Artículo de: Arnoldo Mora Rodríguez
DAMA DE LAS LETRAS
En este año celebramos en el ámbito de la cultura nacional y, de modo particular, en la Academia Costarricense de la Lengua, una actividad dedicada a honrar una dama, mejor aún, a la dama de las letras costarricenses. Consideramos, con sobrados argumentos, que si la razón de ser de nuestra corporación es honrar la lengua de Cervantes, hoy hablada por más de quinientos cincuenta millones de personas en los cinco continentes, una de las mejores y más justas maneras de hacerlo es honrando a quienes han dedicado su larga, fecunda y ejemplar vida a cultivar nuestro idioma. Me refiero al merecido homenaje que nuestra Academia ha rendido este año a uno de sus más preclaros miembros, como Julieta Pinto, una de nuestras grandes escritoras, con ocasión de cumplir cien años de vida. Con este homenaje, la Academia no sólo hace justicia a quien tiene sobrados méritos para ello, sino que se honra a sí misma, porque una institución, más allá de sus objetivos y normativas, es lo que sus miembros han hecho y hacen de ella; si una institución es grande y reconocida, se debe a quienes la han hecho grande a través del tiempo. Debemos ver, por ende, en esta hermosa actividad la realización de este objetivo: honrar a quienes —instituciones o personas— cultivan nuestra mayor riqueza cultural, cual es el idioma.
Valga la pena recalcar que nuestra lengua nunca ha tenido un mayor auge, en sus más de mil años de historia, como actualmente; más de 500 millones de personas hablamos español como lengua materna; en muchos países es el idioma extranjero más estudiado después del inglés; nuestra lengua es hablada en los cinco continentes como último y único vestigio de aquel imperio en cuyos dominios «nunca se ponía el sol».
Pero no debemos obsesionarnos mirando tan solo al pasado, ni vernos absorbidos únicamente por la dinámica del presente; es necesario ver al futuro; un idioma es una realidad viva, en permanente transformación; lo que lo hace ser un instrumento idóneo de comunicación entre los pueblos más diversos y dispersos del planeta. Esa homogeneidad se estaría consolidando gracias a la revolución tecnológica, pues la necesidad de comunicarse lleva a usar palabras y expresiones lingüísticas que sean comunes a todos los usuarios. Un idioma es un medio de comunicación que minimiza las distancias geográficas o políticas y étnico-culturales.
Pero la importancia del idioma va más allá de ser un indispensable instrumento de comunicación y de construcción del pensamiento (no se piensa con palabras sino desde las palabras, como lo intuyó Platón en «Cratilo»). Un idioma es una manera de comprender el mundo, una sensibilidad colectiva que le da sentido a la vida, un acto fundante de cultura que posibilita la identidad de un pueblo; hecho de la máxima importancia en una época como la nuestra, que se caracteriza por la globalización de los mercados, de la política y de la masificación de las grandes expresiones del arte (rock) o el deporte. En todos los campos, pero especialmente en el político, la humanidad actual urge comunicarse porque los desafíos que debe asumir, si quiere sobrevivir, son planetarios.
Nuestra lengua, la de Cervantes y la de García Márquez, ha logrado reconocimiento planetario. Pero igualmente lo ha logrado en el ámbito nacional y regional, como en el caso de la gran dama de las letras costarricenses, Julieta Pinto. Porque nuestro idioma es la mejor herramienta para lograr la comunicación que nos haga a todos los hombres y mujeres del planeta hermanos y nos enriquezca con una cultura variopinta que, sin perder sus raíces locales, nos convierta en ciudadanos del mundo.
Julieta Pinto ha sido no sólo una grande y prolífica novelista, sino también una maestra insigne, como lo prueba su condición de cofundadora de la Escuela de Literatura y Ciencias del Lenguaje de la Universidad Nacional (1973). Sus novelas son un reflejo de nuestra injusta realidad. Julieta ha prestado su pluma y su talento al pueblo humilde; en sus páginas se han tomado la palabra quienes no la han tenido tradicionalmente en nuestra sociedad; hombres y mujeres del pueblo, niños pobres, todos han sido protagonistas gracias a una narrativa que hace de sus obras una denuncia social y una interpelación, humana pero no por ello menos vehemente, a fin de cambiar el rumbo de nuestra desigual sociedad. Julieta ha hecho realidad aquello de que un gran escritor no es más que el portavoz de los que no tienen voz; un auténtico gran escritor no es más, pero tampoco menos, que el amanuense de su pueblo; por su pluma hablan los hombres y mujeres que hicieron la historia de ayer y configuran la sociedad del presente.
Pero Julieta va más allá o más acá del presente. Su inquisitiva pluma escudriña el pasado de nuestra nación, a la manera no de un historiador, aunque con el rigor científico de su método, sino con el afecto de un biógrafo de su propia familia. Al indagar los orígenes de su apellido, busca refocilarse no sólo como un deleite un tanto narcisista —justificado, por lo demás— sino como una búsqueda de nuestra identidad como nación, lo que la mueve a bucear en torno a sus antepasados, como en Tata Pinto, porque este configura el imaginario colectivo de nuestra historia patria, por haber sido un personaje que ha sido protagonista de una de las páginas más dramáticas de la vida política costarricense del siglo xix, todo lo cual lo ha convertido en una auténtica leyenda, formando con ello parte también de nuestra pequeña historia.
Pero Julieta Pinto nunca ha perdido su objetivo como destacada cultora de nuestra lengua, como sus múltiples y merecidos premios lo confirman, cual es el de mostrar la belleza de la lengua nacional y la fecundidad y originalidad de los temas que aborda; lo cual no se reñía con las exigencias de la justicia social y reclamo en pro de la dignidad de todo ser humano, en especial de los sectores tradicionalmente marginados en nuestra sociedad. De sus obras pueden hacerse múltiples lecturas; su legado literario sigue siendo un rico manantial de enseñanzas, un delicioso manjar para las sensibilidades más refinadas y un ejemplo a seguir para los escritores de hoy y de siempre. Su legado debe perpetuarse y su autora debe ser honrada. Porque la mejor manera de honrar un bello idioma, como el nuestro, es honrar a quienes lo han cultivado de manera ejemplar y señera.
AD MULTOS ANNOS JULIETA!