Boletín de la Academia Costarricense de la Lengua - tercera época

Los próceres escritores

Año XVI. 2021    págs. 51--78
Artículo de: Jorge Sáenz Carbonell

LOS PRÓCERES ESCRITORES

El medio cultural de los años inmediatamente anteriores y posteriores a la separación de Costa Rica de la Monarquía Española en 1821 era muy poco propicio para los esfuerzos literarios. La carencia de imprenta, de medios de prensa, de instituciones de enseñanza superior, de bibliotecas públicas y de librerías propiamente dichas hacían muy difícil que fructificaran vocaciones o se desarrollaran talentos en ese sentido.

En esa época se redactaron en Costa Rica, numerosos documentos sobre temas de interés público, tales como actas, manifiestos, cartas públicas o privadas explicativas o indicativas de conductas políticas y demás, ataques y defensas, pero no creemos que tales textos puedan ubicarse en el ámbito literario, y menos todavía que se pueda caracterizar como escritores o literatos a quienes las suscribieron. Un criterio semejante haría que tuviéramos que calificar de ensayista o escritor a cuanto personaje de nuestro agitado siglo xix haya redactado o suscrito un discurso, una proclama o el texto de un mensaje o una memoria ministerial. Por ese mismo motivo no incluimos en esta breve reseña a don Pablo de Alvarado, pionero y apóstol de la independencia centroamericana y redactor del anteproyecto del Pacto de Concordia, ni al presbítero Florencio del Castillo, representante de Costa Rica en el Congreso Constituyente del Imperio Mexicano de 1822, no obstante sus notorias dotes como orador y los valiosos escritos políticos con que engalanó las Cortes de Cádiz.

Hubo, sin embargo, algunos pocos personajes protagónicos de aquellos azarosos años iniciales de nuestra vida independiente que dejaron para la posteridad textos que no cabe ubicar en el ámbito de los documentos públicos, sino más bien en el campo de la literatura o en el de la didáctica, aun cuando se tratara en algunos casos de producciones de valor y alcances limitados. Difícilmente podía esperarse algo más del tiempo y del medio; pero todos esos escritos tienen, a nuestro juicio, un considerable valor para la historia de la literatura y de la cultura costarricenses y regionales.

En este breve estudio nos referiremos sucintamente a los escritos de ocho de esos personajes que además de su destacado protagonismo político en la Costa Rica de los años que van de 1821 a 1824, legaron también a la posteridad escritos de carácter literario o didáctico, aun cuando sus obras no necesariamente hayan sido todas compuestas en ese complejo período. Se trata de cinco costarricenses y de otros tres personajes de orígenes foráneos que se radicaron en Costa Rica y tuvieron aquí una destacada actuación política. Sin duda, hubo algunas otras personas en aquellos tiempos que privadamente dedicaran esfuerzos a las letras, aunque fuera en la misma forma relativamente modesta que los enumerados, pero de ello no tenemos noticia cierta.

¿Quiénes fueron los próceres escritores? Por el orden cronológico de su nacimiento, los cinco costarricenses a que nos referimos son Joaquín de Oreamuno y Muñoz de la Trinidad, Miguel Bonilla y Bolívar, Nicolás Carrillo y Aguirre, José Santos Lombardo y Alvarado y Gordiano Paniagua y Zamora. Los venidos de otras tierras que se establecieron aquí fueron, también por orden cronológico de nacimiento, Víctor de la Guardia y Ayala, panameño; el licenciado Agustín Gutiérrez y Lizaurzábal, guatemalteco, y el bachiller Rafael Francisco Osejo, nicaragüense. Nos referiremos brevemente a las actuaciones políticas de cada uno de ellos y a sus producciones en el campo de las letras.

Los costarricenses

Don Joaquín de Oreamuno y Muñoz de la Trinidad

Por orden de nacimiento, el primero de los escritores costarricenses que incluimos en este estudio es el capitán don Joaquín de Oreamuno y Muñoz de la Trinidad, quien nació en Cartago el 14 de julio de 1755, en el hogar de José Antonio de Oreamuno y García de Estrada y María de la Encarnación Muñoz de la Trinidad y Arburola, prominentes vecinos de esa ciudad. Casó en Cartago el 11 de noviembre de 1782 con doña Florencia Jiménez y Robredo. No cursó estudios formales, pero adquirió en forma autodidacta conocimientos de Derecho y de Medicina. Además de dedicarse a actividades agropecuarias y comerciales, desde mucho antes de la separación de España desempeñó relevantes cargos políticos y militares, ya que fue mayordomo de propios del Ayuntamiento de Cartago en 1782, alcalde de la Santa Hermandad de Cartago en 1791; alcalde segundo de Cartago en 1791, 1792 y 1806; alcalde primero de Cartago en 1794, 1795, 1796, 1799, 1807, 1814, 1817, 1820 y 1822; teniente de gobernador encargado del mando político de Costa Rica en 1799, 1817 y 1820; alguacil mayor de Cartago en 1809, segundo comandante del batallón provincial de Costa Rica en su expedición a Nicoya y Nicaragua en 1812 como capitán de granaderos, y procurador síndico de Cartago en 1821.

En los años de la Independencia tuvo una relevante actuación política. En su calidad de procurador síndico, fue uno de los firmantes del acta de Independencia suscrita en Cartago el 29 de octubre de 1821. Posteriormente fue legado propietario por Laborío en la Junta de Legados de los Pueblos en 1821 y firmante del Pacto de Concordia el 1° de diciembre de 1821, elector por Cartago en la Junta de Electores de enero de 1822 y presidente del Tribunal Supremo de Residencia de 1822 a 1823. De ideología tradicionalista, fue partidario entusiasta de la incorporación de Costa Rica al Imperio Mexicano y el principal líder de los monárquicos costarricenses en los años de 1822 y 1823; encabezó el golpe militar del 29 de marzo de 1823 y fue comandante general de las armas y gobernante de facto del 29 de marzo al 5 de abril de 1823. Después de la batalla de Ochomogo, en la que triunfaron los republicanos, fue arrestado, procesado y condenado a degradación y a dos años de confinamiento en San José, aunque después se le indultó. Murió en Cartago el 13 de noviembre de 1827, a los 72 años1.

Las únicas producciones literarias que se conocen de don Joaquín datan de 1809, cuando era alguacil mayor de la ciudad. Con motivo de las fiestas reales organizadas en Cartago para la jura del rey Fernando VII, nuestro personaje escribió varias piezas teatrales, que fueron interpretadas en esas celebraciones y que son las obras dramáticas costarricenses más antiguas cuyo texto se conserva: una loa y dos entremeses en verso octosilábico, alusivas al advenimiento del nuevo monarca al trono español y a la invasión de Napoleón a España.

Aunque sus piezas teatrales se han publicado en forma parcial o completa en varias oportunidades2, Oreamuno ha sido prácticamente ignorado y olvidado como precursor del teatro costarricense, muy posiblemente por su filiación política monárquica y su oposición al sistema republicano. Sin embargo, en 2014 el filólogo costarricense Leonardo Sancho Dobles presentó en la Universidad de Navarra una extensa y documentada tesis doctoral sobre este personaje y su obra, cuyos principales elementos fueron publicados en un magnífico estudio en 2016, bajo el título de Teatro breve en la provincia de Costa Rica. Tres piezas de Joaquín de Oreamuno y Muñoz de la Trinidad 3.

