.; Por qué cuento y canto para mis niños (San José: Editorial Costa Rica, 1991).
10 Carlos Rubio, «Libros de Costa Rica para los niños del mundo», Boletín de la Asociación Uruguaya de Literatura Infantil 29 (1996): 27-31.
11 Leda Cavallini Solano, Dramaturgia infantil: un espacio para recrear e imaginar. Tesis (San José: Universidad de Costa Rica, 1995); Marco Vargas Montero, Premios Carmen Lyra: antología comentada de las obras en prosa. Tesis (San José: Universidad de Costa Rica, 1997); Nuria Méndez Garita, La literatura infantil costarricense: los cuentos de Carlos Rubio. Tesis (San José: Universidad de Costa Rica, 2006).
12 Manuel Peña Muñoz, Historia de la literatura infantil en América Latina (Bogotá: Fundación SM, 2009).
13 Patricia Quesada y Magdalena Vásquez, «La literatura infantil en Costa Rica: aportes y ausencias desde la historiografía literaria», Comunicación (Instituto Tecnológico de Costa Rica) 20, 1 (2011): 32-38.
14 Gustavo Naranjo Chacón, Literatura infantil y juvenil: génesis, contexto y evolución sociocultural (San José: Editorial de la Universidad Estatal a Distancia, 2016).
15 Si bien se han impreso ya ediciones facsimilares de esta obra —un verdadero incunable costarricense—, el único ejemplar que se conserva pertenece a Universidad Nacional (Heredia, Costa Rica), cuya Sala de Libros Antiguos y Especiales lo tiene bajo su estricta custodial. (N. del E.)
16 Rafael Francisco Osejo, Brebes lecciones de arismética (San José: Imprenta de La Paz, 1830), 1.
17 Carlos Luis Sáenz, «Estudio introductorio», Luis Ferrero, Literatura infantil costarricense, ed., cit., x.
18 Juan Rafael Quesada, Un siglo de educación costarricense: 1814-1914 (San José: Editorial de la Universidad de Costa Rica, 2005),
19 Aquileo J. Echeverría, Concherías (Barcelona: Imprenta Elzeveriana de Borrás y Mestres, 1909), 241.
20 Manuel González Zeledón, «Un baño en la presa», Cuentos (San José: Antonio Lehmann, 1968), 9.
21 Aquileo J. Echeverría, Concherías (Barcelona: Imprenta Elzeveriana de Borrás y Mestres, 1909), 34.
22 Claudio González Rucavado, «La pluma que escribe», recogido en Abelardo Bonilla, ed. Antología de la literatura costarricense (San José: Editorial de la Universidad de Costa Rica, 1961), 52. Este cuento lo incluye su autor en De ayer: niñerías (San José: Alsina, 1907).
23 José Martí, La Edad de Oro (La Habana: Centro de Estudios Martianos, 2005), 9. La primera edición reunida de los cuatro números de la revista aparecieron por primera vez en San José de Costa Rica, editadas por Joaquín García Monge, en su colección «El Convivio de los Niños». El autor del presente estudio le agradece al Dr. Marcelo Bianchi Bustos, vicepresidente primero de la Academia Argentina de Literatura Infantil, tan valioso y oportuno señalamiento histórico-bibliográfico.
24 Véase Arnoldo Mora, El ideario de Joaquín García Monge ((San José: Editorial de la Universidad Estatal a Distancia, 2017).
25 Citado por Luis Ferrero, Pensando en García Monge (San José: Editorial Costa Rica, 1988), 133.
26 María Eugenia Dengo, Tierra de maestros (San José: Editorial de la Universidad de Costa Rica, 2011), 66.
27 Ver Samuel Arguedas, ed., Literatura para niños (San José: Imprenta Lines y Reyes, 1917); Emma Gamboa, ed., Versos para niños (San José: Lehmann, 1941), Fernando Luján, ed., Poesía infantil (San José: Soley y Valverde, 1941).
28 José María Zeledon, ed. Jardín para niños (San José: Falcó y Borrasé, 1916); Alma infantil (San José: Lehmann, 1928).
29 Citado por la edición José María Zeledón, Poesías escogidas (Cartago: Editorial Tecnológica de Costa Rica, 2003), 24.
30 Emma Gamboa, El sombrero aventurero de la niña Rosa Flor (San José: Casa Gráfica, 1969), 4.
31 Fernando Luján, Tierra marinera (San José: Soley y Valverde, 1940). Cito por la edición de la Editorial Costa Rica, 1967, p. 56.
32 Evangelina Gamboa, ed. Poemas y dibujos de niños de Costa Rica (San José: Atenea, 1955), 71.
33 Eunice Odio, Antología poética anotdada. Eds. C. E. Paldao y R. de Vallbona (San José: Editorial Costa Rica), 98.
34 María Eugenia Dengo, Tierra de maestros, 144.
35 Carlos Luis Sáenz, Mulita Mayor (San José: Repertorio Americano, 1949), 33.
36 María del Rosario Ulloa, Dramatizaciones infantiles (San José: Imprenta Nacional, 1928); Albertina Fletis de Ramírez, En el mundo de los niños: dramatizaciones infantiles (San José: Imprenta Española, 1944); Lilia Ramos, ed. Luz y bambalinas: antología de teatro para niños (San José: Ministerio de Educación Pública, 1961).
