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Manifiesto por una lengua común
Desde hace algunos años hay crecientes razones para preocuparse en
nuestro país por la situación institucional de la
lengua castellana, la única lengua juntamente oficial y
común de todos los ciudadanos españoles. Desde luego, no se
trata de una desazón meramente cultural -nuestro idioma goza
de una pujanza envidiable y creciente en el mundo entero,
sólo superada por el chino y el inglés- sino de una
inquietud estrictamente política: se refiere a su papel como
lengua principal de comunicación democrática en este
país, así como de los derechos educativos y
cívicos de quienes la tienen como lengua materna o la eligen
con todo derecho como vehículo preferente de
expresión, comprensión y comunicación.
Como punto de partida, establezcamos una serie de premisas:
- Todas las lenguas oficiales en el Estado son igualmente
españolas y merecedoras de protección institucional como
patrimonio compartido, pero sólo una de ellas es
común a todos, oficial en todo el territorio nacional y por
tanto sólo una de ellas -el castellano- goza del deber
constitucional de ser conocida y de la presunción
consecuente de que todos la conocen. Es decir, hay una
asimetría entre las lenguas españolas oficiales, lo cual no
implica injusticia (?) de ningún tipo porque en España hay
diversas realidades culturales pero sólo una de ellas es
universalmente oficial en nuestro Estado democrático. Y
contar con una lengua política común es una enorme
riqueza para la democracia, aún más si se trata de
una lengua de tanto arraigo histórico en todo el país
y de tanta vigencia en el mundo entero como el castellano.
- Son los ciudadanos quienes tienen derechos lingüisticos,
no los territorios ni mucho menos las lenguas mismas. O sea: los
ciudadanos que hablan cualquiera de las lenguas cooficiales tienen
derecho a recibir educación y ser atendidos por la
administración en ella, pero las lenguas no tienen el
derecho de conseguir coactivamente hablantes ni a imponerse como
prioritarias en educación, información,
rotulación, instituciones, etc., en detrimento del
castellano (y mucho menos se puede llamar a semejante atropello
"normalización lingüística").
- En las comunidades bilingües es un deseo encomiable
aspirar a que todos los ciudadanos lleguen a conocer bien la lengua
cooficial, junto a la obligación de conocer la común
del país (que también es la común dentro de
esa comunidad, no lo olvidemos). Pero tal aspiración puede
ser solamente estimulada, no impuesta. Es lógico suponer que
siempre habrá muchos ciudadanos que prefieran desarrollar su
vida cotidiana y profesional en castellano, conociendo sólo
de la lengua autonómica lo suficiente para convivir
cortésmente con los demás y disfrutar en lo posible
de las manifestaciones culturales en ella. Que ciertas autoridades
autonómicas anhelen como ideal lograr un máximo techo
competencial bilingüe no justifica decretar la lengua
autonómica como vehículo exclusivo ni primordial de
educación o de relaciones con la administración
pública. Conviene recordar que este tipo de imposiciones
abusivas daña especialmente las posibilidades laborales o sociales
de los más desfavorecidos, recortando sus alternativas y su
movilidad.
- Ciertamente, el artículo tercero, apartado 3, de la
Constitución establece que "las distintas modalidades
lingüísticas de España son un patrimonio cultural que
será objeto de especial respeto y protección". Nada
cabe objetar a esta disposición tan generosa como justa,
proclamada para acabar con las prohibiciones y restricciones que
padecían esas lenguas. Cumplido sobradamente hoy tal
objetivo, sería un fraude constitucional y una
auténtica felonía utilizar tal artículo para
justificar la discriminación, marginación o
minusvaloración de los ciudadanos monolingües en
castellano en alguna de las formas antes indicadas.
Por consiguiente los abajo firmantes solicitamos del Parlamento
español una normativa legal del rango adecuado (que en su caso
puede exigir una modificación constitucional y de algunos
estatutos autonómicos) para fijar inequívocamente los
siguientes puntos:
- La lengua castellana es común y oficial a todo el
territorio nacional, siendo la única cuya comprensión
puede serle supuesta a cualquier efecto a todos los ciudadanos
españoles.
- Todos los ciudadanos que lo deseen tienen derecho a ser
educados en lengua castellana, sea cual fuere su lengua materna.
Las lenguas cooficiales autonómicas deben figurar en los
planes de estudio de sus respectivas comunidades en diversos grados
de oferta, pero nunca como lengua vehicular exclusiva. En cualquier
caso, siempre debe quedar garantizado a todos los alumnos el
conocimiento final de la lengua común.
- En las autonomías bilingües, cualquier ciudadano
español tiene derecho a ser atendido institucionalmente en las dos
lenguas oficiales. Lo cual implica que en los centros oficiales
habrá siempre personal capacitado para ello, no que todo
funcionario deba tener tal capacitación. En locales y
negocios públicos no oficiales, la relación con la
clientela en una o ambas lenguas será discrecional.
- La rotulación de los edificios oficiales y de las
vías públicas, las comunicaciones administrativas, la
información a la ciudadanía, etcñen dichas
comunidades (o en sus zonas calificadas de bilingües) es
recomendable que sean bilingües pero en todo caso nunca
podrán expresarse únicamente en la lengua
autonómica.
- Los representantes políticos, tanto de la
administración central como de las autonómicas,
utilizarán habitualmente en sus funciones institucionales de
alcance estatal la lengua castellana lo mismo dentro de España que
en el extranjero, salvo en determinadas ocasiones
características. En los parlamentos autonómicos
bilingües podrán emplear indistintamente, como es
natural, cualquiera de las dos lenguas oficiales.
Firmas:
Aurelio Arteta, Félix de Azúa, Albert Boadella,
Carlos Castilla del Pino, Luis Alberto de Cuenca, José
Antonio de la Marina Arcadi Espada, Alberto González
Troyano, Antonio Lastra, Carmen Iglesias, Carlos Martínez
Gorriarán, Jose Luis Pardo, Alvaro Pombo, Ramón
Rodríguez, Jose Mª Ruiz Soroa, Fernando Savater, Mario
Vargas Llosa.
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