Las tres obras dramáticas de Oreamuno son composiciones sencillas y sin grandes pretensiones, escritas en verso octosilábico, pero no carecen de interés. Transcribimos al respecto algunas de las conclusiones del doctor Sancho Dobles:

«En cuanto a los aspectos de forma y contenido estos tres textos se insertan en el devenir de una tradición literaria heredada de las letras españolas, el teatro breve del Siglo de Oro, el entremés y alegoría; pero también son herederas de la tradición retórica, del romancero y de la copla popular y de la extensa tradición de las fiestas religiosas y civiles peninsulares y virreinales. Los personajes y las voces que intervienen en escena oscilan entre lo sagrado y lo profano, lo cómico y serio, lo satírico burlesco, con lo cual se demuestra que responden a cánones precisos, el de la literatura alegórica y el de la literatura jocosa, entremezclados… En el plano léxico las piezas dan cuenta de una visión de mundo bastante particular, si bien es cierto fueron escritas en un universo cultural aislado, el lenguaje que utilizan los personajes demuestra que ese mundo oscilaba entre lo peninsular y lo autóctono local, lo criollo y lo mestizo.

Las piezas de la trilogía oreamuniana se erigen entonces como un texto híbrido ya que guardan características de los diferentes géneros del teatro breve aurisecular aunque hayan sido escritos en las postrimerías del período colonial hispanoamericano. En 1809 cuando estas pequeñas piezas fueron llevadas a escena en un tablado erigido en un espacio abierto, el canon literario se inclinaba hacia la ilustración y el neoclacisismo, sin embargo las piezas de Oreamuno no se inscriben dentro de esos cánones estéticos ni ideológicos pues responden más a algunos fines ideológicos del teatro del Siglo de Oro orientados hacia la exaltación del poder monárquico, con respecto al canon de la literatura ilustrada los textos no dan muestra de abogar por las ideas liberales ni la estética neoclásica. Se trata de una producción escritural tardía, diferida en el espacio y el tiempo que da muestras de acoplarse al modelo estético aurisecular, inscribe a la literatura escrita en la provincia de Costa Rica en el devenir de una extensa tradición literaria peninsular y da fe de que la literatura costarricense tiene su origen mucho antes de lo que la historiografía literaria ha establecido»4.

Como muestra del estilo de Oreamuno, he aquí un fragmento del primero de sus entremeses, correspondiente a un parlamento de un personaje llamado Siclaco:

Echen vítores al viento,

ínter se está biscocheando

esta empanada rellena

de traiciones y engaños.

Así como arde este fuego

ardan los nobles vasallos

en amor y digan todos

¡viva nuestro rey Fernando!

No cesen los parabienes

y vítores alternando;

a voces digamos todos

¡viva nuestro rey Fernando!

Doyle fuego a este biscocho,

que ya lo juzgo quemado

y hasta que no esté en ceniza

no sosegará Siclaco.

Si el ministro del infierno

atiza los condenados,

haga él allá lo que quiera

y yo aquí lo mismo que hago.

Todos aquestos mirones

¿por qué están tan callados?

¿Por qué no dicen a gritos

¡viva nuestro rey Fernando!?

El que no dijere a gritos

¡que viva mi rey Fernando!

sin excepción de personas

les daré de tizonazos.” 5

El presbítero don Miguel de Bonilla y Bolívar

Cronológicamente, de los escritores que comentamos, el segundo en venir al mundo fue el presbítero don Miguel de Bonilla y Bolívar. Nació en Cartago el 30 de setiembre de 1763 y fue hijo de don Andrés de Bonilla y Sáenz y doña María Gertrudis de Laya Bolívar y Miranda. Fue ordenado como sacerdote en Nicaragua alrededor de 1788 y ejerció su ministerio en Nicoya, San José y Heredia. Se le conoció en Costa Rica con el sobrenombre de Padre Tiricia, quizá por haber padecido ictericia. Además de ejercer su ministerio, fue hacendado y empresario minero.

Fue legado interino por Bagaces, Esparza y los pueblos indígenas en la Junta de Legados de los Ayuntamientos en 1821 y en esa condición suscribió el acta de Independencia en Cartago el 29 de octubre de 1821. Republicano entusiasta, gran amigo del célebre bachiller Osejo, fue diputado por Cartago en el Congreso Provincial Constituyente de 1823 y fue amenazado por los monárquicos después del golpe militar del 29 de marzo de ese año, por lo que se refugió en San José. Murió en 1826, cuando tenía unos 62 años6.

Este inquieto sacerdote era muy devoto de la Virgen de los Ángeles, y poco antes de su muerte le dedicó un extenso discurso poético apologético, en desagravio por la circunstancia de que el Congreso Constituyente, al declararla patrona de Costa Rica en 1824, expresamente lo había hecho «sin designación de imagen», para no hacer referencia a la venerada en Cartago desde el siglo xvii. Es un poema de treinta y cuatro estrofas, de ocho versos endecasílabos cada una, en el cual, de después de algunas consideraciones teológicas y referencias históricas sobre el culto mariano, se relata la tradición del hallazgo de la venerada imagen por una mulata de la Puebla de los Pardos. Aunque la composición se refiriera a una temática tan arraigada en la devoción popular, se trata de una obra culta, como puede verse por el uso del endecasílabo, el léxico escogido y las referencias mitológicas y teológicas que contiene. Transcribimos dos de sus estrofas, justamente las que inician el relato del hallazgo:

Sentados todos estos principios,

síguese ya el portentoso caso

del aparecimiento de esta Rosa

a la dichosa Jericó, Cartago.

Es por constante tradición, notoria,

que en el campo que es hoy de los Pardos,

habitaba una mujer sencilla,

a la que Dios revela los milagros.

Sobre una piedra cerca de su choza,

que será de seis varas en su cuadra,

esta humilde mulata se encontró

con este prodigioso simulacro.

Tan pasmoso invento, era preciso,

la hubiese ocasionado algún espanto;

mas ella sin temor lleva la efigie,

sin pararse a pensar de tal hallazgo7.

Además de este poema, el padre Bonilla escribió varias breves canciones en verso octosilábico, que se cantaban en Cartago en los rosarios y otras actividades devotas en honor de Nuestra Señora de los Ángeles, y son de una índole mucho más sencilla y popular, como puede verse de la siguiente:

Ante ti todos postrados,

de este favor, gran Señora,

de Cartago protectora

el corazón entregamos

y con él todos te amamos

con voluntad muy rendida,

que para nuestro consuelo,

Aquí fuiste aparecida8.

El historiador eclesiástico Ricardo Blanco Segura, en una breve reseña biográfica del padre Bonilla, se refiere a él diciendo:

La importancia del padre Tiricia en nuestra independencia estriba esencialmente en su constante actividad, en su incansable ir y venir por los caminos de su patria coordinando voluntades, tomando pareceres y gestionando las mejores soluciones a los problemas de su tiempo… Sus actuaciones nos lo muestran franco, práctico, impulsivo si se quiere, pero siempre sincero y sin cálculos de ninguna especie. No era hombre de grandes razonamientos adornados con citas filosóficas y teológicas… Solo en defensa de su fe, por lo demás bastante ingenua, sacó a relucir, de modo rimbombante y afectado, sus conocimientos mitológicos y teológicos, tal como aparecen en su composición poética en defensa de la imagen de la Virgen de los Ángeles… El padre Bonilla es el entusiasmo, la acción, el impulso. Hombre más de hechos que de palabras, capaz de dar su vida por la República en un arrebato»9.

El presbítero Nicolás Carrillo y Aguirre

El tercero de nuestros próceres escritores es otro sacerdote, el presbítero Nicolás Carrillo y Aguirre, quien nació en Cartago el 26 de mayo de 1764, fue hijo de José Cayetano Carrillo y Cascante y María Josefa Aguirre y Rodríguez. Se ordenó como sacerdote en Nicaragua. Fue cura de Bagaces, Cañas y Esparza y sacristán mayor de la parroquia de Cartago. Elegido en 1810 para representar a Costa Rica en las Cortes españolas, declinó la designación y en su lugar se nombró a don Florencio del Castillo. En 1812 fue teniente interino de gobernador de Bagaces y comisionado para la pacificación de Guanacaste y Nicoya.