37 Margarita Martínez, «Libertad de expresión», Lilia Ramos, ed. Luz y bambalinas. Cito por la reedición de la Editorial Costa Rica (San José, 1981), 14.
38 Susan Campos, «La revolución silenciosa de “Caperucita encarnada” (Costa Rica, 1916)», Trans: revista transculutural de música 15 (2011): 1-36.
39 Carmen Lyra, «Ensueños de Nochebuena (juguete)», Repertorio Americano xx i, 17 (1930): 269.
40 Carlos Luis Sáenz, Papeles de risa y fantasía (San José: Las Américas, 1962), 188.
41 Carmen Lyra, Los cuentos de mi tía Panchita (San José: Alsina, 1920).
42 Carlos Rubio, «Centenario de “Los cuentos de mi tía Panchita” de Carmen Lyra (1920– 2020): contexto educativo, literario y político de la primera edición de una obra», Revista Educación 44, 2 (2020): 1-20.
43 Carmen Lyra, Los cuentos de mi tía Panchita, 14.
44 María Leal de Noguera, Cuentos viejos, (San José: Imprenta Alsina, 1923). He consultado la edición de la Editorial Costa Rica, 1992.
45 Anastasio Alfaro, El delfín de Corubicí: visión de Nicoya antes de la conquista española (San José: Imprenta Alsina, 1923).
46 Joaquín Gutiérrez, Cocorí (Santiago de Chile: Editorial Rapa-Nui, 1947).
47 Manuel Peña Muñoz, Historia de la literatura infantil en América Latina (Bogotá: Fundación SM, 2009).
48 Yolanda Oreamuno, A lo largo del corto camino (San José: Editorial Costa Rica, 1961), 144.
49 Lilia Ramos, Diez cuentos para ti (San José: Trejos, 1942); Los cuentos de Nausicaa (San José: Atenea, 1952); Sylvia Puentes de Oyenard, Los cuentos de Nausicaa, por Lilia Ramos (San José: Ministerio de Cultura, Juventud y Deportes, 1979).
50 Lilia Ramos, Almófar, hidalgo y aventurero (San José: Editorial Costa Rica, 1966). Hay una reedición bajo el sello de Farben (San José, 1988), consultada para el presente trabajo.
51 Lilia Ramos, Almófar, 15.
52 Luis Ferrero, La literatura infantil costarricense, 80-81.
53 Lara Ríos, Algodón de azúcar (San José: Norma, 2014), 51.
54 Lara Ríos, Pantalones cortos (San José: Editorial Costa Rica, 1983); Pantalones largos (San José: Norma, 1995); Verano de colores (San José: Norma, 2015).
55 Floria Jiménez, Mirrusquita (San José: Editorial Costa Rica, 2016), 7.
56 Alfonso Chase, Fábula de fábulas (San José: Editorial Costa Rica, 1978), 46.
57 Alfonso Chase, Libro de las maravillas (San José: Editorial Costa Rica, 2000).
58 Mabel Morvillo, Cuento con dos cielos y un sol (San José: Editorial Costa Rica, 2000), 33.
59 Mabel Morvillo, «La titiritera del arco iris», Luz y bambalinas. Ed. Lilia Ramos (San José: Editorial Costa Rica, 1981), 167.
60 Alfredo Cardona Peña, La nave de las estrellas (San José: Editorial Costa Rica, 1980).
61 Alfredo Cardona Peña, Festival de sorpresas (San José: Editorial Costa Rica, 2014), 99
62 Adela Ferreto, Chico Paquito y sus duendes (San José: Editorial Costa Rica, 2013), 272.
63 Rocío Sanz, El insomnio de la Bella Durmiente (San José: Editorial Costa Rica, 1983), 7.
64 Rodolfo Dada, Abecedario del Yaquí (San José: Editorial Costa Rica, 1984), s. p.
65 Fernando Durán Ayanegui, Cuentos para Laura (San José: Alma Mater, 1986), 22.
66 Delfina Collado, Los geranios (San José: Editorial Costa Rica, 1985), 50.
67 Ani Brenes, Cuentos con alas y luz (San José: Editorial Costa Rica, 2001), 67.
68 Minor Arias, Mi abuelo volaba sobre robles amarillos (San José: Editorial Costa Rica, 2055), 43.
69 Evelyn Ugalde, El cuentasueños (San José: Uruk, 2008), 30.
70 Ana Coralia Fernández, «Y de pronto un día», Varios, Huracán Otto, la noche que duró muchos días (San José: Editorial de la Universidad Estatal a Distancia / Editorial Costa Rica, 2018), 9.
71 Byron Espinoza, Algunos sueños y otros paraísos (San José: Editorial de la Universidad Estatal a Distancia, 2015), 3.
72 Graciela Montes, La frontera indómita (México: Fondo de Cultura Económica, 1999).
73 Silvia Solano y Jorge Ramírez Caro, Cocorí, racista, ¿y Gutiérrez también? (Heredia: Editorial Universidad Nacional, 2019).