Al padre Carrillo le correspondió, en los momentos inmediatamente posteriores a nuestra separación de España, ser elegido en noviembre de 1821 como legado propietario por Escazú en la Junta de Legados de los Pueblos y después como presidente de esta misma Junta, que fue a la vez la primera asamblea constituyente de Costa Rica y la primera junta gubernativa: el Pacto de Concordia, el texto constitucional aprobado por la Junta de Legados el 1 de diciembre de ese año, llevó en primer término la firma del presbítero Carrillo. Después fue miembro propietario y vicepresidente de la Junta Gubernativa Provisional, que funcionó de diciembre de 1821 a enero de 1822. Hombre de mentalidad tradicionalista, fue partidario de la anexión de Costa Rica a México. Más tarde estuvo entre los miembros del Congreso Constituyente de 1824-1825, del cual fue vicepresidente, y en 1825 y 1827 fue elegido consejero suplente en 1825 y en 1827 pero en ambas oportunidades declinó el cargo. En 1835 apoyó la insurrección de Cartago contra el gobierno de don Braulio Carrillo. Murió en Cartago el 3 de octubre de 1845, a los 81 años10.

Blanco Segura dice:

Indiscutiblemente, el padre Carrillo fue uno de los sacerdotes más cultos de su tiempo; prueba de ello fueron su postulación para representante en las Cortes de Cádiz, que no aceptó, sus escritos y su constante intervención como redactor de “razonamientos” y “exposiciones del clero” en los momentos difíciles de los años de la independencia… aunque esos documentos los firmaron junto con el padre Carrillo otros clérigos de la época, sobresale la redacción de aquel y la confianza que en él depositaron sus cohermanos…. Estilo grandilocuente y recargado, al estilo de su tiempo. Pero que revela en el padre Carrillo el entusiasmo y la euforia de todas sus actuaciones… El padre Carrillo es el análisis, el estudio, el amigo de buscar soluciones apelando al argumento y a la extensa exposición de razones, respaldadas con citas teológicas… 11

Hombre de notoria erudición para el raquítico medio costarricense, el padre Carrillo escribió, como indica Blanco Segura, varios documentos para explicar sus posiciones políticas, así como algunos documentos en defensa del catolicismo; pero además -y por esto lo incluimos en la presente reseña- fue el autor de un relato, que tiene mucho de crónica, acerca del robo y hallazgo de la imagen de Nuestra Señora de los Ángeles en agosto de 1824, dedicado a la Municipalidad y al vecindario de Cartago y titulado Manifiesto del suceso acaecido el 2 de agosto de 1824 en la desaparición de Nuestra Señora de los Ángeles y su hallazgo el día 4 del mismo mes, como a las cuatro y media del dicho día.

Es un relato vívido y apasionado, que en un lenguaje sencillo y emotivo da testimonio de la encendida fe de su autor y de las inquietudes que esos hechos suscitaron en Cartago. Transcribimos a continuación el párrafo relativo al hallazgo de la sagrada imagen:

«Como a las cuatro y media de la tarde de este mismo día, comenzando las vísperas para colocar a Su Majestad, estando a la mitad del primer salmo, he aquí la voz de un muchacho que gritó en la plazuela de la ermita que la Señora había aparecido en la iglesia del santo padre San Francisco; al instante hubo una conmoción sumamente grande y repentina en toda la gente que había dentro de la ermita, de modo que los sacerdotes se asustaron, porque estos no alcanzaron a oír la voz; pero como sucesivamente se oyó el repique de las campanas, con esta señal salieron algunos de ellos corriendo a averiguar la certeza del hecho. Apenas salieron estos de la sacristía y tomaron la calle, cuando una multitud de gentes corrían y salían de todas partes, pero ¡oh gran Dios de las misericordias! ¡Dios del amor! ¡Dios de suma bondad y conmiseración! Con los repiques de todas las iglesias, con los grupos de gentes de todas edades, de la ciudad, de los barrios de los campos, de suerte que en un instante el templo del convento y las calles alrededor estaban acuñadas de hombres y mujeres. Es el caso que a la hora relacionada, el hermano lego fray Manuel Coto, aderezando el altar para una misa de rogativa que los religiosos habían dispuesto para el siguiente día jueves para impetrar del Señor por medio de su santo Patriarca, el hallazgo de la Imagen, la encontró que la habían puesto tras del atrio del sagrario, lo que sin duda fue en la llegada del citado padre Padró. Mas al paso que la pena fue extremada y el dolor hizo compasión en la pérdida de la Señora, así ha sido el júbilo, la alegría, el alborozo y general emoción de contento de todos los corazones de los habitantes de Cartago. ¡Tarde tan dichosa, tan feliz, tan sabrosa, tan dulce y tan llena de bendiciones! La revolución de ella es cuán indecible, pero ¡oh revolución tan tierna, tan santa, tan devota, tan plausible y necesariamente agradable al Señor y a la Santísima Virgen! Gritaban las gentes; unas de sumo alborozo daban saltos de placer, palmoteaban las manos, se abrazaban los sacerdotes y seculares, subiendo el gozo desde el corazón al rostro, se revestía por los ojos la alegría; no ha habido día tan alegre en Cartago en todos sus anales pasados, ni le habrá jamás en los venideros; se puso en andas la Señora y se sacó por las calles en procesión para que la viesen los fieles y pudiesen con su vista desahogar su ansioso y devoto corazón; volvió después al convento y quedó en vela toda la noche, custodiándola un sacerdote y un secular; los diputados y casi todo el pueblo que no cesaba de asistir en el templo; así es que esa noche nadie durmió de puro gozo, las campanas no omitieron un solo instante en ella de anunciar el regocijo de haber hallado la preciosísima joya perdida, y en fin los moradores de Cartago, como la mujer del Evangelio, se convidaban unos a otros para darse el parabién»12.

Don José Santos Lombardo y Alvarado

Mucho más conocida que la de los tres autores ya comentados, por lo que se refiere a sus actuaciones de la época de la Independencia, es la del capitán don José Santos Lombardo y Alvarado, quien nació en Cartago el 1° de noviembre de 1775, en el hogar de Pedro Lombardo y Ramos, panameño, y María Lucía Guadalupe de Alvarado, cartaginesa, quien después de enviudar casó con el español don Felipe Gallegos y Trigo y tuvo con él, entre otros hijos, a de don José Rafael de Gallegos y Alvarado, jefe de Estado de 1833 a 1835. Don Santos, como se le llamaba, casó en Cartago con doña Micaela López Conejo y Guzmán.

Cursó estudios de Humanidades en el Seminario Conciliar de León de Nicaragua. De regreso en Costa Rica, fue maestro de escuela en Cartago y en San José, teniente de Gobernador de San José de 1799 a 1802, escribano público de Cartago de 1803 a 1813, alcalde segundo de Cartago en 1803, 1818 y 1819, y alcalde primero en 1812 y 1816. Como teniente de Gobernador de Costa Rica estuvo interinamente al mando de la provincia de Costa Rica en 1819, por enfermedad del gobernador Juan de Dios de Ayala y Toledo. En 1820 y 1821 fue procurador síndico de Cartago. En las milicias alcanzó el grado de capitán de caballería.

Lombardo tuvo una destacada participación política en la época de la independencia. Fue legado por Cartago y Escazú en la Junta de Legados de los Ayuntamientos en octubre de 1821. En la madrugada del 29 de octubre de 1821, al tenerse noticia de que las autoridades de la provincia de Nicaragua y Costa Rica habían proclamado desde el 11 de ese mes la independencia absoluta de España, se apoderó del cuartel de Cartago y de este modo se disipó la posibilidad de que el jefe político subalterno Juan Manuel de Cañas Trujillo intentara oponerse a tal decisión. Como procurador síndico de la ciudad suscribió el acta de Independencia firmada en Cartago el 29 de octubre de 1821.

Después de la separación de Costa Rica de España, representó a Cartago en la Junta de Legados de los Pueblos y en tal calidad fue uno de los firmantes del Pacto de Concordia el 1° de diciembre de 1821. Fue miembro propietario de la Junta Gubernativa Provisional de 1821 a 1822, presidente de la Junta Superior Gubernativa de enero a marzo de 1823, y comandante general de las armas en marzo de 1823. Después de la batalla de Ochomogo fue detenido y procesado, pero se le absolvió de todo cargo en términos laudatorios. Fue diputado por Cartago en el Congreso Constituyente de 1824-1825. Elegido magistrado de la Corte Superior de Justicia en 1825, aceptó el cargo en 1826 pero no llegó a ejercerlo. Tampoco parece haber ejercido el de rector de la Casa de Enseñanza de Santo Tomás, para el que fue designado en 1827. Murió en Cartago el 25 de mayo de 1829, a los 54 años13.

Además de numerosos escritos relacionados con las diversas funciones que desempeñó, Santos Lombardo dio a la luz en 1822, en forma manuscrita —no hubo imprenta sino hasta 1830— un Catecismo político, en forma de preguntas y respuestas al estilo de los catecismos católicos. A pesar de su carácter elemental, cabe considerarla como la primera obra sobre Derecho Constitucional que circuló en Costa Rica. En Desarrollo de las ideas filosóficas en Costa Rica (1964), Constantino Láscaris se refiere al Catecismo de Lombardo así:

«No creo que fuera fácil encontrarle la filiación inmediata, pero la remota es muy fácil, porque se trata de la doctrina aristotélica de los regímenes políticos, expuesta en forma elemental. Lo primero que en él destaca como significativo es que no plantea una forma política del Estado, sino que, frente al gobierno “despótico”, enfrenta el “monárquico” y el “republicano”, el primero sujeto a la arbitrariedad del gobernante, mientras que los otros dos son vistos como regímenes de legalidad, aunque señala la posibilidad de evolución del régimen monárquico en despótico, corrupción que halla en los Reyes de España»14.

Transcribimos a continuación algunos párrafos del Catecismo político:

«P. / ¿En qué consiste el gobierno monárquico?

R. / En que una sola persona, que se llama monarca, ejerce perpetua y exclusivamente la potestad ejecutiva y tiene la suprema inspección sobre la judiciaria, bien entendido que todo esto debe estar arreglado por medio de leyes fundamentales de que esta persona, así autorizada, no pueda separarse, pues si se separa, al punto este gobierno degenera en despótico.

P. / ¿Cómo se evita esto?

R. / Estableciendo por medio de leyes fundamentales que como hemos dicho forman la constitución de una nación, ciertas instituciones que sirvan de barrera a la potestad ejecutiva. Por no haberlas tenido nosotros en tiempos pasados, los reyes de España se hicieron despóticos y experimentamos las tristes consecuencias de semejante desorden.

P. / ¿En qué consiste el gobierno republicano?

R. / En que el pueblo todo, bajo ciertas reglas, condiciones o leyes fundamentales, ejerce por sí la potestad legislativa y confiere la ejecutiva y judiciaria a personas que el mismo pueblo elige por tiempo determinado»15.

Don Gordiano Paniagua y Zamora

El último de los costarricenses que incluimos en este estudio es Gordiano Paniagua y Zamora, personaje bastante pintoresco, quien fue bautizado en Heredia el 10 de mayo de 1781. Sus padres fueron Simón Escalante y Paniagua y Viera y Bárbara Zamora y Sandoval 16. Contrajo matrimonio en Heredia el 8 de febrero de 1812 con Ramona González y Timón17. Vivió una juventud turbulenta. En 1802, cuando estaba todavía soltero, se vio envuelto en un escándalo por haber requerido de amores a una joven señora casada, doña Petronila del Castillo de Porras, hermana del célebre presbítero don Florencio del Castillo. Gracias al proceso que se llevó a cabo debido a esa relación, es que ha llegado hasta nosotros la única producción lírica que conocemos de don Gordiano, un poema amoroso encabezado con las palabras «Dulcísima prenda mía», que el apasionado muchacho dedicó a doña Petronila cuando se le prohibió pasar frente a su casa, y que concluía diciendo «adiós palomita triste / cuándo te volveré a ver?»18.

De la lectura del poema se puede deducir que para la Costa Rica de aquellos tiempos, cuando los sacerdotes solían ser los únicos que contaban con una educación más allá de lo elemental, Paniagua y Zamnora era lo que sus coterráneos podían considerar una persona culta, aunque nunca cursó estudios formales. De modo autodidacta debe haber adquirido ciertos conocimientos jurídicos, ya que en reiteradas oportunidades actuó como apoderado de otras personas en asuntos judiciales. Además, tenía muy buena letra 19, fue maestro de escuela en Santo Domingo de Heredia20 y preceptor de Gramática en la propia Heredia 21, y también desempeñó labores de agrimensor22.

Del prestigio que posiblemente esas dotes intelectuales le generaron en sus coterráneos posiblemente da testimonio el hecho de que fue nombrado para el año 1814 como alcalde segundo de Heredia, cargo cuyas funciones eran principalmente judiciales y notariales 23. Sin embargo, en 1819 se vio envuelto en otro lío judicial, esta vez de carácter político, con motivo de haber copiado una proclama sediciosa a favor de la independencia que había circulado en Panamá y que fue leída en Cartago en la casa de don Salvador de Oreamuno 24. En 1820 fue nombrado secretario del Ayuntamiento de Heredia25, pero al año siguiente fue procesado por irrespeto a la justicia y separado de ese cargo26.

En los años de la independencia, como casi todos los heredianos, fue partidario de la unión al Imperio Mexicano. El exaltado monarquismo de Heredia la llevó a separarse de Costa Rica y a colocarse bajo la autoridad de León de Nicaragua. En diciembre de 1822, cuando todavía imperaba esa situación, don Gordiano fue designado como alcalde primero de Heredia para el año 1823 27, y era titular de ese cargo cuando se produjo la primera guerra civil y Heredia, mediante la amenaza de la fuerza, obligó a la rendición de la republicana Alajuela 28. Sin embargo, después de la pacífica reincorporación de Heredia a Costa Rica, don Gordiano fue elegido para representar a la villa en el Congreso Provincial Constituyente, del cual fue vicesecretario, y además se le nombró secretario del tribunal especial que juzgó a los monárquicos cartagineses 29. También fue miembro del Congreso Constituyente de 1824-1825 30 y diputado suplente por Heredia de 1825 a 1827 31, regidor de Heredia en 1832 32 y secretario de la Municipalidad herediana en 1834 33. En 1838 se le quiso nombrar nuevamente como alcalde segundo de Heredia, pero declinó el cargo 34. Murió en Heredia, donde fue sepultado el 3 de enero de 1848. En el momento de su fallecimiento tenía 66 años 35.

El poema de don Gordiano a doña Petronila del Castillo, aunque extenso para la época es una composición muy sencilla, en verso octosilábico y con un lenguaje apasionado. La métrica tiene algunas imperfecciones, el léxico es relativamente pobre y las figuras literarias que contiene no son especialmente originales. Más que un poema culto recuerda a una canción campesina de corte netamente popular. Transcribimos a continuación sus primeros versos:

«Dulcísima prenda mía,

dueña hermosa de mi amor,

luz del mayor resplandor,

aurora del mejor día,

aunque con tanta porfía

contra mí la suerte está,

nunca mi alma dejará

de adorarte con fervor,

pues borrar mi fino amor

solo la muerte podrá.

Aunque privado de hablarte

me tiene mi infeliz suerte,

me consuela solo el verte

por solamente adorarte,

pues en mi amor puedes fiarte

que no será transitoria,

que vives en mi memoria

y que solamente anhelo

recrearme en tu bello cielo

pues sois, mi vida, la gloria.

En esta penosa calma

padezco yo noche y día,

y yo sigo [en] la porfía

de amarte, prenda del alma

hasta conseguir la palma

que mi amor tanto desea

pues sois la única presea

por quien me pongo a morir

y solo podrán conseguir

quitarme de que te vea»36.

Los forasteros

Los tres próceres escritores venidos a Costa Rica desde otras tierras y que tuvieron actuaciones significativas aquí en los años de la Independencia, tenían horizontes culturales más amplios que sus contemporáneos costarricenses, como puede deducirse de sus escritos, y no cabe duda de que los tres eran ávidos lectores.

Don José Víctor de la Guardia y Ayala

El panameño José Víctor de la Guardia y Ayala nació en Penonomé el 11 de marzo de 1772, en el hogar de don Tomás Esteban de la Guardia y Ayala y doña María Isabel Jaén y Abelda. Casó con doña Petra Josefa Robles y Jiménez, panameña. Fue alcalde mayor de Natá, intendente honorario de provincia, oidor honorario de la Real Audiencia de Guatemala y jefe político subalterno del partido de Granada de Nicaragua. En 1823, debido a las turbulencias políticas y bélicas de Nicaragua, se trasladó con su familia a Costa Rica, y en noviembre de ese año se le nombró jefe del Batallón Provincial. Fue elegido vicepresidente del Congreso Constituyente inaugurado en setiembre de 1824, pero no llegó a desempeñar ese cargo, porque falleció en Bagaces a fines de 1824, a los 58 años, cuando se disponía a trasladarse al Valle Central. Su nieto don Tomás Guardia Gutiérrez fue presidente de la República de 1870 a 1876 y de 1877 a 188237.

Doctrinariamente, De la Guardia y Ayala fue un liberal ilustrado, creyente en las ideas del iusnaturalismo racional38. Constantino Láscaris, al comentar en su Historia de las ideas en Centroamérica sus escritos dirigidos al Congreso Constituyente y a la Junta Gubernativa de Costa Rica, se refiere a él como «un hombre empapado de Montesquieu, Rousseau y los ilustrados en general. Un hombre de opiniones políticas dieciochescas, que las halla realizadas y exige su cumplimiento… La claridad, el rigor y la consecuencia de las ideas políticas de Víctor de la Guardia no habían sido superadas antes»39.

Además de escribir importantes documentos políticos, De la Guardia fue autor de una tragedia alegórica en tres actos, de corte neoclásico, La Política del Mundo, que se estrenó en Penonomé en 1809 y es la primera obra dramática conocida en la historia de las letras panameñas. Escribió otras piezas teatrales, entre ellas una cuyo título era La reconquista de Granada, pero no se conserva ninguna de ellas40.

Como las piezas teatrales de don Joaquín de Oreamuno en Cartago, La Política del Mundo se presentó en Penonomé en 1809 con motivo de la jura del rey Fernando vii, y también como aquellas, se valía de la escena para denostar a Napoleón, que había invadido España y mantenía cautivo a su monarca. Como obra literaria tiene mucho mayores pretensiones que las piezas de Oreamuno, combina diversos tipos de métrica, su rima es mucho más cuidada, su léxico es mucho más rico y escogido, y además el autor repetidamente hace gala de su erudición clásica. Además del protagonista, que es Julio César, entre los numerosos personajes de la obra figuran Cicerón, Bruto, Marco Antonio, Casio, Calpurnia, Porcia y Cleopatra. El argumento de la obra se centra en la ambición política de César y concluye con su asesinato.

En un estudio comparativo de las obras dramáticas de Joaquín de Oreamuno y de Víctor de la Guardia, Gustavo Camacho Guzmán indica que en La Política del Mundo «resulta claro el simbolismo que Víctor de la Guardia concede a los personajes, en función de las circunstancias políticas de España al inicio del siglo xix: mientras Napoleón se corresponde con la figura de Julio César, al ser el tirano que resulta derrotado, Fernando vii, y por extensión, el pueblo español, hallarían su correspondiente en el pueblo romano, al cual Bruto libera con su acto. Esto último explicaría el anacrónico final, en que Cicerón ensalza a Fernando VII y legitima su poder…» 41.

Al comparar las piezas teatrales de Oreamuno con La Política del Mundo, Camacho Guzmán concluye:

«La ideología subyacente en ambos textos es idéntica, se trata de homenajes al poder monárquico, en contextos delicados, dada la coyuntura social: los primeros movimientos de independencia en el continente se llevaron a cabo al año siguiente del estreno de ambos textos. A ello se suma un aspecto común: el carácter pedagógico; tanto las piezas dramáticas de Oreamuno y Muñoz de la Trinidad como la obra de Guardia y Ayala buscan promover la sujeción de las colonias al poder monárquico y presentar el castigo a la traición. Ello hace de ambos textos un ejemplo sumamente notable de las manifestaciones literarias del Istmo durante una época marcada por la historiografía tradicional como de suma pobreza cultural. Ambas obras dan cuenta de una parte de los orígenes de la literatura criolla del Istmo; es decir, de la producción literaria de América Central a las puertas de la emancipación política con respecto a España y de las condiciones culturales en que esta producción literaria tiene lugar: se trata de cantos al poder colonial (de ahí que se le pueda llamar «teatro de circunstancias») justo antes de que en el resto del continente aparecieran los movimientos de rebeldía, que a la postre, darían origen a las repúblicas de Hispanoamérica»42.

Ricardo Fernández Guardia, bisnieto de Víctor de la Guardia, publicó La Política del Mundo en San José, en 1902, casi un siglo después de su estreno en Penonomé, y en unas páginas introductorias se refirió así a la obra teatral de su ilustre antepasado:

«No trataré de hacer aquí un juicio crítico de La Política del Mundo… la publico tan solo a título de curiosidad literaria. Lo cual no quiere decir que la obra carezca de méritos; los tiene sin duda, sobre todo si tiene en cuenta el medio ambiente y el tiempo en que fue escrita. Contiene versos cincelados con arte, pensamientos nobles y en toda ella se respira un perfume de clasicismo del siglo xviii, que revela la erudición del autor. Desgraciadamente el mal gusto y el pedantismo de la época la hacen con frecuencia pesada y presuntuosa… es una pieza alegórica y de circunstancia. A través de César, tirano del pueblo romano, asoma la figura guerrera de Napoleón, opresor de la península ibérica, y la comparación no es mala en verdad. En cuanto a los anacronismos que contiene la obra son voluntarios, como nos lo advierte el autor por boca de Calpurnia»43.

Como muestra del estilo literario de De la Guardia transcribimos un fragmento de La Política del Mundo, correspondiente a un parlamento de Casio, al final del segundo acto:

«¿De qué te sirven, Perseo,

esas alas y alfanje diamantino

de Mercurio, si veo

que aquel mismo oro, líquido divino,

fecundado ya al seno de Danae

es lluvia que en tu afrenta solo cae?

¿Qué importa que a Medusa

la cabeza cortases serpentina,

si Pirene no excusa

aprovechar el agua cristalina

de Hipocrene que cayó el Pegaso

en Helicón, efecto del acaso?

¿Qué te aprovecha, Marte,

ese lecho mullido y regalado,

en que logras con arte

el gozo de un deleite duplicado,

si Vulcano, al notar tu grave yerro,

te sorprende con dura red de fierro?

¿De qué, Hércules, pudo

defenderte el amor de Deyanira,

si no sirve de escudo

el fuego que te abrasa en esa pira?

Rompe ya tu piel, y ni aun con eso,

limpias la sangre del centauro Neso.

¿Qué te adorna el decoro

oh, Agenor, que ciñes esa frente

con la diadema de oro,

si aquel cándido toro refulgente,

cuya erguida cerviz al cielo topa,

a pesar de tu honor se roba a Europa?

¿Qué glorias sacas, triste

César, sin saber el nombre que tomas,

si ya a tu pesar viste

que el furibundo Hipogrifo no domas

del destino, que herido como trueno,

rompe la brida, reventando el freno?» 44

El licenciado don Agustín Gutiérrez y Lizaurzábal

El guatemalteco Agustín Gutiérrez y Lizaurzábal nació en Nueva Guatemala de la Asunción en 1783 y fue hijo de don Alonso José Gutiérrez y Marchan y doña Josefa Lizaurzábal y Rejón. Casó con doña Josefa de la Peña-Monje y La Cerda, nicaragüense. Se graduó de abogado en la Universidad de San Carlos de Guatemala, pero después se radicó en Nicaragua. Fue miembro de la Diputación Provincial de Nicaragua y Costa Rica de 1813 a 1814 y de 1820 a 1821 y como tal le correspondió ser uno de los firmantes del acta de independencia de Nicaragua y Costa Rica suscrita en la ciudad de León el 11 de octubre de 1821.

En 1824, debido a las turbulencias políticas de Nicaragua, trasladó su residencia a Costa Rica. Fue el primer presidente del Congreso Constituyente de 1824-1825, alcalde primero de Cartago en 1826, magistrado suplente y fiscal interino de la Corte Superior de Justicia de 1826 a 1827, presidente de la Corte de 1829 a 1830 y fiscal de 1830 a 1831. Formó parte del Consejo Representativo de 1833 a 1834, y de julio a agosto de 1834, mientras ejercía interinamente la presidencia de ese órgano, le correspondió hacerse cargo temporalmente de la jefatura del Estado. Murió en San José el 9 de diciembre de 1843, a los 60 años. Su hija doña Agustina Gutiérrez y La Peña-monje fue esposa de Francisco María Oreamuno Bonilla, jefe de Estado de Costa Rica entre 1844 y 184645.

Es un personaje cuyas actuaciones y aportes a la vida política y jurídica de Costa Rica merecerían un extenso estudio. A su muerte, el semanario Mentor costarricense publicó el siguiente texto, obra posiblemente de José María Castro Madriz: «El licenciado don Agustín Gutiérrez murió en la noche del 9 último y en la mañana del 11 fue conducido su cadáver al panteón en medio de un numeroso y lucido concurso. Este respetable anciano amigo del pueblo fue uno de los primeros atletas de nuestra independencia de la metrópoli española: siempre dedicado al estudio para hacer bien al país, jamás olvidó sus deberes paternales, y en su modesto semblante llevaba esculpido su entusiasmo por las libertades públicas y por los sagrados derechos patrios. ¡Ah! ¡ya no existe! Tributemos a su memoria un rasgo de nuestro reconocimiento. Arrojemos sobre su losa tranquila una flor de nuestro respeto»46.

Gutiérrez y Lizaurzábal, cuyas ideas iusfilosófícas se inscribían en la corriente del iusnaturalismo cristiano 47, publicó en San José en 1834, en la Imprenta de la Concordia, y bajo el pseudónimo «Un abogado centro-americano», un Prontuario de Derecho Práctico por orden alfabético. Fue la primera obra sobre Derecho impresa en Costa Rica. Se trata de pequeño diccionario jurídico, en el cual se exponían de manera resumida las más importantes del Derecho castellano e indiano vigente entonces en el Estado y citaba las leyes que regían cada una, con algún ocasional y breve comentario sobre su aplicación práctica o referencias doctrinarias (designadas en la obra con el apelativo de autoridades). Como apéndice, el libro incluía también una exposición sobre los trámites comunes de los juicios civiles, penales y militares. El Prontuario sumamente útil para los funcionarios judiciales costarricenses de la época, muchos de los cuales carecían de formación jurídica, y en algunos casos llegó a emplearse como un verdadero código. Sin embargo, su vida práctica fue muy corta, ya que en 1841 la emisión del Código General del Estado derogó las viejas leyes castellanas e indianas en materia penal, civil y procesal, e incluso prohibió citarlas en alegatos o hacer referencia a autores que las comentaban48.

Transcribimos unos párrafos del prólogo del Prontuario, como muestra del estilo de su autor y expresión de algunos de sus ideales:

«Todos deben saber la Ley, y el que la ignora, siempre es juzgado por ella, porque es un precepto de Derecho: precepto a la verdad duro, e imposible de practicarse, porque no estando al alcance de todos el estudio de las Leyes, que necesita un tiempo dilatado, y exclusivo, no podrá ser, que todos estén impuestos en ella; pero como por otra parte el hombre reunido en sociedad debe ser reglamentado por los principios, que dicta la justicia civil, y ésta comprehende el arreglo delas operaciones externas a la Ley: tan luego como el mismo hombre convino en asociarse, se sujetó a nivelar sus operaciones, y regla -mentarlas de modo que pudiese cumplir con los preceptos del Derecho que previenen: vivir honestamente, dar a cada uno lo que es suyo, y no dañar a otro.

Es verdad que los preceptos sobredichos son emanados del Derecho natural, y que siendo éste grabado por el mismo Autor de la naturaleza en el corazón del hombre hay esta guía, que produce lo que se llama buen sentido que es el que comúnmente dirige a los que no han estudiado el Derecho; mas como este comprehende infinidad de casos que aunque derivados de aquellos tres principios, el enlace de cosas, su inmensa diversidad la mezcla de unas y otras materias, el más o menos con que se presentan todos estos antecedentes forman un cuerpo infinito que sólo puede estar a la comprehensión de un profundo, y continuado estudio. Con todo esto la Ley obliga, y no hay excusa para su ignorancia»49.

El bachiller Rafael Francisco Osejo

El más joven de todos los próceres escritores fue el nicaragüense Rafael Francisco Osejo, quien nació alrededor de 1790. Se ha indicado como su posible lugar de origen el pueblo de Subtiava, próximo a la ciudad de León. Se graduó en el seminario conciliar de León como bachiller en Filosofía, y vino a Costa Rica en 1814, para impartir lecciones de Filosofía y ejercer el cargo de rector de la Casa de Enseñanza de Santo Tomás, que desempeñó hasta 1815. Posteriormente fue catedrático de la misma Casa de Enseñanza (1815-1817), profesor de Filosofía en Cartago (1817-1820), miembro del Tribunal Consular (1819) y asesor jurídico del Ayuntamiento de Ujarrás (1820).

En octubre de 1821, el bachiller Osejo fue representante de Ujarrás en la Junta de Legados de los Ayuntamientos, en la cual ejerció las funciones de secretario. Firmante del acta de Independencia en Cartago el 29 de octubre de 1821, fue elegido legado propietario por la villa de Ujarrás en la Junta de Legados de los Pueblos en noviembre de 1821, aunque poco después esa población revocó el nombramiento. Además, fue secretario del Congreso Provincial Constituyente en 1823 y miembro propietario y presidente de la Diputación de Costa Rica, que fue derrocada por los monárquicos cartagineses el 29 de marzo de ese año. Después de la batalla de Ochomogo fue detenido y procesado, aunque finalmente se le absolvió de todo cargo.

Osejo fue elegido magistrado de la Corte Superior de Justicia en 1825, mas su elección fue anulada. Después fue diputado por Ujarrás (1829-1831) y por Alajuela (1831-1833), presidente de la Asamblea del Estado (1831) y contador específico del Estado (1833). En 1833 fue electo magistrado suplente de la Corte Superior de Justicia, pero rechazó la designación en octubre de ese año y se le admitió la excusa en 1834, por haber sido elegido diputado por Costa Rica al Congreso de la República Federal de Centroamérica, aunque posteriormente esta elección fue anulada. Posteriormente fue diputado por Nicaragua al mismo Congreso Federal (1835-1837), jefe político de San Salvador (1838) y comisionado de Nicaragua en Honduras (1847). Se cree que murió en Comayagua, entonces capital de Honduras, alrededor de 1848, cuando contaba unos 58 años de edad 50.

Es el autor de incontables textos políticos, pero además su devoción a Nuestra Señora de los Ángeles lo llevó a escribir en su honor un sencillo poema en cuatro estrofas en el que se combinaban el español y el latín:

Salve norte fijo

De los que navegan

El mar de este valle.

Ave maris stella.

Diré cuanto pueda

En una palabra,

Al decir que eres,

Dei mater alma.

Pásmense los cielos

Al ver tal prodigio

Siendo Reina y madre,

Atque semper virgo.

Segura tenemos

La entrada en la Gloria,

Siendo tú María,

Felix coeli porta51

Cabe destacar que Osejo publicó dos obras didácticas, las primeras de su género que se imprimieron en Costa Rica: un texto para la enseñanza elemental de las matemáticas, titulado Breves lecciones de aritmética52, y una breve geografía nacional, Adición sobre Costa Rica.

Las Breves lecciones de aritmética, escritas para sus alumnos de la Casa de Enseñanza de San Tomás, vieron la luz en la Imprenta de la Paz en 1830. Esta obra de Osejo fue el primer libro que se imprimió en Costa Rica y por consiguiente también el primer texto didáctico impreso aquí. La obra se divide en cinco partes, referidas a la aritmética en general, los quebrados, los decimales, las potencias y las razones y proporciones. Las lecciones están expuestas por medio de preguntas y respuestas, de un modo similar al Catecismo político de don José Santos Lombardo. Cada explicación se complementa con ejemplos, ejercicios y prácticas. Transcribimos a continuación algunos de sus párrafos:

Teoría de los decimales

Llámense así las fracciones o quebrados que tienen por denominador la unidad acompañada de uno, dos, tres o más ceros; es decir que la unidad del denominador se halla multiplicada por diez, según el sistema de la numeración, y por eso se les ha llamado decimales.

P.- ¿Y se les escribe su numerador correspondiente?

R.- No y esta es una de las razones porque facilitan incomparablemente los cálculos las decimales; siendo otra razón el que por medio de ellas se sigue puntualmente el sistema de numeración progresando siempre de diez en diez.

P.- ¿Cómo se hace, pues, para expresar y conocer estos decimales?

R.- El lugar de los enteros (si no hubiere estos) se denota por medio de un cero y en uno y otro caso se escribe una coma al lado derecho enseguida del lugar de las unidades enteras y después de esta coma se escribe el guarismo o guarismos decimales. Ejemplo: he de escribir seis enteros cinco decimales y se hará así 6,5: he de escribir ningún entero veinticinco centésimas, operaré de este modo 0,25.” 53

Las lecciones de geografía son sumamente interesantes porque nos indican el conocimiento que en esa época se tenía en Costa Rica de la geografía del Estado y contiene también datos interesantes sobre los pueblos indígenas existentes otros aspectos. El texto sigue también el sistema de los catecismos:

P. ¿Cuál es el clima de Costa Rica?

R. Es variado, así como su aspecto y por las mismas causas. Contrayéndonos a los puntos habitados y principales se puede asegurar que el clima es el más bello del mundo conocido pues que no es excesivamente frío ni caliente. El termómetro centígrado designa su temperatura entre el 11° y el 24°; pero queriendo hablar de todos los demás puntos o visitados por la mano agricultora o pastoril o ocupados por alguna población se puede asegurar sin temor que recorre el termómetro todos los grados o desde el de la congelación a arriba y en proporción a la latitud que ocupa. En estos días (hacia el 12 de abril) el termómetro Fahrenheit ha señalado el 96° en Puntarenas y hay varios lugares (a poca distancia de Cartago) en donde el frío es tan intenso que frecuentemente amanece helada el agua bien sea la estancada o la de los riachuelos y aun por lo mismo es de presumir que aun poco más de distancia se presente la nieve. Así es que con la mayor facilidad se podrían proporcionar los habitantes, principalmente de Cartago, San José y Heredia, el placer de los helados. Así es también que el territorio de Costa Rica puede ofrecer frutos y producciones de todos los climas del mundo.

P. ¿Cuál es la población de Costa Rica?

R. De ochenta a o noventa mil almas próximamente incluyendo los indios medio civilizados que viven en sus pueblos y se gobiernan por el sistema de la República.” 54

Osejo, que sin duda sentía mucho dolor por las trágicas turbulencias en que se hallaba envuelta su nativa Nicaragua, no dejó de expresar su complacencia por la situación e Costa Rica:

«Corre ya el tercer lustro constitucional y el pueblo costarricense tiene la dulce, gloriosa y envidiable satisfacción de haber ejercido anualmente su soberanía eligiendo sus apoderados sin los resabios del temor, sin la influencia de la fuerza, sin el sinsabor de la tiranía y solo por su voluntad libre y consultando su bien entre el círculo de sus mejoras y su deseada tranquilidad. Sus habitantes pacíficos y laboriosos han procurado aprovechar las coyunturas favorables que les ha presentado la Providencia y así es que cuando los demás estados de la República [Federal] y aun la mayor parte de las naciones de América se han estado devastando y decayendo del grado de esplendor que tenían, Costa Rica fija la vista en los acontecimientos, relaciones y consecuencias de estos y en sus propias fuerzas y recursos, con admiración de todos de un modo ejemplar no solo se ha conservado ilesa en medio de las convulsiones políticas y de la hoguera de la anarquía, sino que levantándose del anonadamiento ha corrido en pocos años (puede decirse) una centuria y ha conseguido un nombre respetable y hacerse lugar en el catálogo de los pueblos sensatos».55

Ponemos fin con tan significativo párrafo a este pequeño estudio sobre «los próceres que escribieron», con la esperanza de que en este tercer siglo de vida independiente que ahora se inicia, Costa Rica sepa conservar incólume la libertad, la democracia, la tranquilidad y la sensatez.

Bibliografía de referencia

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1 Sobre Joaquín de Oreamuno, ver José Francisco Sáenz Carbonell, Don Joaquín de Oreamuno y Muñoz de la Trinidad: vida de un monárquico costarricense (San José: Editorial de la Universidad Estatal a Distancia, 1996).

2 Entre otras, Hermenegildo de Bonilla, «Relación de las funciones hechas en Cartago, Ciudad Cabecera de la Provincia de Costarrica que con motivo de la Proclamación del rey N.S. Dn. Fernando 7º que Dios gue. la que se executó el 15 del mes de eno. de este año», Revista de Archivos Nacionales 1-12, 313-317; Guillermo Brenes, «¡Viva nuestro rey Fernando! Teatro, poder y fiesta en la ciudad colonial de Cartago (1809). Una contribución documental», en Escena, 66 (2010): 95-124; Manuel de Jesús Jiménez, «Fiestas reales», Revista de Costa Rica en el siglo xix, (1902): 87-93; Joaquín Oreamuno y Muñoz, «Unos jocosos entremeses de Joaquín de Oreamuno. Bicentenario de tres piezas dramáticas del patrimonio cultural y literario de la colonia costarricense», adaptación, edición y prólogo de Leonardo Sancho Dobles, en Herencia 22 (2009): 25-83; Francisco Rodríguez, «Teatro colonial de Costa Rica», Boletín Circa 27-28 (2001): 23-50; José Francisco Sáenz Carbonell, Jorge Francisco, «¡Viva nuestro rey Fernando! (Albores del teatro costarricense)», Revista Nacional de Cultura, 27 (1995): 56-62; y «Sección documental», Revista de Historia (Universidad de Costa Rica) 345 (1996): 179-221.

3 Leonardo Sancho Dobles, Teatro breve en la provincia de Costa Rica. Tres piezas de Joaquín de Oreamuno y Muñoz de la Trinidad (Nueva York, Idea, 2016). Esta obra puede consultarse en https://core.ac.uk/download/pdf/84613164.pdf

4 Ibid., 80.

5 Ibid., 41-142.

6 Sobre el presbítero Bonilla, ver Ricardo Blanco Segura, «Algunas figuras del clero en la Independencia de Costa Rica», Revista de Costa Rica, 2 (1972): 29-51.

7 El texto completo del poema aparece en Víctor Sanabria Martínez, Víctor, Historia de Nuestra Señora de los Ángeles (San José, Editorial Costa Rica, 1985), 119-131.

8 Ibid., pp. 133-134.

9 Blanco Segura, «Algunas figuras del clero en la Independencia de Costa Rica», 33 y 49.

10 Sobre el padre Carrillo, véase Jorge Francisco Sáenz Carbonell, Nicolás Carrillo y Aguirre, presidente de la primera Constituyente de Costa Rica (San José, Instituto del Servicio Exterior Manuel María de Peralta, 2020).

11 Blanco Segura, «Algunas figuras del clero», 38-40 y 49-50.

12 El texto original del Manifiesto se encuentra en Archivo Nacional de Costa Rica, Sección Histórica, Municipal, n.o 150. También se reproduce en Víctor Manuel Sanabria Martínez, Historia de Nuestra Señora de los Ángeles, 319-329, y en José Francisco Sáenz Carbonell, Nicolás Carrillo y Aguirre, 165-173.

13 Sobre José Santos Lombardo, ver Oscar Aguilar Bulgarelli, José Santos Lombardo (San José, Ministerio de Cultura, Juventud y Deportes, 1973) y Jorge Umaña Vargas, «Don José Santos Lombardo y Alvarado», Los padres de la Constitución. Los firmantes del Pacto de Concordia (San José: Instituto del Servicio Exterior Manuel María de Peralta, 2020), 63-85.

14 Constantino Láscaris, Desarrollo de las ideas filosóficas en Costa Rica (San José, Editorial Costa Rica, 1964), 59.

15 El texto del Catecismo político figura en Documentos históricos posteriores a la Independencia, (San José: Publicaciones de la Secretaría de Educación Pública, 1923): 98-100; también lo incluye Aguilar Bulgarelli en su José Santos Lombardo, ed. cit.

16 https://www.familysearch.org/ark:/61903/3:1:S3HY-DTL3-WLC?i=554&cc=1460016

17 https://www.familysearch.org/ark:/61903/1:1:FLQ2-H45

18 Luis Felipe González Flores, Evolución de la instrucción pública en Costa Rica (San José, Editorial Costa Rica, 1978), 171-172.

19 Fernández Guardia, Ricardo, Crónicas coloniales de Costa Rica, 2ª. ed (San José: Trejos Hermanos, 1937), 350.

20 Archivo Nacional de Costa Rica, Sección Histórica, Municipal, n.° 067.

21 Archivo Nacional de Costa Rica, Sección Histórica, Municipal, n.° 416.

22 Archivo Nacional de Costa Rica, Sección Histórica, Municipal, n.° 227.

23 Archivo Nacional de Costa Rica, Sección Histórica, Municipal, n.° 452.

24 Ricardo Fernández Guardia, Crónicas coloniales de Costa Rica (San José: Trejos, 1937), 345-357.

25 Archivo Nacional de Costa Rica, Sección Histórica, Municipal, n.° 67.

26 Ibid.

27 Archivo Nacional de Costa Rica, «Actas Municipales de Heredia 1820-1824«, pp. 144-145, Revista del Archivo Nacional 1-12 (enero a diciembre de 1990), 87-220.

28 Archivo Nacional de Costa Rica, Sección Histórica, Municipal, n.° 135.

29 Archivo Nacional de Costa Rica, Sección Histórica, Gobernación, n.° 23013.

30 Archivo Nacional de Costa Rica, Sección Histórica, Congreso, n.° 379.

31 Archivo Nacional de Costa Rica, Sección Histórica, Municipal, n.° 116.

32 Archivo Nacional de Costa Rica, Sección Histórica, Municipal, n.° 312

33 Archivo Nacional de Costa Rica, Sección Histórica, Municipal, n.° 518.

34 Archivo Nacional de Costa Rica, Sección Histórica, Municipal, n.° 415.

35 https://www.familysearch.org/ark:/61903/1:1:NQPZ-Y86

36 El texto del poema aparece en Luis Felipe González Flores, Evolución de la instrucción pública en Costa Rica, (San José: Editorial Costa Rica, 1978), 171.

37 Tomamos estos datos de la introducción de Ricardo Fernández Guardia a su edición de La Política del Mundo., en la que también se incluye una relación de los méritos y servicios de Víctor de la Guardia, fechada en Madrid en 1819. Véase Víctor de la Guardia y Ayala, La Política del Mundo, (San José: Imprenta y Librería Española, 1902),v-vi y 97-108.

38 Ver Carlos José Gutiérrez, «Una convergencia de iusnaturalismos. El sustrato filosófico de tres artículos de la Constitución de 1825», Revista de Ciencias Jurídicas, 6 (1965): 45-81.

39 Constantino Láscaris, Historia de las ideas en Centroamérica, (San José: Editorial Universitaria Centroamericana, 1970), 485.

40 De la Guardia y Ayala, La Política del Mundo, vii.

41 Gustavo Camacho Guzmán, «El teatro centroamericano del ocaso colonial. Joaquín de Oreamuno y Víctor de la Guardia», Letras 65 (2019), 36.

42 Ibid., 37.

43 De la Guardia, La Política del Mundo, vii.

44 Ibid., 61

45 Ver Jorge Francisco Sáenz Carbonell y Mauricio Masís Pinto, Historia de la Corte Suprema de Justicia de Costa Rica, (San José, Editorama, 2006), 33-34.

46 Mentor Costarricense, 16 de diciembre de 1843.

47 Gutiérrez, «Una convergencia de iusnaturalismos», 45-81.

48 Sobre el Prontuario, ver José Francisco Sáenz Carbonell, «Los prólogos de dos obras pioneras», Revista de Ciencias Jurídicas, 118 (2009): 153-166.

49 Agustín Gutiérrez y Lizaurzábal [Un abogado centro-americano], Prontuario de Derecho Práctico por orden alfabético (San José, Imprenta de la Concordia, 1834).

50 La biografía más documentada y completa de Osejo es la obra de Cheser Zelaya, El bachiller Osejo, (San José: Editorial Costa Rica, 1971). Dos tomos.

51 Sanabria Martínez, Historia de Nuestra Señora de los Ángeles, 433.

52 La edición original se titula Brebes lecciones de arismética (sic). N. del E.

53 Rafael Francisco Osejo, «Breves lecciones de aritmética», tomadas de Chester Zelaya, El bachiller Osejo, 39, tomo ii.

54 Osejo, Rafael Francisco, «Adición sobre Costa Rica», tomada de Chester Zelaya, El bachiller Osejo, 77-78, tomo ii.

55 Ibid., 79-80.